jueves, 31 de agosto de 2017

Kitsune I - La guerra de los Dioses


Los cielos se oscurecieron y el mar se tiñó de sangre, los dioses estaban furiosos y libraban entre ellos una cruenta batalla sin importarles el devenir de los hombres. La sacerdotisa miró a su amiga, la templada guerrera de mirada penetrante; no necesitaban palabras para saber que estaban de acuerdo, debían hacer algo o los dioses destruirían su mundo. Pero ¿Qué hacer? No podían enfrentarse a ellos, tenían que calmar su ira y hacerles volver al lugar al que pertenecían.

Entonces la sacerdotisa recordó un antiguo libro de su biblioteca, un libro de hechizos en el que aparecía descrito un ritual muy antiguo, quizá funcionaría, quizá estuviera allí la clave…

Huyeron raudas de las llanuras, resguardándose de la ira de los dioses más allá de los montes azules. Aunque ya a salvo, aun escuchaban los ecos de la batalla olímpica, ahora reducido al rumor constante de un trueno eterno.

Aprovechando las sombras del ocaso, viajaron furtivamente al este, entrando en los páramos prohibidos. Antaño los dioses habrían castigado duramente una intromisión así, pero ya no quedaba ningún centinela para vigilar a las aventureras. Estas se arrastraron entre las ruinas del gran imperio, ahora sepultadas por una vegetación exuberante y ajena, hasta que llegaron a su destino.

La puerta negra.

Nada se había hecho para ocultarla, ni tan siquiera estaba cerrada pues ¿Quién se atrevería a cruzarla camino de sus abismos?

-          ¿Estas segura de que es ahí abajo? –consiguió decir la guerrera sin que le temblase la voz.

-          Completamente –respondió la sacerdotisa, oteando las profundidades a las que llevaban los diez mil escalones-, el libro especifica que tenemos que rescatar el grabado de las salas del olvido.

-          ¿Sabes? me cuesta pensar que un grabado pueda poner fin a esto.

-          Ya te lo dije –repitió lentamente, a veces dolía ser la parte racional de la pareja-, no pondremos fin a esto. Nada será como antes. Solo será… distinto.

-          Distinto me vale

Con un susurro, la sacerdotisa encendió una pequeña luz en la palma de su mano e iluminó la interminable escalinata. Las aventureras echaron un último vistazo a sus espaldas (ahora hasta el páramo les parecía hospitalario en comparación a aquellas mazmorras) y se sumergieron en la sima.

Rodeadas de negrura, pronto perdieron la cuenta de los escalones. El eco de la lucha divina no llegaba hasta allí, desde la impenetrable oscuridad tan solo les llegaba el acuoso sonido de ríos subterráneos y el susurrar de alas invisibles.

-          Creo que hemos llegado –dijo la sacerdotisa cuando pisaron el último escalón.

-          Menos mal –gruñó la guerrera como respuesta-, ya casi había olvidado la luz del sol.

La sacerdotisa alzó la mano para que la luz iluminase un poco más. La blancura bañó una selva retorcida de metal y madera, poblada por hongos en las zonas más húmedas. Ambas desenvainaron las espadas y avanzaron con cautela, procurando no hacerse notar más de lo necesario.

Un leve crujido apenas audible alerto a la guerrera. Se lanzó, escudo por delante, cubriendo a su compañera. Solo un instante más tarde, un fuerte golpe arremetió contra ellas, quebrando los bordes de pavés.

-          ¿Qué son? –chilló la guerrero

-          ¡No conozco todo lo que habita aquí, maldita sea!

-          Da igual, corre hacia allá –respondió, señalando con la cabeza una pequeña covacha entre dos columnas derrumbadas-, a ver si nos los podemos quitar de encima.

Les habían rodeado en menos de un suspiro. Una legión de seres pequeños de ojos diminutos, cubiertos de un pelo sarnoso y armados de dientes y garras afiladas. Los mantuvieron un tiempo a raya en su refugio, pero no tardaron en abrirse paso por las grietas de la covacha y atacarles desde ambos lados. Cuando todo parecía perdido, la sacerdotisa gritó en una lengua extranjera, y un rugido le respondió desde la lejanía.

Kerchak se abrió paso entre los enemigos como un cuchillo afilado, levantando una neblina de sangre a su paso conforme mordía y desgarraba hasta llegar a su compañera. Los seres, aterrados por la fiereza de la bestia, emprendieron la huida en tropel.

Cuando no quedó ningún enemigo a la vista, Kerchak se tumbó indulgente junto a su compañera, devorando aun los restos de su última presa.

-          Tu gato podría haber aparecido antes –dijo la guerrero, vendándose un profundo mordisco en el brazo. Kerchak le respondió con un bufido

-          Es un dientes de sable, sabes lo que le molesta que lo llames así.

-          ¿Y a que esperaba? ¿a qué nos comieran?

-          Oh, muy bonito –protesto la sacerdotisa-, y si hubiera aparecido antes lo criticarías por ser agresivo ¿no?

-          No me fio de las bestias como el –espetó entre dientes.

Kerchak soltó la cabeza del monstruo y erizó el lomo, enseñando todos los dientes. La guerrera no se dejó amilanar y volvió a desenvainar la espada. Se habría producido una tragedia de no haberse interpuesto la sacerdotisa.

-          No, parad, ambos –clamó-, no sois vosotros. Es la guerra de los dioses. Nos está afectando incluso a nosotras.

El silencio cayó entre ellas mientras se sostenían la mirada, hasta que la espada volvió a envainarse y Kerchak volvió a las sombras para proteger a su compañera desde la distancia.

El resto del trayecto lo hicieron en silencio, avergonzadas de su anterior arranque de furia. Notaban un millón de ojos observándolas desde la oscuridad, pero la presencia del dientes de sable parecía ser suficiente para que no volvieran a atacarles.

Finalmente llegaron a una explanada baldía, en mitad de la cual solo se elevaba un cofrecillo de aspecto frágil.

-          Esta es –dijo la sacerdotisa- la sala del olvido

-          Me esperaba algo más, no sé ¿impresionante?

-          Si fuera así no lo habrían olvidado –respondió avanzando hacia el cofre.

-          ¿Necesitas que rompa la tapa?

-          No te molestes –le explicó-, el olvido nunca guarda nada con llave, no le hace falta.

En el fondo del cofrecillo solo había un pequeño grabado a color, cubierto de un cristal translúcido. Una pareja sonreía al otro lado, saludando desde un campo florido. Entre el grabado y el cristal, atrapado como un mosquito en ámbar, había un pedazo de tela con algo escrito.

-          ¿Qué pone? –pregunto la guerrera

-          Creo que significa “para siempre”

-          ¿Y ahora?

-          Ahora –respondió la sacerdotisa-, se lo tenemos que llevar a ellos.

Se quedaron mirando el grabado en silencio durante un buen rato.

-          ¿Quiénes son? –preguntó al final la guerrera

-          Ellos. Creo. No estoy muy segura

-          No lo parecen. Aquí parecen felices.

-          No. Han cambiado.

La guerrera notó que algo se atenazaba a su garganta, un sentimiento espeso de vértigo.

-          ¿Nosotras también cambiaremos así? –preguntó finalmente a su amiga

La sacerdotisa estuvo tentada de mentirle, pero recordó que en su momento juró ser siempre sincera con ella, aunque doliese. Por algo era la mayor.

-          Puede. Pero te juro que haré lo imposible para que no suceda.

-          ¿Qué me pasa? –pregunto la guerrera mientras le temblaba el labio inferior y las lágrimas afloraban a sus ojos.

-          Es el cambio –respondió su hermana abrazándola-, ya empieza.


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Para cuando las niñas volvieron al salón, trepando por el reposabrazos del sillón azul, la discusión había llegado a una tensa “guerra fría”. El televisor vomitaba un programa de tertulia al que nadie le hacía caso.

El padre se volvió hacia sus hijas con un impostado tono conciliador, intentando convencerles de que todo aquello había acabado. La mayor le miraba desde la esquina, sosteniendo al gato en brazos, mientras la pequeña le alcanzaba un pequeño cuadro.

-          ¿Qué es esto cariño? –pregunto intrigado el padre

-          Esto… -se fijó la madre-, es la foto de nuestra boda ¿habéis bajado al sótano?

La niña se limitó a levantar de nuevo aquella foto en que se sonreían a sí mismos, muchos años más jóvenes. Los ojos de ambos se posaron en la pequeña cinta de tela que rezaba “para siempre”. Eran los restos de la cinta con la que decoraron la tarta de bodas, una fantasía de cuento de hadas coronada por el “felices para siempre”.

-          Que nos ha pasado –preguntó la madre, ya sin ira

-          La vida –respondió el padre-, y que soy un poco gilipollas.

-          Un poco no –río entre dientes ella.

Los padres estallaron en risas mientras las niñas volvían a perderse por la casa, pero el ambiente había cambiado radicalmente. La madre descorchó una de las botellas de vino de “ocasiones especiales” y el padre encargó un par de pizzas para evitarse el cocinar siendo ya tan tarde.

-          No podemos repetir esto –dijo ella cuando su marido colgó a la pizzería-, tratarnos así.

-          No, tienes razón. Y menos delante de ellas.

-          Desde luego –respondió la madre mientras llenaba ambas copas de vino-, no quiero acabar como mis padres.

-          ¿Me sigues queriendo? –pregunto de repente él con voz trémula.

-          Sí, mucho. Pero solo con eso ahora no basta. Y lo sabes.

La pequeña se acurrucó en la esquina del estudio, escuchando a sus padres hablar tranquilamente del divorcio. Sin gritos ni golpes, ya no parecía de repente tan horrible, aunque la idea le seguía llenando de un miedo cerval.

Su hermana soltó a Kerchak, que se fue a buscar alguna otra rata al jardín, y se sentó al lado, dándole su calor.

-          Dijiste que lo solucionaría.

-          No –le respondió-, dije que le pondría fin a la guerra, que sería algo distinto.

-          ¿Mejor? –preguntó su hermana llorando gruesas lágrimas.

-          No lo sé –dijo mientras le abrazaba-, pero estaremos juntas.

-          ¡Y tenemos pizzas para cenar! –respondió riendo entre mocos

-          Y tenemos pizzas para cenar –respondió abrazándola más fuerte.

2 comentarios:

  1. Creo importante indicar que este relato es un guante recogido al "Desafío Kitsune'. Una iniciativa de "La Sombra del Kitsune" para fomentar la creatividad entre almas vagas como la de un servidor.

    Lo podéis leer aqui:
    https://lasombradelkitsune.blogspot.com.es/p/si-eres-escritor-ilustrador-o-en.html?m=1

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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