lunes, 2 de mayo de 2011

El viaje XIV - A hierro muere

Aguardamos a los flotantes espadas en mano. Sus explosiones cada vez sonaban más cerca. Delante mía, Osuspiro sujetaba a un Hazmat que se esforzaba por permanecer en pie. Alguien gritó con voz potente:
  • ¡A mi orden, guardia! ¡Atacamos en uno...!
Miré a Dremin, sorprendido de su enterezas. Encontré entonces al caballero mirándome anonadado. Delante nuestra, el mago y el explorador buscaban atónitos el origen de la misteriosa voz.
  • ¡Dos...!
Al tanto el retumbar de las explosiones llegaba a la puerta, una luz azulada bañó la estancia. Las hojas de alabastro se combaron bajo la presión de los monstruos, empujándonos con violencia a los lados. Una miríada de flotantes entró en la estancia.
  • ¡Y tres!¡Fuego!
Decenas, cientos de flechas surcaron el aire, masacrando a los flotantes. Sus cuerpos caían inertes entre nosotros, como hojas en otoño. A través del portal en el centro de la sala, atravesando una luminosidad azul turquesa, entraban varias filas de ballesteros. Habían llegado los refuerzos.

Dremin y yo nos retiramos, espalda en la pared, para evitar que nos alcanzasen los virotes. Los soldados, que serían más de medio centenar, disparaban sin cesar a traves del portalón con ballestas de repetición espaunitas.

Pronto el silencio cubrió el interior del templo. Un par de ballesteros me ayudaron a levantarme, y tras ellos escuché una voz conocida.
  • Os dije que os encontraría -dijo Phank. Ahora estaba ataviado con una elegante cota de placas.
  • No sabéis lo que me alegra -acerté a responder- ¿cómo supisteis donde estábamos?
  • El libro -dijo, mientras señalaba su petate- hace más cosas que abrir portales, maese.
  • Siento interrumpir -dijo un capitán de los ballesteros-. El tiempo corre en nuestra contra Phank. Si es cierto lo del libro, tenemos dos horas para dar con el griefer y recuperar el libro. -su voz, grave y decidida, me era familiar. Era la que habíamos escuchado justo antes del ataque.
  • Llevais razón, disculpadme. Piteas, os presento al capital Skass. El jefe de los ballesteros de Espaún.
  • ¿Skass? ¿El Adm Skass, fundador de la brecha helada?
Nos estrechamos las manos. Noté que tenía un "algo" especial, no gracias a su físico -desaliñado y de rasgos saltones-, sino por un aura de decisión y confianza que lo rodeaba. Era el tipo de persona que te puede guiar hasta el infierno y traerte de vuelta intacto.

  • ¡El mismo! Supongo que sois maese Piteas. Y vos -dijo, saludando al caballero- debeis ser Dremin. Phank nos ha hablado de vosotros. Es todo un placer. Y ahora, si me disculpan, tenemos un griefer que cazar. ¡Soldados!

Menos un pequeño grupo que se quedó con los heridos, los ballesteros se organizaron en filas y avanzaron a la par de Skass. La filas de vanguardia, con la ballesta a la espalda, portaban grandes escudos con ruedas. El resto de hombres se repartían equidistantes, guardando la formación. Osuspiro, Dremin y yo fuimos con ellos para guiarlos hasta el portón de entrada. Caminamos en retaguardia, donde los últimos soldados arrastraban un pesado carromato, cargado con un gran cilindro de metal bruñido.

No hubo piedad con los flotantes que fuimos encontrando. Mientras cruzábamos de nuevo las grandes salas, los ballesteros abatían a los grupos dispersos que quedaban emboscados. En más de una situación los flotantes alcanzaron a disparar sus llamas, pero los escudos de la vanguardia estaban hechos para resistir.

Llegamos al estrecho puente y pudimos ver un espectáculo dantesco del otro lado. El griefer, que habia aumentádo aún más de tamaño, estaba encaramado a la ladera de la montaña. El cuerpo de lo que antes era Dester se había convertido en un gigante abotargado, de quitinosa piel negra.

El monstruo poseía seis patas, acabadas en afiladas garras Ninguna de ellas estaba repartida de forma lógica por su cuerpo. Un par de gigantescas alas le permitían levantar algo el vuelo y, entre ellas, se distinguía una cabeza bulbosa coronada de ojos saltones. El griefer no paraba de aullar a traves dos fauces circulares y dentadas, como las de una lamprea, a la vez que una pupa ulcerosa a la altura de su pecho vomitaba incontables monstruos.

Apenas las primeras filas de ballesteros tomaron posición, comenzó a caer sobre nosotros una tormenta de fuego y flechas. Los portaescudos cerraron su formación para proteger a las primeras filas de ballesteros. Mientras, las paredes de la sala -ruinas tras el primer ataque de los flotantes- se desmoronaban sobre los nosotros.

Aún con toda la organizacion sufrimos muchas bajas. Las filas se dividieron y los hombres buscaron cobertura en las salas adyacentes, respondiendo al fuego con oleadas de virotes. Siempre con su vanguardia, Skass dió orden de concentrar las andanadas para limpiar el cielo de flotantes, aunque ello implicaba quedar muy expuesto a los arqueros de la otra orilla.

En mitad de todo el caos, el carromato al lado del que íbamos nosotros se adelantó hasta la posición del capitán. Lo aprovechamos como parapeto y pudimos acercarnos hasta el grupo de Skass.

No quedó ningún flotante en el cielo, pero las flechas silbaban continuamente a nuestro alrededor. Apenas me atrevía a levantar la cabeza de la pared derruida tras la que nos defendíamos, pero el capitán Skass y otro de sus hombres permanecían firmes sobre ella, calculando distancias con un astrolabio.

El adm se dejó caer a mi lado con expresión triunfante, mientras sacaba un cigarro puro del bolsillo de su casaca. Mientras lo encendía, me miró divertido y preguntó:

  • ¿Os habéis preguntado alguna vez como es ese "fuego sagrado" con el que contruí la brecha, hijo?
  • Mas de una, capitán. ¿Por?
  • ¡Porque lo vais a ver en primera fila! Tapaos los oídos y abrid la boca...

Skass se incorporó y aplicó la llama de su puro sobre una pequeña endidura en el cilindro de metal. Este comenzó a cimbrear ligeramente, dando paso a un rumor grave que creció hasta una fuerte vibración que hacía temblar el suelo. Me apresuré a seguir el consejo del Adm.

El propio metal comenzó a abombarse como un tonel, para luego proferir el mayor estruendo que recuerdo haber escuchado. Retumbó en toda aquella profundidad como cien truenos en uno solo. Su sonido me golpeo como un puñetazo en las tripas.

No me había recuperado del todo cuando vi que la mayoría de ballesteros se encaramaban a sus posiciones, siguiendo algo en el cielo. Temblando aún por la impresión, me levanté para ver lo que miraban.

Una gigantesca bola de acero al rojo vivo surcaba los cielos como un meteoro, e iba directa al cuerpo del Griefer. Cuando lo golpeó, otra explosión tan fuerte como la anterior se produjo, estremeciendo los cimientos de Nederia y destrozando la cima del monte quemado. Hubo una gran nube de humo en la montaña y desprendimientos en su ladera, oyéndose chillidos y algarabía en ese lado.

Cuando el humo se dispersó sólo quedaron algunos monstruos dispersos: el griefer había caido.

5 comentarios:

  1. q raro eres no??? pero me gusta :P

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  2. ¡Gracias Anónimo!
    ¡Me enorgullece que seas tú -tan famoso autor- quien me haga este comentario!

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  3. jajaja, oye oye, q lo decía sin malas intenciones eh!!

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  4. Tranquilo, lo digo de verdad y sin rastro de sarcasmo.

    Te admiro desde que leí "El lazarillo de Tormes" y "Los cuarenta y siete Ronin". Para mi es un auténtico orgullo que te guste. De verdad ;)

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  5. oh! y no te olvides de "las mil y una noches", que es uno de mis favoritos

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