sábado, 2 de abril de 2011

El viaje IX - En ninguna parte

Iniciamos la expedición al día siguiente, con Dremin ya recuperado. Íbamos bastante ligeros por consejo de Hazmat: cada uno llevaba sus armas, vituallas, algo de equipo de campaña y armadura de cuero blando –este último detalle molestó algo a Dremin.

Avanzamos entre la arena hasta llegar a la losa del día anterior, que Hazmat levantó casi sin esfuerzo. Bajo ella, la oscuridad parecía manar como la fuente de un riachuelo. A pesar de que el sol de la mañana ya iluminaba alto sobre las dunas, sentí un escalofrío.
  • Recordad -nos aclaró Hazmat por última vez- que no vamos a ningun sitio como los que conoceis.
  • Perdone, pero algunos de nosotros -interrumpio Dremin-, ya hemos bajado más de una vez a minas. Y con peor aspecto que este, por cierto.
  • No os equivoqueis, caballero -respondió el mago, frio e impasible-, pese a que este lugar se encuentre bajo nuestro mundo, ni aunque cavaseis toda vuestra vida encontraríais la forma de llegar al mismo, si no es por este camino.
El silencio se volvió a apoderar del grupo. Hazmat continuó
  • El camino será oscuro y accidentado. Os pido encarecidamente que no aparteis la vista de las escaleras y mantengáis vuestras antorcha encendida, de lo contrario pondríais en peligro al resto, y lo que yace ahí abajo supera de lejos mis artes. Caballeros...
Hazmat dió un paso, hundiéndose en la oscuridad. Uno a uno, los Adms y los guardias fueron entrando, luego Dremin y Rheshef, y al final llegó mi turno. Tomé una gran bocanada de aire, volví a mirar el sol por última vez, y me sumergí en la negrura.

Aparecí en una oscura sala oval, junto al resto de mis compañeros. El suelo, techo y paredes estaban tallados en una obsdiana oscura y pulida que parecía devorar la luz, y en la parte central se abrían unas grandes escaleras de caracol que iban retorciéndose mas y mas hacia las profundidades.

Fuimos descendiendo en parejas -pues aquellas escaleras eran bastante anchas-, apenas separados por unos pasos. La oscuridad que reinaba devoraba el brillo de las antorchas, dejándonos la sensación de estar enterrados en vida.

Ninguno hablámos durante aquella parte del descenso. A veces alguien comentaba algo, pero lo opresivo del ambiente le invitaba a cortar pronto la conversación, como el miedo de alertar a un depredador que nos rondase. En un momento que Dremin y yo íbamos a la misma altura, este me susurró al oido.
  • Maldita sea la hora en que hemos venido, maese. Este lugar no es nada bueno.
  • Lleváis razón, Sir Dremin. Pone el pelo de punta.
  • ¡No es eso Piteas! -refunfuñó- ¡Demonios, he estado en cuevas naturales, excavadas, profundas y cerradas... y en todas había eco menos en esta!.
Y Dremin estaba en lo cierto; nuestros propios pasos, el crepitar de las antorchas, el comentario de un compañero: todo sonido parecía amortiguado por aquella ominosa atmósfera.

Perdí la cuenta de las horas, pues el descenso se hacía interminable y tedioso. Sin embargo, pronto me confié, pues los escalones parecían estar en buen estado y la luz no nos faltaba: pese a estar disminuida, íbamos suficientemente juntos como para quedar a oscuras.

Descuidé la atención de los escalones y me dediqué a observar el resto de la escalera. El giro era muy cerrado, por lo que la parte interior apenas dejaba ver nada que no fuera la zona de la que descendíamos. La pared exterior, sin embargo, estaba decorada con más gracia. Unas pequeñas vetas de plata rompían la monotonía de la pared de obsidiana, otorgándole incluso algo de brillo. Sin embargo, al querer tocarlas, mi mano sólo atravesó aire y trastabillé, y no caí a la nada gracias a que el guardia Dester tuvo el acierto de sujetarme.
  • ¡No hay pared alguna! -Exclamé sorprendido, dejando vagar la mirada por la oscuridad sin límites.
  • Es... increible. ¡Todo eso esta vacio! -murmuró Dester a mi lado.
El abismo nos envolvía con su oscuridad, tan sólo rota por el brillo de los hilos argénteos, y lo hacía con más celo que la tierra guardando la caverna, o el mar ocupando una sima. Mi mirada descubría aquel golfo denso y ominoso, pero tenebrosamente acogedor.

Oí gritos detrás mio, pero me vi atrapado y no pude evitar dar un paso al frente, dejándome caer. Igual que la resaca arrastra al bañista mar adentro, así me alejaba yo de las escaleras y mis compañeros.

Avancé por los espacios llevado por un latido insano. Intenté aferrarme a las hebras de plata, como si fueran mi única y frágil protección, pero era incapaz de mover ni un sólo músculo si no era para ir hacia aquel ritmo maldito. Por el rabillo del ojo distinguí a Dester, flotando a muchos metros, y lamenté haber causado tambien su perdición por mi estúpida curiosidad.

Finalmente, todas las luces quedaron atrás, y nuestros ojos dejaron de servirnos para el lugar al que llegamos. El latido, que se había ido convirtiendo paulatinamente en un desagradable rumor, ahora era una algarabía de seres que pululaban a mi alrededor. Algunos me susurraban palabras extrañas cerca del oído, y otros chillaban incoherencias desde una lejanía imposible.

De repente todas las voces callaron, quedando agazapadas, y el silencio tronó ensordecedor. Noté entonces una terrible presencia delante mío, de unas dimensiones cósmicas, inabarcables por mi mente: estaba frente al vacío, la carencia hecha conciencia.

Y él me miraba.

Una brazo pasó por delante de mi vientre y me arrastró hacia atrás, con la luz, mis compañeros, y un duro suelo de obsidiana con el que me golpeé. Gemía como los niños que despiertan de las pesadillas, mientras me acostumbraba a ver de nuevo las caras asombradas de Excessus y Reshef. De fondo, un enfadado Hazmat juraba improperios.
  • ¡Imbéciles!¡Acaso no os dije que no os distrajerias de las escaleras!
  • Yo... -intentaba decir algo coherente, pero estaba apabilado- esa cosa me ha arrastrado.
  • ¡Y es un milagro que me haya dado cuenta a tiempo! -prosiguió el mago- Menos mal que os oí comentar nosequé sandeces, y os he aferrado antes que saltarais al vacío.
  • Pero yo, nosotros saltamos -a mi lado oí a Dester sollozar en silencio-, mas allá de los cordeles de plata.
Hazmat se puso en cuclillas, me miro directamente a los ojos y estuvo un rato largo escudriñando en ellos. Luego, muy despacio, me volvió a hablar sin enfado en su voz.

Habéis estado un segundo cautivado por el vacío maese, quizá dos. Pero en ese tránsito vuestra alma ha viajado hasta las mansiones oscuras de Dart Lagg... y os podeis sentir ufano, pues de allí rara vez suele volver. Tomad un trago de esto, os ayudará -y me alcanzó una botellita con un líquido oscuro.

Sin plantearmelo dos veces abrí la botella, que resultó ser aguardiente de Ágave rebajado, y le dí un buen trago. Mientras, Hazmat le comentaba al resto que, para recuperar fuerzas, sería lo mejor acampar en cuanto pudiéramos.

Seguimos bajando un rato largo, y llegamos hasta un lugar donde las escaleras se ensachaban aún más, dejando incluso un rellano entre tramos. Las paredes aqui si que estaban cubiertas -cosa que me relajó bastante- y decidimos aprovechar para acampar allí.

Dremin y Osuspiro encendieron una buena fogata y, pese al lugar y los hechos ocurridos hacía poco, el calor y el té de raiz me hicieron sentir de nuevo en casa de Reshef. Hablamos todos un rato de temas sin importancia, pues nadie queríamos hablar de lo que estábamos haciendo allí, y la gente se fue retirando poco a poco a dormir.

Hazmat no nos quitó el ojo a Dester y mi en toda la velada, cosa que me puso un tanto nervioso. Cuando el mago se fue por fin a dormir, el guardia se me acercó en la fogata.
  • No le hagáis caso, maese. Apuesto a que se muere de celos el maldito.
  • ¿Como decís? - respondí sin entender.
  • Lo que ois, que se muere de celos. ¿Os imagináis lo que daría un nigromante como él, por poder ver a Darth Lagg como hemos hecho nosotros?
  • No creo que Hazmat deseara eso precisamente. Si no nos estaría ayudando ¿no creéis?.
  • ¡Ja! -rió Dester con sorna-, de verdad os habéis creido su sarta de patrañas.
Dester miró a ambos lados: nos habíamos quedado sólo él y yo despiertos. Se inclinó y me dijo al oído:
  • ¿Quereis saber de verdad porqué viene Hazmat con nosotros? Bien, pues al parecer El Portal de Mojang solo lo pueden abrir dos Amn, depositarios del poder creador, empujando sendas hojas del portal.
  • Entiendo los reparos, pero creo que exageráis. Hazmat también tuvo problemas con la invasión, quedo aislado en Shai-Hulud...
  • ¡Pero no os dais cuenta que nos engaña! -espetó a punto de perder los nervios- ¡Eso es tan sólo una trampa! Así se ganó la confianza de Osuspiro.
  • Pero él no corrió peligro en ningún momento...
  • ¿cómo pensais que habrían sobrevivido a los ataques de monstruos en el Desierto del Oeste? ¡Tiene poder sobre ellos!
  • Calmaros, Dester. Si es como decís ¿porque no se lo comunicais a los Adm aparte?
  • Maldita sea, ¿no teneis ojos en la cara? ¡Los Adm quieren creer a Hazmar!¡ Están desesperados y cualquier solución les parece buena!
Quedé un rato callado, pensando. Dester observó mi gesto y añadió:
  • Sólo os digo que Hazmat esta aquí por propio interes: quiere conseguir el libro sobre las órdenes de los monstruos... y una vez en su poder las cosas estarán mucho peor que ahora, creedme.
Dester se retiró a dormir, dejándome a mí un rato atormentándome con la amarga duda. Descansamos pues, y al día siguiente reemprendimos el descenso, ya con sumo cuidado de no mirar mas allá de la escalera.

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