miércoles, 15 de febrero de 2012

Big Culo Day

Y, haciendo eco de mi Tumblr, me reposteo aquí mismo.






jueves, 9 de febrero de 2012

Gestión de conflictos


Estamos en mitad de la oscuridad, sin ver absolutamente nada.

A los pocos segundos suena un zumbido de cebadores. Seguido a este, comienzan a tinitenar unos flexos que nos iluminan una destartalada sala llena de sillas, con una puerta en un extremo y una cortina en el otro. La luz blanca de los flexos da un aspecto frío a la habitación.

Se va oyendo un murmullo creciente de voces, se abre la puerta. Por ella entran un buen número de personas, casi todo mujeres, que toman asiento arbirariamente. Desde un lado de la sala que no vemos aparece un individuo encorvado, casi calvo y con gafas. Parece sacado de los dibujos de Forges.

  • Ejem -carraspea, buscando atención.

El murmullo cesa lentamente y todos los espectadores se fijan en el hombrecillo.


  • Buenos días; lo primero de todo es agradeceros que hayáis venido antes de vuestra hora de entrada.

Una persona levanta la mano entre la multitud. Sin esperar a que le den la palabra, interrumpe:

  • ¿Estas horas nos las descontaran de la jornada?
  • Si no os importa, con eso iremos luego -responde el hombre.

La mano baja de nuevo.

  • Bueno, bueno, bueno. Como ya sabeis, la empresa no atraviesa su mejor momento. No os voy a ocultar que la competencia es canina. Necesitamos que nuestros equipos de ventas estén en perfecta forma para adaptarse a los cambios, y por eso queremos hacer hincapié en la formación.

El hombre descorre la cortina. Tras ella aparecen un monitor de pantalla plana y una puerta doble. El formador saca un mando del bolsillo y clicka, apuntando a al monitor...

No pasa nada. Jura por lo bajo y se aproxima a unos cables que penden del lateral. Entre gruñiditos de impaciencia, cambia un par de conexiones hasta que se enciende la pantalla. En ella aparecen las palabras "Gestión de conflictos". Están escritas en "comic sans" y son de color dorado sobre fondo blanco. Surgen murmullos de los asistentes.

  • Bueno -dice el hombrecillo mientras se sacude las manos-, nuestro departamento de productividad ha detectado que, de los clientes que se van a otra compañía, el 27% lo hacen por incidencias mal resueltas. Como, ante el cliente, ventas somos "la cara" de la empresa, podemos resolver esto si aprendemos a Gestionar Los Conflictos.
  • A ver -comenta un voz anónima-, la idea esta bien, pero los marrones que traen algunos a las tiendas...
  • Y los humos -le apunta una segunda-, que algunos están que muerden.
  • Vale, vaaaaaale -les interrumpe el formador-, como ya nos imaginábamos en la coordinación que diríais algo parecido, hemos decidido cambiar algo en este cursillo. Os vamos a hacer caso en lo que siempre nos habeis pedido, y esta formacion será 100% práctica.

La sala se rodea de susurros de aprovación, y la mayoría de los presentes se enderezan en la sillas, interesados. Mientras tanto, el hombrecillo va hasta una silla, saca un informe y se coloca las gafas. Tras leer unas líneas para sí, hace callar a la sala con un suave chistido.

  • Os explico. En la otra sala -señala a la puerta doble, mientras lee en voz alta- tenemos el espacio de entrenamiento. Hemos traído a diez clientes por cada uno de vosotros. Todos ellos están descontentos por alguna u otra razón: tenéis que averiguar cual y calmarlos para "sobrevivir".
  • ¿Y será una prueba escrita o algo así? -pregunta alguien, haciéndo que el hombre mire por encima de la montura a la multitud.
  • No, no lo habéis entendido -responde suavemente el hombre- tras esa puerta REALMENTE hay diez personas por cada uno de vosotros.

Los asistentes, sorprendidos, comienzan a hablar entre sí. La sala se llena pronto de algarabía.

  • Por favor -dice el formador, algo angustiado por el caos repentino- ¿podemos continuar?
  • ¡Os habrá costado un pastón traer a tanta gente! -se envalentona una voz-, para eso podríais habernos dado el dinero en incentivos.
  • Jejeje -rie nervioso el hombre-, pues no creais, la mayoría son voluntarios.
  • ¿Voluntarios? -pregunta otro en las primeras filas.
  • Si, voluntarios. Les hemos dicho que, si nos traen vuestras cabezas, les devolveremos el dinero que se han gastado por culpa de los del 1004.

Se hace el silencio tras la afirmación.

  • Oiga, nosotros no podemos hacer nada con los marrones del 1004 -responde alguien desde las filas centrales-, ni siquiera somos de Vomistar.
  • Exacto -responde emocionado el formador-, ahi tenéis ya un argumento sobre el que trabajar. Pero os recomiendo que no se lo digais de esas maneras. Podríais enfadarles mas, y ya son muy violentos per sé.
  • También podría parar usted con la broma de la supervivencia -le espeta otra persona.
  • ¡No es ninguna broma! Pedisteis formación real y efectiva y... ¿qué hay más efectivo que luchar por sobrevivir?

Una de las jóvenes, de las filas mas retrasadas, se levanta de la silla presa de los nervios para intentar irse por la puerta de entrada. Al instante, un estallido eléctrico la manda por los aires hasta golpear una de las paredes, cayendo inerte al suelo.

  • Se me olvidaba, la puerta esta cerrada y electrificada, y sólo yo dispongo del mando para desconectarla y abrirla.

Quitando algunas personas -que han ido a comprobar si su compañera sigue viva- la mayoría siguen sentados, paralizados por el miedo.

  • Bueeeeeeeno, ahora que he recuperado vuestra atención, os comento.
  • ¡Esta muerta! -comenta alguien.
  • Bien, vale -responde el hombrecillo, molesto por las interrupciones-, pero al resto mas os vale escuchar para no estarlo. A cada uno de vosotros se os dará una bolsa con lo que usualmente teneis en la tienda, a saber: lápices, papel, una grapadora, un cúter...
  • Al menos iremos con armas -dice otra persona.
  • A los clientes -prosigue leyendo el formador- se les ha ha preguntado que traerían a nuestras tiendas. De esta manera, la mayoría han solicitado machetes, subfusiles y cuchillos carniceros.
  • Pero, ¿realmente cree que tenemos opción, a diez contra uno? -pregunta uno.
  • ¡Y además van armados! -añade otro.
  • Me gusta, me gusta -interrumpe el hombre-, fijaos: ya comenzáis a reaccionar como un equipo ante la adversidad. El caso es que hay una buena noticia para vosotros. Como tuvimos que traer a los clientes anoche, la mayoría han sido incapaces de esperar debidamente. Por las cámaras que pusimos nos consta que muchos se han matado entre ellos. Por ello solo os queda un tercio de lo esperado. El tercio mas fuerte y organizado, sí, pero siempre es menos que los que os teníamos preparado.
  • ¿Realmente hay muertos ahí detrás? -dice alguien que evidentemente no se recuerda del trágico final de su compañera.
  • Mirad vosotros mismos -dice el formador, mientras activa un mando a distancia.

En la pantalla, desaparecen las letras y, en pocos segundos, podemos ver una oscura y enorme sala. El suelo esta repleto de cadáveres y charcos de sangre coagulada.

La imagen cambia para mostrar, envueltos en bruma y con una leve luz marcando sus siluetas, unas apretadas filas de abuelos. La mayoría estan manchados de sangre y vendados. Algunos sujetan una gayata o se sostienen en andador, pero todos sin excepción van armados. Llevan armas de fuego sujetas con correas y machetes colgando de los cinturones.

Por un lado de la imagen aparece una anciana en silla de ruedas motorizada. La mujer, más pellejo que persona, va desnuda de cintura para arriba. Lleva del torso a la cara pintada de azul y blanco, el pelo apelmazado con lo que parece estiércol y los colgajos -que antes eran sus pechos- atados con cuerda de cáñamo a la cintura. Por la megafonía comienza a llegarnos pasrte del discurso con el que arenga a sus tropas.

  • - ¿No estais dispuestos -chilla la anciana- a cambiar todos los días desde hoy por una oportunidad? ¡Una oportunidad de matar a quien nos timó! Pueden que nos quiten la vida, pero jamás nos quitarán... ¡¡¡LA PENSIÓN¡¡¡

El monitor se apaga con un zumbido. En la sala todo el mundo guarda un silencio tenso. Podemos oir las gargantas tragando saliva y la piel de la infortunada crepitar. Un hombre se revuelve inquieto en primera fila y se levanta con energía.

  • ¡Ya basta! -grita enérgico-, no nos puede retener aqui. ¡Juntos somos un equipo! ¡Si nos unimos -grita a sus compañeros- le podemos arrebatar el mando de la puerta!
  • Por favor, serénese -intenta calmarle el formador.
  • ¿Me tiene miedo, eh? -replica el hombre, sonriendo triunfal.
  • La verdad, señor Luengo, es que me alegro que haya sido precisamente usted quien ha hecho eso.

Sin darle tiempo a perder la estúpida sonrisa, el formador saca una lugar del bolsillo, apunta entre los ojos a Luengo y dispara. La cabeza del desgraciado revienta como una sandía, salpicando a las primeras filas. Las personas que no chillan de pánico están en shock, cubiertas de sangre y trocitos de sesos de su compañero. El cadáver se tiene en pie unos instantes, con las articulaciones temblando histéricas, para luego desplomarse en el suelo. Mientras el formador se limpia las gafas con un pañuelo que saca de su camisa, oímos algunos sollozos.

  • ¿Alguna última pregunta? -inquiere el hombrecillo.

Una persona levanta la mano entre la multitud. Sin esperar a que le den la palabra, interrumpe:

  • ¿Pero... estas horas nos las descontaran de la jornada o no?

miércoles, 8 de febrero de 2012

Gloria Mundi II


Hamanasu-San cerró la puerta metálica del viejo ascensor y este comenzó a subir lentamente. Su despacho estaba en el segundo piso y habría llegado antes tomando las escaleras, pero el perezoso traqueteo del ascensor y los crujidos de su cabina de madera le servían de ritual para afrontar un duro día de trabajo.

Aferró el vaso de café caliente para calentarse las manos -la delegación tardaría aún dos horas en encender las calderas- y observó despertar la ciudad a través de los grandes ventanales. La primavera había llegado a la prefectura de California y el paseo de Yamashita estaba bordeado de sakuras en flor.

Para cuando llegó al despacho, su secretaria ya le tenía preparada una buena montaña de informes sellados. La joven se levantó en cuanto le vio venir, saliendo a su paso mientras cogía algunas de las carpetas superiores.

  • -          Hamanasu-Sama –dijo azorada la joven mientras postraba la cabeza.
  • -          Buenos días Hiyori –sonrió el subcomisario- ¿algo importante?
  • -          La embajada alemana ha enviado estos informes a primera hora. Están sellados como muy urgentes, señor.
  • -          ¿Y acaso hay algo que no sea muy urgente para esos boches? –respondió mientras cogía las carpetas.


Hiyori no respondió, pero se adivinaba una sonrisita cómplice mientras volvía a su mesa junto al despacho. Mientras abría la puerta, Hamanasu ojeó los informes. Se quedó quieto en el sitio, con una mano todavía en el pomo.

  • -          ¿Se encuentra bien? –preguntó la secretaria al darse cuenta.
  • -          Si, Hiyori, si –respondió sin levantar la vista-. Por favor ¿podrías anular todas las citas que tenga por la mañana?
  • -          Por supuesto, Hamanasu-Sama
  • -          Gracias –musitó mientras entraba atropelladamente en el despacho.


Ya en privado, el subcomisario repasó una vez más los informes, esperando haberse equivocado al leer, pero no había duda. En ellos se comunicaba la ejecución de su hermano Greg por alta traición y se solicitaba la repatriación inmediata de sus hijos, supuestamente infiltrados en Japón. Aturdido, Hamanasu abrió la ventana del despacho y se encendió un cigarrillo. Mientras fumaba, intentaba asimilar lo que acababa de leer. Sin darse cuenta, dos gruesas lágrimas brotaron de sus ojos.

Greg y él habían estado muy unidos de pequeños, en los lejanos días del caserón de Ulm, cuando su nombre aún era Heinsen. Según todo el mundo, él era un estudiante brillante mientras que Greg vivía encerrado en su mundo de fantasías.

Aunque Heinsen disfrutó del rol de hijo modelo, siempre estuvo celoso de la libertad de Greg. Los maestros ignoraban al darlo por imposible, las institutrices lo evitaban como la piel del demonio e incluso los sirvientes le dejaban campar a sus anchas por la casa.

Incluso cuando su padre enfermó y comenzó a chochear, a Greg le dejaron estar con él casi todos los días. Heinsen, sin embargo, apenas pudo verlo: los maestros siempre lo prohibían, explicando lo terrible que sería para sus sentimientos y cómo le afectaría en el rendimiento.

  • -          Mierda de gente –pensó, mientras tiraba la ceniza del cigarrillo al patio de luces.


En cuanto tuvo control sobre su vida, escapó de la casa rumbo Praga para seguir  sus estudios. A esto le siguieron postgrados, congresos, estudios avanzados… Su apellido le abría cualquier universidad europea, y cualquier propuesta que le hiciesen era buena para mantenerse alejado de casa. En su ausencia, Greg se fue labrando amigos dentro del partido, ganándose al menos una posición acomodada para vivir.

Poco después murió su padre, y para Heinsen murieron con él los lazos que le ataban a Ulm. Se despidió de su hermano y se dispuso a salir de Europa, libre de tener que cargar con la herencia familiar. Pero no fue tan sencillo salir de “La Gran Alemania”.

Tan pronto como hizo gala de abandonar el continente, se le retiró el visado y las acusaciones se amontonaron contra él. Fue sospechoso de traición,  sodomía, subversión, ateo, cientifista y rojo. El régimen Nazi no quería dejar escapar uno de sus cerebros.

Ninguna de las acusaciones le llevó a la cárcel -gracias a las influencias de Greg dentro del partido- pero destruyeron su reputación y bloquearon cada intento de salir de Europa. Y así fue hasta la revolución del 67.
Grupos comunistas de la Rusia federal se alzaron en armas, y en Berlín todos tuvieron cosas más importantes que vigilar las idas y venidas de un científico. Greg le ofreció la posibilidad de abandonar Europa rumbo a la América Japonesa y no se lo pensó dos veces. Tras cambiar de identidad y un vuelo de quince horas en un desvencijado avión, Heinsen Einstein consiguió por fin su ansiada libertad.

En Japón las cosas le fueron  muy bien. Cambió de nombre a Souta Hamanasu y buscó algún puesto donde ganarse la vida. Su talento no pasó desapercibido, y poco a poco fue consiguiendo amistades que le promocionaron, hasta acabar de subcomisario de inmigración. Un destino irónico para un gaijin.

Apagó el cigarrillo y volvió a estudiar el informe. Al parecer Johan había molestado a los psicóticos de la Gestapo buscando acerca de un proyecto de su padre, la operación Longinos. El informe detallaba como su hermano se había hecho con un “arma de destrucción masiva” y la había intentado vender a terroristas turcos.

Pese a que le habían “neutralizado a tiempo”, Greg había enviado a sus dos hijos con el arma hacia territorio japonés, buscando asilo político. Hamanasu Apartó la foto de sus sobrinos y la miro un rato largo. El niño pequeño se parecía mucho a Greg, mientras que la niña le recordaba a las viejas fotos sepia de la casa de Ulm. Ellos eran lo único que le quedaba de su familia.


Comenzó a pensar cómo podía ayudarles. Si el informe llegaba al comisario Hayato, este no dudaría de cazar a los niños para entregarlos a la Gestapo: el muy miserable siempre buscaba maneras para congraciarse con la embajada alemana. Tenía que encontrarlos antes.

Hamanasu encendió una cerilla, tiró todos los informes a la papelera de hojalata y les prendió fuego. Mientras se consumían pensó en el tiempo que tendría, Berlín requeriría una respuesta en unas horas y enviarían algún teletipo. Quizás tuviera unas cuatro horas de ventaja, cinco si Hayato no hacía bien su trabajo.

Pensó que Greg ya había planeado esta huida con anterioridad, y seguramente contase con alguien en la zona. Buscó en el archivo a los sospechosos de ocultar refugiados y comenzó a descartar a los más improbables. Unos eran simples mafias, otros solo trabajaban con chinos o canadienses… al final consiguió reducirlo a una única persona: Héctor Laguna.

El señor Laguna era un mecenas local, que había amasado fortuna con la exportación de vinos a Japón. Muchos refugiados habían desaparecido en sus grandes viñedos, casi todos europeos. Aquella era la mejor opción. Cogió el teléfono y se intentó poner en contacto. Llamó a las bodegas, las tiendas, las varias casas, pero no conseguía localizarlo.

  • -          Hamanasu-Sama –se excusaba un secretario-, pero el señor Laguna es un hombre muy ocupado. ..
  • -          Es un asunto importante –respondió el subcomisario
  • -          Entiendo la urgencia, dejaré indicado que ha llamado y él le contactará en el menor tiempo posible.
  • -          No, no. No quiero que me llame aquí, ¿No podría decirme algún momento para localizarlo?
EEl silencio respondió al otro lado de la línea
  • -          ¿Oiga? ¿Sigue ahí?
  • -          ¿Don Souta? –respondió una voz con marcado acento latino.
  • -          Sí, claro. ¿Es usted el secretario personal de…?
  • -          No, no –cortó la voz-. Soy Héctor, Héctor Laguna
  • -          ¡Por fin! –Hamanasu se puso en pie, agarrando el teléfono, y caminó nervioso en círculos-. Necesito hablar urgentemente con usted.
  • -          No lo dudo, Don Souta, y estaré encantado de ello. ¿Esta noche le vendría bien? Unos amigos míos han venido de Europa y celebramos una fiesta en su honor en la mansión. Estoy seguro que disfrutará de su compañía tanto como yo.
  • -          ¿Esta noche? –Hamanasu se mordió el labio, crispado. ¿Acaso lo sabía?¿Estarían allí?-. Si, esta noche es perfecto.
  • -          Genial, entonces le espero a las siete. Una última cosa Don Souta
  • -          ¿Sí?
  • -          Venga sin acompañantes, por favor.



Héctor colgó al otro lado de la línea, pero Hamanasu se quedó un buen rato con el auricular en la mano. Si esta noche se presentaba allí, estaría cruzando una línea peligrosa. Hasta ahora sólo le podían acusar de haber traspapelado un documento, pero si le cogían intentado pactar algo con el señor Laguna sería acusado de traición. Eso significaría pena capital.

Activó el comunicador y pidió a Hiyori que desviara todos los teletipos a su despacho, y diera largas si llamaban desde la embajada alemana. Al cortar. Cogió la foto de sus sobrinos y la miró por última vez antes de arrojarla a la papelera, para que se consumiera con el resto de papeles.

Merece la pena –pensó.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Gloria Mundi - I


Jasón pegó su mejilla contra el cristal. A través de la ventanilla pudo sentir el rumor de los motores, arrullándole en la semioscuridad del avión. Volvió la cara y se puso a observar a Chiara, que se deshacía los ojos intentando leer a la débil luz de la bombilla auxiliar. Su hermana estaba tan absorbida por el libro que tardó un buen rato en darse cuenta que la observaba.
  • -          ¿No estabas dormido? –preguntó, sin levantar la vista del libro.
  • -          Es que me aburro.
  • -          ¡Pues duérmete y no te aburrirás! –se volvió, dándole la espalda.
  • -          ¡Pero es que me aburro! –protestó el niño.

Chiara soltó un bufido, apartando el libro y volviéndose como una furia hacia su hermano.  Antes que comenzaran a discutir, la voz de Büyük cortó la conversación.
  • -          ¡Quietos ya! El capitán ya ha anunciado que en menos de una hora estaremos allí. ¿Tenéis que ir alguno al baño?
  • -          No… -respondió Jasón mientras su hermana negaba con la cabeza.
  • -          Pues yo sí –sentenció Büyük mientras se desperezaba-, así que no montéis follón mientras voy al retrete. ¿Vale?

Los niños asintieron, obedientes.
  • -          Pues muy bien…

Hans se levantó torpemente, golpeándose la cabeza contra el portamaletas: mientras juraba en silencio pensó que aquellos aviones no se habían hecho para hombres de verdad. Solo muñequitos alemanes podían ir a gusto en una lata de sardinas como aquella.

Jasón siguió la silueta del gigante turco perderse en la oscuridad del pasillo. Cuando pensó que este ya no le podía oír, se recostó de rodillas en el sillón y le susurró a su hermana.
  • -          Tata. ¿Crees que papá y mamá están bien?
  • -          ¿Bien? –Chiara se debatió unos segundos, intentando parecer tranquila, como una hermana mayor.
  • -          ¿Tata?
  • -          No, Jasón. No creo que estén bien –se volvió hacia su hermano-. Creo que les ha pasado algo malo: si no, habrían venido con nosotros desde Viena.

El pequeño guardó silencio y se hizo un ovillo. Intentando contener el sollozo.
  • -          Chiara, tengo miedo -acertó a decir.
  • -          Tranquilo Jasón –la niña le abrazó-, Büyük nos protegerá. Yo te protegeré.

Büyük avanzaba casi a tientas hacia los baños, en la cola del avión, tropezando con cada pequeña turbulencia. Algún pasajero quiso protestarle, sacado de su sueño de un empentón fortuito, pero todos ahogaron la queja al ver la impresionante mole. Cuando casi había llegado, una mano se posó en su hombro.
  • -          ¿Büyük?¿Büyük Behar?
  • -          ¿Uh? –gruñó el gigante mientras se volvía.

Un rostro afilado le sonreía desde las sombras. Büyük repaso mentalmente todos los agentes, soldados y guardias que había memorizado en los archivos.
  • -          ¿No se acuerda?¿En serio? –el rostro salió a la luz. Era un hombrecillo menudo, de rasgos redondos y calva incipiente.

El turco tenía esa cara en algún rincón de su mente. Mientras intentaba recordar donde la había visto, puso su mejor cara de lerdo y le tendió la mano. El alemán se la estrechó efusivamente.
  • -          ¡Menos mal!, pensaba que se había olvidado de mí…

Büyük tiro levemente de su mano. Si era rápido, podía desequilibrarlo y hacerle caer ante él: un golpe certero lo desnucaría al instante. La mayoría de gente a su alrededor estaba dormida, pero si alguno se despabilaba podía decir que era un mareo repentino.

Arrastraría el cadáver hasta el baño, lo empaparía de alcohol y saldría él solo. Con las ganzúas, dejaría cerrado el baño por dentro y parecería un desgraciado accidente: un borracho, un resbalón por las turbulencias. Pero ¿y si el joven no era el único a bordo?
  • -          … y mire que estuvimos hablando por lo menos una hora en casa de Herr Hummel.

Su cabeza lo encontró: Karl Pragge, agregado cultural, hace diez meses en Hamburgo. La tensión pasó y el turco retiró tranquilamente la mano.
  • -          Claro que le recuerdo, Herr  Plagge –respondió lentamente Büyük- pero tendrá que disculparme. Llevo doce horas de vuelo y estoy algo espeso.
  • -          Claro, claro –dijo el hombre entre risas-.  Pero créame, Japón bien merece un viaje como este.
  • -          Si, si –sonrío el tuco, mesándose la espesa barba-. Ya disculpará, pero es que iba a los baños, y en media hora ya no…
  • -          ¡Oh, si, por favor! –respondió Karl azorado-, ¡ni había caído!

Cinco minutos después, Büyük se estaba lavando la cara en el diminuto aseo del avión. Mientras el agua helada se escurría por la barba hasta la pila de latón, intentó tranquilizarse. El servicio secreto había capturado a los padres, y sólo de casualidad habían conseguido burlar el bloqueo en Viena.

Se sentó en la taza, repasando la situación. Los niños estaban a salvo por el momento, y el brazalete con ellos. El tiempo corría de su parte, y podrían llegar hasta su contacto en Japón antes que Berlín exigiera su extradición por alta traición.

E incluso si el sabotaje de la radio había fallado y la orden llegaba antes de lo previsto, la policía local no se daría mucha prisa. A los japoneses no les hacía ninguna gracia que Berlín mandase ordenes como si fueran una mera comparsa.

Pero la presencia de Karl le había puesto paranoico. ¿Y si había un agente con ellos en el avión? El señor Plagge era, desde luego, lo más alejado de un agente de campo que se podía imaginar pero ¿acaso no son esos los peores?

Un pasajero impaciente golpeó la puerta del retrete, sacando a Büyük de sus pensamientos. El gigante abrió la puerta disculpándose y regresó hacia su sillón. Saludó de pasada al agregado cultural, que luchaba por sacarle a la azafata un último vaso de schnapps antes del aterrizaje.

Al llegar a su asiento, encontró a los niños abrazados y dormidos. Se quitó la chaqueta para taparlos y se sentó. Casi al instante la radio crepitó y una voz anunció que iban a tomar tierra en Los Ángeles.

El gigante respiró tranquilo: tras doce interminables horas de vuelo, por fin habían llegado a Japón.