jueves, 31 de diciembre de 2009

Felicidades

Dentro del vetusto salón, ignorante de la algarabía que reinaba abajo en la plaza, el hombre se revolvió repentinamente en el lecho. Se estaba apagado poco a poco, sin dolor y sin ahogo, pero podía ver la angustia en sus ojos. Acerqué algo mas mi silla y le cogí la mano.


El anciano, con sus ojos ya blancos de cataratas, levantó su cabeza para intentar mirarme.


- Gracias, de verdad. Gracias por estar aqui.
- No pasa nada, anciano.
- En serio... - el anciano se perdió en sus propios pensamientos -
- ¿Se encuentra bien?
- Si, si, tan solo estaba pensando... - lágrimas acudieron a sus ojos - todo lo que podría haber hecho, todas las cosas que quería conseguir...
- No es momento para pensar en eso, - me incliné sobre él y le enjugue las lagrimas con un pañuelo de tela de los que siempre llevo encima - ha hecho cosas maravillosas, algunas de ellas seran recordadas mucho tiempo, y otras las aprovecharan sus hijos, y los hijos de estos.
- Llevas razón, - el anciano se recostó - he hecho cosas increibles y he visto cosas maravillosas. Tan sólo lamento no poder conocer a mi descendiente - me miró, aunque hacía horas que sus ojos ya se habían sumido en la oscuridad su mirada estaba cargada de súplica- le diria tantas cosas.
- Yo estaré aqui para eso, ya lo sabe anciano.


El hombre sonrió en su lecho de muerte, un reloj de un salón lejano repicaba, recordándonos lo rápido que el tiempo pasaba.


- Cuéntale sobre el miedo y sobre el placer. Háblale de los hombres buenos y de los peligrosos. Insistele para persiga sus sueños, y ayudale cuando se caiga. Dile que le quiero, y que ahí fuera hay un mundo mágico para que el lo descubra.
- Descuida, anciano
- ¿Estas ahí?
- Sigo aqui
- Tengo miedo


Apreté fuerte su mano y acaricié su pelo ya lacio. - Sigo aqui, anciano, no estas sólo - dije, pero su vida se le escapaba por segundos. En un instante, la persona al lado de quien había pasado tantos buenos momentos, con quien tantas grandes obras había conseguido, no era mas que un cuerpo sin vida.


Lloré por él.


Apenas tenía tiempo, le cerré los ojos y le tapé con la manta. Fuera del caserón los ruidos de la gente se hacian notar cada vez más: los ignoré completamente. Tán solo tenía unos latidos de corazón, unos toques de reloj. Le cerré los ojos y le tapé con la manta. Recité la oración - mil veces aprendida - y me retire un par de pasos.


Con las campanadas el gentío se silenció, como si supieran del milagro que yo estaba presenciando. La luz brilló bajo las sábanas, y estas bulleron con la vida que cambiaba allí dentro. Cuando terminó de sonar la última, el pueblo entero estalló en júbilo y alegría. Fiesta, deseos y magia ocuparían ahora la madrugada hasta el amanecer, pero ahora yo estaba pendiente de como un niño, demasiado pequeño para lo que le iba a tocar, aparecía confundido bajo las sábanas donde hacía apenas unos segundos había estado su padre.


- Hola, pequeño
- Hola señor - el niño titubeó mientras miraba en derredor, al vacío salón - no se muy bien lo que tengo que hacer ahora.
- Descuida, tu padre me ha dicho unas cuantas cosas que te vendran muy bien.


Me levanté y le cogí de la mano. Mientas le contaba brevemente como era el mundo al que había ido a parar recorrimos lentamente los pasillos y descendimos la escalera de alabastro hacia el jardín. Me paré ante las grandes puertas de madera a la salida de la mansión.


- ¿Y ahora?
- ¿Ahora...?


Pensé en todas las cosas que debía advertirle, en todas las personas de las que le debía proteger, y pense en todo lo que podía pasar. A la mierda.


- Hay un mundo mágico ahí fuera, año nuevo. ¿Querrás descubrirlo conmigo?


Juntos, de la mano, salímos a la fiesta y el alborozo.

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