viernes, 15 de abril de 2011

El viaje XII - Cayendo en las brasas

Cuando abrí los ojos, mis compañeros seguían allí.

Pero todo a nuestro alrededor había cambiado. El suelo donde estaba tendido era áspero y poroso, aunque mucho más calido que las ruinas de hacía un instante. Nos miramos extrañados, para descubrir que todo en la vasta explanada donde nos encontrábamos estaba teñido por un resplandor rojizo, semejante al de las ascuas de una hoguera.

En el oscuro horizonte sólo se perfilaba la silueta de un gran pico, a cuyas faldas estábamos nosotros; el resto del ceniciento cielo estaba ocupado por nubes negras como el hollín y extrañas estrellas amarillas. A unos pocos metros, la propia explanada se cortaba en una caida vertical, de cuyas profundidades procedía el brillo que lo iluminaba todo.
  • ¿Donde estamos? -preguntó para sí, Osuspiro.
  • Esto, señores -se apresuró a responder Hazmat- es Nederia. 
Nederia, donde duerme el sol, los infiernos, el lado oscuro del mundo... había leído mucho acerca de esa tierra. Era un lugar lejano -algunos incluso lo situaban bajo tierra- en la que los mares eran de lava y las estrellas estaban tan próximas que se podían tocar con la mano. De tierra totalmente quemada, era el hogar de los monstruos de fuego y los aurífagos.

Y ahora nosotros estábamos allí, confusos y perdidos.
  • Bueno. Tendremos que apresurarnos. Tenemos poco tiempo para malgastarlo. -Dijo Hazmat, a la vez que se dirigía a la oscura silueta de la montaña.
  •  ¿Tiempo para qué? -preguntó Reshef mientras se ajustaba el turbante, que se le habia desanudado.
  • Para que el Griefer nos siga a través del portal -respondió el mago-. Aqui el tiempo avanza mas lento que en el resto del mundo, lo que nos da unos minutos preciosos.
  • ¿Y pensáis que en la ladera de ese monte nos podremos defender mejor? -comentó Dremin, valorando la situación
  • ¿Allí? -cuestionó Hazmat-; no, ni loco. Pero en el valle que hay detrás sí.
  • Espera, espera... ¿ queréis decir que tenemos que cruzar corriendo esa montaña? -gimió Reshef mirando las escarpaduras, pero el resto del grupo ya habíamos emprendido la marcha.
Durante las siguientes hora, ascendimos por los intrincados senderos, que apenas se adivinaban entre la ennegrecida roca. El calor que desprendía el suelo fue volviéndose insoportable conforme subíamos, hasta llegar al punto de no poder apoyarnos mucho rato para descansar, si no queríamos acabar abrasando las ropas.

En un par de ocasiones volví la vista hacia abajo: vista desde las alturas, la meseta de la que nos alejábamos parecía una pequeña isla, rodeada de un titánico océano de lava; lejos en el horizonte se distinguían otros promontorios, emergiendo afilados y retorcidos.

Hazmat me detuvo bruscamente, sacandome de mi ensimismamiento: delante nuestra el fuego brotaba de la propia tierra como si de un fogón se tratase.
  • Acostumbraos a mirar donde pisais, maese Piteas. -me reprendió mientras rodeaba la extraña hogera.
  • ¡Increible -musitaba Dremin-, piedra de fuego!
  • ¿La conoceis? -preguntó Excessus
  • Una vez, en Castro Cuvum -explicó Dremin mientras arrancaba unos trozos del suelo con un pequeño pico- tuve la ocasión de trabajar con ella. Da un fuego mucho mas potente que el carbón, ¡y arde semanas sin agotarse!. Maese, os recomiendo que recojáis aunque sea un poco... ¿sabeis a como la podríais vender cuando volvamos?
  • Si no nos damos prisa -replicó irritado Hazmat- no creo que eso ocurra jamás.
Apenas reemprendimos la marcha, se levantó un fuerte viento que arrastraba cenizas y nos quemaba el rostro. La mayoría nos agachamos, buscando protección entre las rocas a los lados del camino, pero Reshef tenía calados el turbante y el shemagh y permaneció impasible, mirando montaña abajo. Entre el grave ulular distinguí como el astrónomo me gritaba algo ininteligible.
  • ¡No os entiendo, Rheshef! -le grité, aunque mi voz quedó enmudecida por el viento
  • ¡El griefer! -alcanze a escucharle- ¡en la meseta!.
Haciendo acopio de fuerzas, me apoyé en una ardiente roca para incorporarme con suma dificultad. Protegí mi cara con ambas manos y miré adonde Rheshef me indicaba, para poder distinguir entre la ceniza y las ascuas arrastradas una gigantesca silueta que crecía por momentos.

El vendaval de ceniza amainó un poco (lo justo para poder seguir ascendiendo sin riesgo) y reemprendimos la subida sabiéndonos perseguidos. Ibamos bastante más lentos de lo que nos gustaría, pues tan sólo Rheshef podía avanzar con relativa seguridad de ver por donde pisaba, y además se tenía que preocupar de que el resto no nos despeñáramos intentando seguirle.

No habría pasado ni media hora cuando Hazmat, con gritos de alegría, vislumbró el paso al que nos dirigíamos. El lugar en cuestión era una estrecha grieta en la misma montaña, que pasaría inadvertida para quien no la buscase de propio.

Reshef quedó unos instantes afuera, oteando la bajada, mientras el resto pasábamos uno a uno dentro. Aprovechámos el resguardo para escupir la ceniza y beber agua; Osuspiro en particular había tragado mucho polvo y paso casi todo el rato tosiendo hasta que Dremin le dio un trago de aguardiente. Al momento entro Rheshef preocupado.
  • Hay movimiento en la meseta, el griefer no ha venido sólo.
  • Es el libro, con él puede invocar lo que desee -dijo Hazmat mientras se levantaba, cubierto de ceniza.
  • Pues lo ha aprendido a usar bien, he contado más de cien zombis que han comenzado a trepar por la ladera -le respondió el astrónomo.
  • Diez o cien, con lo estrecho de esta grieta podriamos resistir perfectamente -dijo Dremin mientras encedía su pipa.
  • Admiro vuestro valor -respondio Excessus- pero sed razonable. No es que venga uno o dos ejércitos, sino que puede lanzar contra nosotros lo que quiera. Tras los cien vendran mil, y otros mil tras estos ¿y qué haremos cuando se canse vuestro brazo caballero?.
  • Excessus lleva razón -añadió Hazmat, que se había acercado a la entrada de la grieta intentado inutilmente otear entre la ceniza-, debemos...
  • Esos monstruos no se detendrán aunque la tempestad arrecie -cortó Rheshef-, aunque sean lentos, van a cubrir esta distancia mucho antes de que nos alejemos. Nos alcanzaran muy pronto. Demasiado.
Hubo un silencio incómodo

  • Si alguien se tiene que quedar -se decidió a hablar Osuspiro- es adecuado que sea yo. Vine aquí a protegeros -dijo, dirigiéndose a Excessus.
  • ¡Los cojones! -se quejó Dremin, agitando su pipa con furia-, ¡no son diez arañas en mitad de un desierto jovenzuelo! -pegó una calada profunda a la pipa y añadió mohíno- Prefiero quedarme yo contra mil zombis a que vos me cubrais la espalda contra cien.
  • ¡Haya paz! -interrumpí entonces- , estoy seguro que podemos retenerlos sin que nadie tenga que acabar hoy haciéndose el héroe.

Me adelanté unos pasos, notando la tensión del resto del grupo. Lo cierto es que no tenía ni la mas remota idea de como podíamos salir, pero ya habíamos perdido suficientes compañeros como para sacrificar otro mas sin buscar alguna alternativa.

Y, mientras miraba la pequeña candela de la pipa de Dremin, se me ocurrió una idea para retrasarlos.

  • Sir Dremin. ¿A que altura estaba la piedra de fuego?
  • Casi toda la montaña es de piedra de fuego, pero la de antes... echa doscientos metros abajo: esta menos quemada y arde mejor.
  • Ya veo -contestó Hazmat- pero esta demasiado lejos para prenderla.
  • ¿Ni a tiros? -respondió Rheshef sacando la pistola
  • ¡Por dios astrónomo! -clamó Dremin- sólo prende con fuego
  • Quizas con una mecha... -aportó Excessus, perdido en pensamientos
  • En caso que tuvieramos tanta mecha -descartó Hazmat- tendriamos que ser capaces de acercarla doscientos metros montaña abajo, en mitad de una tempestad de polvo. ¿O acaso podría avanzar ella sola?
  • Tenemos una -respondí.
  • ¿Cómo? -preguntó Dremin.
  • Digo -repetí lentamente, repasando en mi cabeza- que tenemos una mecha que puede bajar sola doscientos metros.

Abrí la mochila y busqué impaciente hasta dar con un frasquito rodeado de piel, exactamente igual al que mis compañeros tendrían en sus mochilas. Lo mostré al resto.

  • Aceite de antorcha, señores. Denso, inflamable...
  • Y en cantidad abundante -añadió Osuspiro
Nos pusimos manos a la obra enseguida. Uno a uno, Reshef fue vaciando los frascos por la pared de la montaña, hasta que la brea llegó a la zona de la piedra de fuego. Prendió la mecha con una de las cerillas de Dremin, y la montaña se rodeó de su propio foso de fuego.

  • ¿Cuanto nos dará esto? -preguntó Excessus.
  • Esos monstruos arden de maravilla... yo creo que el tiempo suficiente -respondió Hazmat-
  • Bueno hechicero... ¿y ahora? -preguntó Rheshef-
  • Ahora, astrónomo, os llevaré a donde os prometí. A la fortaleza del valor.

Y, siguiendo a Hazmat, nos internamos en la oscuridad de la grieta.

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