martes, 30 de marzo de 2010

El mundo de ayer (Memorias de un Europeo)


"Algunos libros se han de paladear,
otros se han de engullir
y unos cuantos más
se han de masticar y digerir."
Sir Francis Bacon



Nos quedamos sólo con las fechas, con los momentos a los que podemos poner "Banda sonora" y señalar con el dedo diciendo "Ahí cambió el mundo".

Como en un cuento Galeón en el que un señor se fuera a dormir en la Italia medieval y, habiendo caído bizancio ante los turcos durante la noche, le dijera a su mujer al levantarse: - ¡Me siento renacentista! - A partir de ahi las iglesias se comienzan a dejar de construir góticas y la gente se lava más.

"El mundo de ayer", precisamente, nos hace de heraldo del pasado reciente (final del siglo XIX y comienzos del XX) acercándonos a la realidad de un vienés acomodado en los años de la Belle Époque. Un momento en el que se pensaba que el humanismo habia curado los males de las sociedades imperialistas (al menos en europa).

El libro se presenta como la autobiografía de Stefan Zweig, pero pronto nos damos cuenta que el autor realmente usa su propia vida como vehiculo principal para contar la crónica de la Europa en la que nace. De hecho, muchas veces la narración se bifurca en breves comentarios sobre las personas y hechos que va conociendo para luego volver a la narración principal.

Es importante observar el origen acomodado de Zweig y como este influye en el espíritu de la narración, pues este es uno de los puntos peculiares del libro. Si bien nos describe el final del XIX idealizado con una belleza romántica, no es consciente de la situación mundial que la favorece - en crudo detrimeto de las colonias a favor de los imperios - o de las tensiones políticas y sociales reales, que ya habian comenzado en 1850 - cuya calma chicha Zweig idealiza como una larga paz humanizada - y que acaban desembocando en la primera guerra mundial.

Sin embargo sería un error desprestigiar el libro por la excesiva inocencia en los ideales del autor, pues el meollo del mismo no es esta idealización utópica, sino en la desintegración de este "mundo ideal" que consideraban inamovible - y que no se diferencia en tantas cosas de nuestra cultura del bienestar - ante las políticas demagogas y nacionalsocialistas.

La fuerza que aporta el testimonio real de cómo los acontecimientos de esta turbulenta época afectaron al sentir popular es la que conforma un telón de fondo que suele quedar desdibujado en las narraciones de esta época que se limitan a lo político o militar.

El lenguaje que se usa es bello y asequible, consiguiendo de tal manera que - pese a que el tema a tratar es abundante - no se nos haga demasiado espeso a los que estamos habituados a la "Narrativa comercial del siglo XXI". Aun con ello, el tempo del libro varía ostensiblemente dependiendo de la época descrita.

De esta manera, la parte más espesa nos puede resultar el primer tercio, dedicado a la reconstrucción de la vida en europa a finales del XIX. Esta primera parte, sin embargo, esta escrita con un cariño y añoranza que se contagian al lector. No soy el primero que lo compara con las historias que a veces nos cuentan los abuelos de "su tiempo".

Poco a poco, con la primera guerra mundial y la crisis entreguerras, se va colando en sus descripciones el sabor amargo del "Fin de siglo": pese a que tras la guerra se llega a comenzar de nuevo un periodo de luz, no tarda en llegar la tragedia con el auge del nacionalsocialismo.

Resulta curioso, desde nuestro punto de vista, que con todos los avisos que van anticipando sobre el auge de los fascismos, estos sean tolerados por unos gobiernos preocupados y escaldados por la guerra. Quizas también esto nos debería alertar sobre un pasado que tranquilamente se podría volver a repetir.


NdB:


Quizás esta es la entrada que me ha resultado mas compleja de desarrollar. Es la primera en la que trato un ensayo histórico y no una novela, y he querido hacerlo notar al no dejarme llevar meramente por la belleza o ideas de la narración, sino por su importancia dentro de contexto.


Supongo que este sentimiento se debe a que, a pesar de haber construido el post con tiempo y ganas, no lo he hecho llevado por "una inspiración" sino a lo largo de días, recogiendo y ordenando ideas. Al principio no me gusto demasiado como quedó pero voy puliéndolo y cada vez me convence más.¡Opiniones, por favor!

jueves, 25 de marzo de 2010

Información importante para viajeros en el tiempo

En referencia a la saga Acromegaliana "Regreso al presente" de Wargo (webcomiquero y sin embargo amigo) me veo en la obligación moral de hacer honor a "1977 2000", uno de los mejores capítulos de "Búscate la vida" - Get a life! en ingles - mediante información muy útil para todo aquel que quiera viajar en el tiempo.




Las cinco formas conocidas para viajar en el tiempo:
  1. Correr como una chica a la velocidad de la luz
  2. Usar la elegante máquina del tiempo de Wells, pero esta suele quedar descartada porque una familia de mapaches se hospeda ahora en su interior. (¿Como los habrá espantado Wargo?)
  3. Usar el Delorean de Steve, pero el intermitente derecho esta fundido (y a la velocidad que va cualquiera saca el brazo por la ventanilla...)
  4. Usar el túnel del tiempo; pero con esta habrá que tener cuidado porque todavía no lo han fumigado (y hay algunos grandes que hasta vuelan...)
  5. Y usar... ¡El zumo del tiempo!

COMO HACER ZUMO DEL TIEMPO
(No confundir con el zumo que te hace explotar)
  1. Unos cuantos relojes de pulsera
  2. Un pequeño reloj de sol (de los que cabe en el bolsillo y siempre llevas encima)
  3. Tomillo (en inglés Thyme)
  4. Una portada de la revista "Time" (nosotros lo haremos con la que aparece Gorbachov, pero podéis usar cualquier otra con buen calado histórico)
  5. Unas pocas piedrecillas de Stone Henge
  6. Y el ingrediente secreto... ¡Un precioso mechón del cabello de Michael J. Fox!
Batimos todo en la batidora con cariño y listo para usar; eso si, tened sumo cuidado con alterar el pasado... ¡No vayáis a provocar que el mundo se llene de zombis de dos cabezas que se parecen a la borde de vuestra vecina!


viernes, 19 de marzo de 2010

Tarde en el casco viejo


Mis pasos resuenan en las callejas
Mientras el viejo barrio duerme siesta
La Primavera, furtiva, se acerca
Oculta entre las flores del almendro

viernes, 12 de marzo de 2010

Migas

Aclaración:
Es un plato pastor por excelencia y lo he visto en Aragon, ambas Castillas y Extremadura. Normalmente se hace para reaprovechar esas barras de pan duro y cosas que te hayan ido quedando por la nevera.

Ingredientes:
  • Pan duro cortado en rodajas finas - normalmente dos puñados de pan por persona - aunque se pueden usar migas precocidas si se prefiere.
  • Un trozo de sebo de cordero (las migas tradicionales se preparan con sebo, no con aceite) a ser posible, de la parte del riñon. (unos 20 g.) por persona
  • Ajo (un diente por persona, aunque una o dos cucharaditas de ajo picado por persona tambien va bien)
  • Un brick de salsa de tomate. Se hecha una cucharada generosa de tomate por cada dos puñados de migas, asi que si sois pocos con un brick de los pequeños (200 ml) os vale y os sobra.
  • 50g de butifarra, chorizo o puntas de jamón (el sabor que mas os guste). Sobra decir que tanto la butifarra como el chorizo habrá que tenerlos sin embutir.
Cómo lo perpetré (unas horas antes):
  • La noche anterior a hacer las migas se aprovecha a cortar el pan en rodajas finas. Cuando lo tengamos cortado lo vamos reservando en una bandeja grande.
  • Hay gente que una vez lo tiene lo machaca con la mano para que quede mas fino y lo envuelve en un paño húmedo. En otros sitios, lo que se hace es ir colocando las migas en capas y vertiendo unas gotas de agua encima de cada capa para humedecerlas. El caso es que tiene que pasar unas cuantas horas (la noche previa, si lo vais a preparar para comer) humedeciendose.
Cómo lo perpetré:
  • Lo primero, ponemos a fundir el sebo a fuego medio (en caso de ser aceite, pues a calenterlo). Cuando ya lo tengamos bien caliente echamos el ajo y rehogamos un rato.
  • Seguidamente añadimos el picadillo de carne y hacemos un rato más para que el sebo coja sabor. Es importante que no nos pasemos con el fuego para que ni la carne ni el ajo queden "fritos"
  • Al ratico, podemos echar las migas de poco en poco. A menos que esteis usando las precocinadas nunca se incorporan todas a la vez, sino que se añaden primero un par de puñados - a la vez que removemos constantemente con cucharon y espátula de madera - y seguido una cucharada de salsa de tomate.
Importante:
  • La miga tiene que quedar un poco húmeda, pero no apelmazada, asi que para ello iremos removiendo y partiendo el pan entre puñado y puñado de forma continua.
  • Asi evitaremos que nos quede "pan tostado" en lugar de migas y además - en caso que las hubiésemos preparado en forma de rodajas - nos aseguraremos que quedan "con forma de miga".
  • Gracias al movimiento constante deberemos conseguir tambien que las migas se empapen tanto del pure de tomate como del sebo (que a fin de cuentas es lo que le da mejor saborcillo).
Ultimos toques:
  • Podemos decir que las migas estan hechas cuando, habiendo añadido todo el pan que quisiéramos, se han impregnado todas por igual y han cogido la textura que prefiramos (hay gente que le gustan mas húmedas y gente que las prefiere mas secas).
  • Luego, cada comensal se sirve en su plato y le añade lo que prefiera. Como ya he comentado al principio, acepta de todo, aunque casi siempre lo mejor suelen ser cosas jugosas: habas, uvas, gajos de mandarina, revuelto de huevo, salteado de setas, bacalao... ¡provad a buscar en google y hasya os encontrareis con patatas fritas!
  • Una variente que a mi me encanta es sofreir ajo, preparar en él un salteado de setas (de los del mercadona que viene congelados) y, cuando las setas van soltando el agua, verter las migas ya preparadas antes (siendo humilde, yo esto realmente lo hago con un paquete de migas de las ya preparadas para evitarme mucho jaleo). Quedan muy húmedas, pero estan genial.

jueves, 11 de marzo de 2010

Pasión

Si te falta pasión, no me interesas.
Si te sobra, por favor, baila para mí.
Fuente [Ni libre ni ocupado, Daniel Díaz]

lunes, 1 de marzo de 2010

El juego de té de amontillado

Después de comer he remoloneado un rato frente al ordenador, esperando que el poleo asentase mi estómago. Para cuando ya no tenía esa molesta sensación de recién comido me he decidido a subir. He ido en mangas de camisa, pues aunque media España parece helada por esa "Criogénesis explosiva" aqui el tiempo era prematuramente primaveral.

Procurando no hacer demasiado ruido - mi madre se habia quedado dormida frente al televisor - saqué la llave del cajón de la entrada y subí a pie hasta los trasteros. "Los cuartos de arriba", como siempre los hemos llamado, son lo mas viejo del edificio y, en apenas un tramo de escalera, puedes hacer un viaje al pasado por la sucesión de azulejos y estucados de la pared. El marmolado nuevo da paso a las baldosas que conocí de niño, e incluso esta da paso a unos azulejos arguellados por el tiempo de antes que yo naciera, los que mi hermano vió de pequeño.

No os imagineis un trastero bonito, estilo pelicula de hollywood. El nuestro no tiene amplias salas, con percheros, maniquies y pianos cubiertos por sábanas. Es un trastero vulgar, de edificio de protección oficial. Cada vecino tiene derecho a un pequeño chamizo, sin ventanas ni bombillas, que existe casi de casualidad aprovechando la caida del tejado a dos aguas: ni tan siquiera se preocuparon de ocultar las vigas que asoman del encalado de la pared. Para cuando he abierto la puerta del "Número 2" la luz y el aire fresco han entrado de nuevo en el cuartucho tras muchos meses.

No me he parado a hacer muchas contemplaciones, buscaba un pequeño servicio de té (tazas, tetera y cajitas para el te) que acumulé cuando mis padres vivían en la antigua casa: el apartamento justo encima de donde estan ahora. Debía estar perdido entre las cajas mas al fondo del trastero y no podía entretenerme mucho si lo quería encontrar antes de tener que volver al trabajo.

Las cajas que estaban cerca de la puerta casi han sido las mas fáciles de apartar, pues no dejan de ser cosas que cada cierto tiempo cogemos o dejamos: el arbol de navidad, el aire acondicionado, las luces de fiesta, sillas de madera auxiliares... pero tras estas estaba "la muralla". Cajas apiladas unas sobre otras, dejando apenas espacio entre ellas para que pudieran sostenerse mejor.

Algunas de ellas - gracias a la prevención de mi padre - tenían garabateado un nombre con prisas. La mayoría eran de libros o cubertería que no había podido encontrar su sitio en el nuevo piso (Del palo "Superhumores de mortadelo y filemon" o "vasos del mueble bar"). Las otras cajas, en las que guardaba la esperanza se encontrase el juego de té, eran de esas cosas que quizas deberías haber tirado pero te resististe, de esos pingos que realmente son recuerdos.

Conforme las sacaba al pasillo de los trasteros las iba desprecintando con cuidado para examinar que había dentro de ellas, pero la sorpresa al hallar lo inesperado hizo que cada vez las abriera antes, aún cuando no hubiese salido del estrecho cuarto.

En una se guardaban las noches en las que los amigos de mis padres aún iban a su casa a jugar con ellos a las cartas: tapetes y fichas imitando a un casino, elegantes cajas de madera para guardar caramelos y cigarros. Para mi, cuando era tan pequeño, no eran mas que ruidos al otro lado del tabique en la noches de sábado, cuyo murmullo me acunaba conforme me dormía. Recuerdo que me daba seguridad escucharles, saber que estaban ahí.

Tambien he encontrado las noches de verano sin aire acondicionado, en las que mi hermano y yo trasnochábamos jugando, esperando que comenzase a correr la brisa nocturna por la casa para poder dormir en condiciones. Aventuras extrañas y leyendas olvidadas que aderezaban las vacaciones que siempre pasaba en la ciudad.

En otra me he sorprendido al ver las veces en las que mi hermano regresba de viaje, para cuando Suecia estaba al otro extremo del mundo, y traía manjares exóticos y mapas de ciudades con nombres - virtualmente - impronunciables para mí. Eran momentos de expectación, tanto por volver a verle como para que me contase como era el mundo en sus confines.

Otra guardaba mi ego adolescente, pero estaba vilmente trampeado, pues sólo guardaba los recuerdos que yo quería conservar de mis años de instituto. Se podían ver mis sueños de ser un gran chef sin presenciar lo torpe que he sido siempre, o las excursiones con la gente que mejor me caía y las chicas que me gustaban sin observar la gente que me lo hizo pasar mal o los desamores.

En una encontré recuerdos de mi hermano. Cartas, libros y tebeos que para mi son eternos, pues estaban ahí antes que yo naciera. La he vuelto a cerrar con hermético respeto.

Una de ellas también contrenía mi ego de juventud (no os extrañe tanto espacio para el ego: es lo malo de ser un orgulloso), de cuando aún pensaba que todo me podía salir bien. Ahí guardaba los amigos que perdí, las palabras que nunca dije - y que tanto podrían haber solucionado - y las veces que me jacté de lo que me habría sido mejor callar. Ojalá hubiera aprendido sin el palo muchas cosas.

Abstraido como estaba no me dí cuenta de que había golpeado el viejo reloj de la abuela, que estaba relegado a la parte mas profunda del trastero. Este, despertado por mi brusquedad, ha recomenzado su marcha cual bella durmiente: de nuevo funcionando desde hacía seis años. Su tictac era confuso y frenético, como el de un anciano con alzheimer que, en un momento de lucidez, pregunta que ha ocurrido mientras él estaba en ninguna parte.

Me he quedado sentado encima de un baúl, mirando como el reloj se iba calmando poco a poco hasta reducirse al lento traquetreo bajo el que estaba acostumbrado a marcar las horas, no sabría decir cuanto tiempo he pasado asi, dejando que mi consciencia vagara entre los recuerdos de lo que fué y lo que pudo ser.

Cuando he vuelto al mundo me he dado cuenta que el tiempo se me había echado encima y debía marcharme si quería llegar a tiempo al trabajo. Una a una, he ido cerrando con cuidado las cajas (no es cuestión que se escapen los recuerdos) y las he ido apilando, reconstruyendo la muralla tras la cual el reloj proseguía su monólogo, como un Montresor de pacotilla ante los murmullos de Fortunato. Al final, cuando sólo restaba cerrar la puerta, me he despedido respetuosamente del reloj que seguramente vuelva a estar mudo cuando lo vuelva a ver.

Ha pasado ya un buen rato y el hechizo del pasado casi ha desaparecido, pero no consigo quitarme de encima la molesta sensación de todos esos recuerdos emparedados en el trastero.

Y el juego de té ni siquiera ha aparecido.

Volveré con refuerzos