martes, 12 de julio de 2016

¡Hazte con todos!



- ¡Toma un caramelo, pequeño Timmy! ¿Es que no tienes hambre? - El hombre del frac agitó una barrita de chocolate ante sus ojos y la arrojó a la oscuridad de la camioneta.

Claro que Timmy tenía hambre, un hambre voraz. Tanta hambre que el estómago le protestaba por aquella barrita de chocolate aun con los 40 grados a la sombra y el penetrante olor a descomposición que flotaba en aquella calle.

Y es que no había probado bocado desde la noche anterior, cuando su hermano mayor descubrió que, sin querer, le había liberado su único Bellsprout del Pokemon Go. Tras darle un par de zarandeos y unos gritos que le hicieron llorar, le dejo muy claro que, si quería que le perdonase, debía ingeniárselas para conseguir otro.

Angustiado, Timmy apenas pudo dormir y se escapó de casa antes de amanecer, con sólo una botella de agua y una batería de recambio. Durante toda la mañana había recorrido las calles del barrio, llegando incluso a la zona de las casas viejas donde su madre siempre les tenía prohibido ir. Al medio día, con  el sol cayendo de plano, se refugió en un porche a pensar en que estarían comiendo en casa y si le echarían mucho de menos. Le entraron ganas de llorar, pero se contuvo y volvió a sacar el móvil.

- Por favor, por favor, por favor -musitó como un mantra mientras volvía a entrar al juego.
Y entonces ocurrió el milagro: apareció un Bellsprout salvaje en las cercanías, justo en el límite de su radar. Timmy se levantó de un respingo y alzó la vista para poder averiguar el mejor camino hasta su presa, pero la calle se extendía monótona, sin atajos ni callejones. Recorrió una y otra vez ambas aceras, buscando la forma de acceder al pokemon sin tener que colarse en ningún chalet ajeno. Finalmente se dedicó a seguir obstinado las pequeñas líneas del minimapa del juego, sin levantar la mirada de la pantalla, con la esperanza de llegar hasta algún acceso que no hubiera visto.

Tras un par de giros, el niño volvió a mirar a su alrededor para descubrirse en un callejón de acceso, que discurría por la parte trasera de unas casas viejas y con toda la pintura desconchada. Aunque era julio, el suelo estaba lleno de las hojas de los árboles cercanos, que habían crecido retorcidos y descuidados, con gruesas telarañas colgando entre sus ramas.

Al fondo del callejón, donde el juego le indicaba que se hallaba el pokemon, había una solitaria camioneta con un señor muy raro sentado al lado. El auto tuvo que estar pintado en su día con colores vivos y motivos circenses, pero el sol se los había comido hasta desdibujarlos y conferirles un tono lechoso y ocre, como los ojos de su abuela la última  vez que fueron a visitarla a la residencia.

El señor vestía un frac ridículo de tela plateada estampada con topos rojos y verdes. Saludó a Timmy con un brazo exageradamente largo y delgado mientras se ponía en pie, creciendo hasta más de los dos metros. El niño supuso que debía calzar zancos y llevar algún tipo de palos en los brazos -había visto a equilibristas parecidos la última vez que vino el circo al pueblo- aunque se preguntó como hacía para que los zancos aparentasen tener rodillas.

- Eres Timmy ¿Verdad? -Dijo la figura con una voz tintineante y musical-. ¡Te hemos esperado un buen rato, chico! Tenemos algo que podía interesarte.

Sin moverse del sitio, la figura alargó los brazos y abrió las puertas traseras de la camioneta. Una vaharada de aire acre y viciado recorrió el callejón, aunque dentro solo se alcanzaba a ver oscuridad. La alarma del juego vibró y, cuando Timmy miró su móvil, pudo ver que el Bellsprout se encontraba justo dentro del auto.

El niño avanzó vacilante, sin perder de vista al hombre alto. Ahora que se acercaba podía ver su cara: unos ojos ahusados, con nariz aguileña y un bigotillo fino y largo que le caía a ambos lados de la boca. El hombre no apartó la mirada ni dejó de sonreírle en  ningún momento, como si no fuera capaz de poner otro gesto que no fuera esa eterna sonrisa de actor de serie B.

El niño se detuvo a unos pasos de la camioneta. Ya no se oían pasar coches ni gente por la calle, solo un desagradable zumbido de insectos que le taladraba los oídos. La peste era cada vez más fuerte y le recordaba aquella vez que se encontraron muerto un gato que se coló en su sótano. Volvió a elevar el móvil y pudo ver de nuevo el Bellsprout dentro de la camioneta, aunque ahora que lo tenía cerca la imagen se veía llena de cortes y crepitaciones, como si el sistema fallase cuando apuntaba la cámara allí dentro.

Fue entonces cuando el señor del frac sacó la barrita de chocolate. Al arrojarla dentro el Pokemon protestó con un lloriqueo quedo, como si hubiera sentido el caramelo golpeándolo. Mientras lo observaba extrañado, Timmy creyó ver por el rabillo del ojo como los bigotes del señor se alzaban para frotarse entre sí, como dos patas negruzcas. El niño se volvió, asustado, y todo paso muy deprisa.

El móvil se le cayó en el forcejeo y quedó apuntando a la camioneta, grabando como sus pies se alzaban un palmo de la calzada mientras luchaba por zafarse. Luego se oyó un sonoro y húmedo crujido, como cuando muerdes una jugosa manzana chorreante de jugo, y sus piernas se estremecieron una última vez antes de calmarse pasa siempre, mientras un hilillo de pis le bajaba por una de las perneras. Luego el móvil se apagó.

Días mas tarde Peter llegó hasta allí cerca grapando los carteles de "Perdido" con la cara de su hermano. No había abierto el juego desde el día de la bronca tras la que Timmy se marchó de casa. Su madre no había dejado de increparle una y otra vez que era un puñetero egoísta, que era una vergüenza que un hombretón de 24 años tratara a su hermano de 12 así por un puto juego y que era culpa suya que ahora Timmy estuviera perdido; y Peter sabía que tenía razón.

La alarma del móvil sonó de repente indicando un pokemon cercano. Peter dejó la grapadora y los carteles en el suelo y abrió el juego, deseando olvidarse por un segundo de la desaparición de su hermano y el accidente de su padre. El juego le repetía incesante que se había encontrado con un Misigno. Peter sonrió, pensando que había dado con un Easter Egg interesante que postear luego en el foro, y preparó las pokeballs. Cuando se giró para apuntar al pokemon el corazón se le subió a la garganta y notó como  sus testículos se empequeñecían hasta esconderse en  su ingle. Los ojos se le empañaron de lágrimas por el miedo y el aire se le escapó de golpe, olvidándose de volver.

Delante de él estaba un cuerpecito retorcido que recordaba vagamente a su hermano. La cara estaba hinchada e irreconocible. De la cuenca vacía de uno de sus ojos salió un ciempiés que correteó por su rostro hasta esconderse en uno de los cortes abiertos en el cuello. Tenía los pantalones y calzoncillos mugrientos y bajados por los tobillos, dejando al descubierto unas piernas moradas y retorcidas, con una herida en la rodilla por la que se podía ver el hueso entre una nube de moscas. Su sexo estaba irreconocible, oculto por una maraña de sangre coagulada, pelo y musgo.

Pero lo que le permitió reconocerle fue la camiseta. Aún recordaba cuando fueron a comprarla, junto al nuevo móvil de Timmy, como premio por las notas. En la tienda les dijeron que era promoción por el lanzamiento. Había sido de colores luminosos y, aunque ahora estaba oscurecida por el tarquín y la sangre, aún se podía leer el lema: "Hazte con todos".

Peter tardó un poco en darse cuenta que no le hacía falta el móvil para poder verlo, pero ya fue demasiado tarde.

1 comentario:

  1. Mis dieses! Un relato muy bonico... tiene de todo: Pokemon, fans de pokemon, muerte, perversión... Que más se puede pedir? Tienes un raro talento para el malrollismo que me gustaría poder apreciar más a menudo ^^

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