jueves, 9 de febrero de 2012

Gestión de conflictos


Estamos en mitad de la oscuridad, sin ver absolutamente nada.

A los pocos segundos suena un zumbido de cebadores. Seguido a este, comienzan a tinitenar unos flexos que nos iluminan una destartalada sala llena de sillas, con una puerta en un extremo y una cortina en el otro. La luz blanca de los flexos da un aspecto frío a la habitación.

Se va oyendo un murmullo creciente de voces, se abre la puerta. Por ella entran un buen número de personas, casi todo mujeres, que toman asiento arbirariamente. Desde un lado de la sala que no vemos aparece un individuo encorvado, casi calvo y con gafas. Parece sacado de los dibujos de Forges.

  • Ejem -carraspea, buscando atención.

El murmullo cesa lentamente y todos los espectadores se fijan en el hombrecillo.


  • Buenos días; lo primero de todo es agradeceros que hayáis venido antes de vuestra hora de entrada.

Una persona levanta la mano entre la multitud. Sin esperar a que le den la palabra, interrumpe:

  • ¿Estas horas nos las descontaran de la jornada?
  • Si no os importa, con eso iremos luego -responde el hombre.

La mano baja de nuevo.

  • Bueno, bueno, bueno. Como ya sabeis, la empresa no atraviesa su mejor momento. No os voy a ocultar que la competencia es canina. Necesitamos que nuestros equipos de ventas estén en perfecta forma para adaptarse a los cambios, y por eso queremos hacer hincapié en la formación.

El hombre descorre la cortina. Tras ella aparecen un monitor de pantalla plana y una puerta doble. El formador saca un mando del bolsillo y clicka, apuntando a al monitor...

No pasa nada. Jura por lo bajo y se aproxima a unos cables que penden del lateral. Entre gruñiditos de impaciencia, cambia un par de conexiones hasta que se enciende la pantalla. En ella aparecen las palabras "Gestión de conflictos". Están escritas en "comic sans" y son de color dorado sobre fondo blanco. Surgen murmullos de los asistentes.

  • Bueno -dice el hombrecillo mientras se sacude las manos-, nuestro departamento de productividad ha detectado que, de los clientes que se van a otra compañía, el 27% lo hacen por incidencias mal resueltas. Como, ante el cliente, ventas somos "la cara" de la empresa, podemos resolver esto si aprendemos a Gestionar Los Conflictos.
  • A ver -comenta un voz anónima-, la idea esta bien, pero los marrones que traen algunos a las tiendas...
  • Y los humos -le apunta una segunda-, que algunos están que muerden.
  • Vale, vaaaaaale -les interrumpe el formador-, como ya nos imaginábamos en la coordinación que diríais algo parecido, hemos decidido cambiar algo en este cursillo. Os vamos a hacer caso en lo que siempre nos habeis pedido, y esta formacion será 100% práctica.

La sala se rodea de susurros de aprovación, y la mayoría de los presentes se enderezan en la sillas, interesados. Mientras tanto, el hombrecillo va hasta una silla, saca un informe y se coloca las gafas. Tras leer unas líneas para sí, hace callar a la sala con un suave chistido.

  • Os explico. En la otra sala -señala a la puerta doble, mientras lee en voz alta- tenemos el espacio de entrenamiento. Hemos traído a diez clientes por cada uno de vosotros. Todos ellos están descontentos por alguna u otra razón: tenéis que averiguar cual y calmarlos para "sobrevivir".
  • ¿Y será una prueba escrita o algo así? -pregunta alguien, haciéndo que el hombre mire por encima de la montura a la multitud.
  • No, no lo habéis entendido -responde suavemente el hombre- tras esa puerta REALMENTE hay diez personas por cada uno de vosotros.

Los asistentes, sorprendidos, comienzan a hablar entre sí. La sala se llena pronto de algarabía.

  • Por favor -dice el formador, algo angustiado por el caos repentino- ¿podemos continuar?
  • ¡Os habrá costado un pastón traer a tanta gente! -se envalentona una voz-, para eso podríais habernos dado el dinero en incentivos.
  • Jejeje -rie nervioso el hombre-, pues no creais, la mayoría son voluntarios.
  • ¿Voluntarios? -pregunta otro en las primeras filas.
  • Si, voluntarios. Les hemos dicho que, si nos traen vuestras cabezas, les devolveremos el dinero que se han gastado por culpa de los del 1004.

Se hace el silencio tras la afirmación.

  • Oiga, nosotros no podemos hacer nada con los marrones del 1004 -responde alguien desde las filas centrales-, ni siquiera somos de Vomistar.
  • Exacto -responde emocionado el formador-, ahi tenéis ya un argumento sobre el que trabajar. Pero os recomiendo que no se lo digais de esas maneras. Podríais enfadarles mas, y ya son muy violentos per sé.
  • También podría parar usted con la broma de la supervivencia -le espeta otra persona.
  • ¡No es ninguna broma! Pedisteis formación real y efectiva y... ¿qué hay más efectivo que luchar por sobrevivir?

Una de las jóvenes, de las filas mas retrasadas, se levanta de la silla presa de los nervios para intentar irse por la puerta de entrada. Al instante, un estallido eléctrico la manda por los aires hasta golpear una de las paredes, cayendo inerte al suelo.

  • Se me olvidaba, la puerta esta cerrada y electrificada, y sólo yo dispongo del mando para desconectarla y abrirla.

Quitando algunas personas -que han ido a comprobar si su compañera sigue viva- la mayoría siguen sentados, paralizados por el miedo.

  • Bueeeeeeeno, ahora que he recuperado vuestra atención, os comento.
  • ¡Esta muerta! -comenta alguien.
  • Bien, vale -responde el hombrecillo, molesto por las interrupciones-, pero al resto mas os vale escuchar para no estarlo. A cada uno de vosotros se os dará una bolsa con lo que usualmente teneis en la tienda, a saber: lápices, papel, una grapadora, un cúter...
  • Al menos iremos con armas -dice otra persona.
  • A los clientes -prosigue leyendo el formador- se les ha ha preguntado que traerían a nuestras tiendas. De esta manera, la mayoría han solicitado machetes, subfusiles y cuchillos carniceros.
  • Pero, ¿realmente cree que tenemos opción, a diez contra uno? -pregunta uno.
  • ¡Y además van armados! -añade otro.
  • Me gusta, me gusta -interrumpe el hombre-, fijaos: ya comenzáis a reaccionar como un equipo ante la adversidad. El caso es que hay una buena noticia para vosotros. Como tuvimos que traer a los clientes anoche, la mayoría han sido incapaces de esperar debidamente. Por las cámaras que pusimos nos consta que muchos se han matado entre ellos. Por ello solo os queda un tercio de lo esperado. El tercio mas fuerte y organizado, sí, pero siempre es menos que los que os teníamos preparado.
  • ¿Realmente hay muertos ahí detrás? -dice alguien que evidentemente no se recuerda del trágico final de su compañera.
  • Mirad vosotros mismos -dice el formador, mientras activa un mando a distancia.

En la pantalla, desaparecen las letras y, en pocos segundos, podemos ver una oscura y enorme sala. El suelo esta repleto de cadáveres y charcos de sangre coagulada.

La imagen cambia para mostrar, envueltos en bruma y con una leve luz marcando sus siluetas, unas apretadas filas de abuelos. La mayoría estan manchados de sangre y vendados. Algunos sujetan una gayata o se sostienen en andador, pero todos sin excepción van armados. Llevan armas de fuego sujetas con correas y machetes colgando de los cinturones.

Por un lado de la imagen aparece una anciana en silla de ruedas motorizada. La mujer, más pellejo que persona, va desnuda de cintura para arriba. Lleva del torso a la cara pintada de azul y blanco, el pelo apelmazado con lo que parece estiércol y los colgajos -que antes eran sus pechos- atados con cuerda de cáñamo a la cintura. Por la megafonía comienza a llegarnos pasrte del discurso con el que arenga a sus tropas.

  • - ¿No estais dispuestos -chilla la anciana- a cambiar todos los días desde hoy por una oportunidad? ¡Una oportunidad de matar a quien nos timó! Pueden que nos quiten la vida, pero jamás nos quitarán... ¡¡¡LA PENSIÓN¡¡¡

El monitor se apaga con un zumbido. En la sala todo el mundo guarda un silencio tenso. Podemos oir las gargantas tragando saliva y la piel de la infortunada crepitar. Un hombre se revuelve inquieto en primera fila y se levanta con energía.

  • ¡Ya basta! -grita enérgico-, no nos puede retener aqui. ¡Juntos somos un equipo! ¡Si nos unimos -grita a sus compañeros- le podemos arrebatar el mando de la puerta!
  • Por favor, serénese -intenta calmarle el formador.
  • ¿Me tiene miedo, eh? -replica el hombre, sonriendo triunfal.
  • La verdad, señor Luengo, es que me alegro que haya sido precisamente usted quien ha hecho eso.

Sin darle tiempo a perder la estúpida sonrisa, el formador saca una lugar del bolsillo, apunta entre los ojos a Luengo y dispara. La cabeza del desgraciado revienta como una sandía, salpicando a las primeras filas. Las personas que no chillan de pánico están en shock, cubiertas de sangre y trocitos de sesos de su compañero. El cadáver se tiene en pie unos instantes, con las articulaciones temblando histéricas, para luego desplomarse en el suelo. Mientras el formador se limpia las gafas con un pañuelo que saca de su camisa, oímos algunos sollozos.

  • ¿Alguna última pregunta? -inquiere el hombrecillo.

Una persona levanta la mano entre la multitud. Sin esperar a que le den la palabra, interrumpe:

  • ¿Pero... estas horas nos las descontaran de la jornada o no?

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