Jasón pegó su mejilla contra el cristal. A través de la
ventanilla pudo sentir el rumor de los motores, arrullándole en la
semioscuridad del avión. Volvió la cara y se puso a observar a Chiara, que se deshacía
los ojos intentando leer a la débil luz de la bombilla auxiliar. Su hermana
estaba tan absorbida por el libro que tardó un buen rato en darse cuenta que la
observaba.
- - ¿No estabas dormido? –preguntó, sin levantar la vista del libro.
- - Es que me aburro.
- - ¡Pues duérmete y no te aburrirás! –se volvió, dándole la espalda.
- - ¡Pero es que me aburro! –protestó el niño.
Chiara soltó un bufido, apartando el libro y volviéndose como
una furia hacia su hermano. Antes que
comenzaran a discutir, la voz de Büyük cortó la conversación.
- - ¡Quietos ya! El capitán ya ha anunciado que en menos de una hora estaremos allí. ¿Tenéis que ir alguno al baño?
- - No… -respondió Jasón mientras su hermana negaba con la cabeza.
- - Pues yo sí –sentenció Büyük mientras se desperezaba-, así que no montéis follón mientras voy al retrete. ¿Vale?
Los niños asintieron, obedientes.
- - Pues muy bien…
Hans se levantó torpemente, golpeándose la cabeza contra el
portamaletas: mientras juraba en silencio pensó que aquellos aviones no se
habían hecho para hombres de verdad. Solo muñequitos alemanes podían ir a gusto
en una lata de sardinas como aquella.
Jasón siguió la silueta del gigante turco perderse en la
oscuridad del pasillo. Cuando pensó que este ya no le podía oír, se recostó de
rodillas en el sillón y le susurró a su hermana.
- - Tata. ¿Crees que papá y mamá están bien?
- - ¿Bien? –Chiara se debatió unos segundos, intentando parecer tranquila, como una hermana mayor.
- - ¿Tata?
- - No, Jasón. No creo que estén bien –se volvió hacia su hermano-. Creo que les ha pasado algo malo: si no, habrían venido con nosotros desde Viena.
El pequeño guardó silencio y se hizo un ovillo. Intentando
contener el sollozo.
- - Chiara, tengo miedo -acertó a decir.
- - Tranquilo Jasón –la niña le abrazó-, Büyük nos protegerá. Yo te protegeré.
Büyük avanzaba casi a tientas hacia los baños, en la cola
del avión, tropezando con cada pequeña turbulencia. Algún pasajero quiso
protestarle, sacado de su sueño de un empentón fortuito, pero todos ahogaron la
queja al ver la impresionante mole. Cuando casi había llegado, una mano se posó
en su hombro.
- - ¿Büyük?¿Büyük Behar?
- - ¿Uh? –gruñó el gigante mientras se volvía.
Un rostro afilado le sonreía desde las sombras. Büyük repaso
mentalmente todos los agentes, soldados y guardias que había memorizado en los
archivos.
- - ¿No se acuerda?¿En serio? –el rostro salió a la luz. Era un hombrecillo menudo, de rasgos redondos y calva incipiente.
El turco tenía esa cara en algún rincón de su mente.
Mientras intentaba recordar donde la había visto, puso su mejor cara de lerdo y
le tendió la mano. El alemán se la estrechó efusivamente.
- - ¡Menos mal!, pensaba que se había olvidado de mí…
Büyük tiro levemente de su mano. Si era rápido, podía
desequilibrarlo y hacerle caer ante él: un golpe certero lo desnucaría al instante.
La mayoría de gente a su alrededor estaba dormida, pero si alguno se
despabilaba podía decir que era un mareo repentino.
Arrastraría el cadáver hasta el baño, lo empaparía de
alcohol y saldría él solo. Con las ganzúas, dejaría cerrado el baño por dentro
y parecería un desgraciado accidente: un borracho, un resbalón por las
turbulencias. Pero ¿y si el joven no era el único a bordo?
- - … y mire que estuvimos hablando por lo menos una hora en casa de Herr Hummel.
Su cabeza lo encontró: Karl Pragge, agregado cultural, hace
diez meses en Hamburgo. La tensión pasó y el turco retiró tranquilamente la
mano.
- - Claro que le recuerdo, Herr Plagge –respondió lentamente Büyük- pero tendrá que disculparme. Llevo doce horas de vuelo y estoy algo espeso.
- - Claro, claro –dijo el hombre entre risas-. Pero créame, Japón bien merece un viaje como este.
- - Si, si –sonrío el tuco, mesándose la espesa barba-. Ya disculpará, pero es que iba a los baños, y en media hora ya no…
- - ¡Oh, si, por favor! –respondió Karl azorado-, ¡ni había caído!
Cinco minutos después, Büyük se estaba lavando la cara en el
diminuto aseo del avión. Mientras el agua helada se escurría por la barba hasta
la pila de latón, intentó tranquilizarse. El servicio secreto había capturado a
los padres, y sólo de casualidad habían conseguido burlar el bloqueo en Viena.
Se sentó en la taza, repasando la situación. Los niños
estaban a salvo por el momento, y el brazalete con ellos. El tiempo corría de
su parte, y podrían llegar hasta su contacto en Japón antes que Berlín exigiera
su extradición por alta traición.
E incluso si el sabotaje de la radio había fallado y la
orden llegaba antes de lo previsto, la policía local no se daría mucha prisa. A
los japoneses no les hacía ninguna gracia que Berlín mandase ordenes como si
fueran una mera comparsa.
Pero la presencia de Karl le había puesto paranoico. ¿Y si había
un agente con ellos en el avión? El señor Plagge era, desde luego, lo más
alejado de un agente de campo que se podía imaginar pero ¿acaso no son esos los
peores?
Un pasajero impaciente golpeó la puerta del retrete, sacando
a Büyük de sus pensamientos. El gigante abrió la puerta disculpándose y regresó
hacia su sillón. Saludó de pasada al agregado cultural, que luchaba por sacarle
a la azafata un último vaso de schnapps antes del aterrizaje.
Al llegar a su asiento, encontró a los niños abrazados y
dormidos. Se quitó la chaqueta para taparlos y se sentó. Casi al instante la
radio crepitó y una voz anunció que iban a tomar tierra en Los Ángeles.
El gigante respiró tranquilo: tras doce interminables horas
de vuelo, por fin habían llegado a Japón.
Pues por de momento tiene pinta de ir a molar bastante... Muy bien escrito, por cierto ^^
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