miércoles, 8 de febrero de 2012

Gloria Mundi II


Hamanasu-San cerró la puerta metálica del viejo ascensor y este comenzó a subir lentamente. Su despacho estaba en el segundo piso y habría llegado antes tomando las escaleras, pero el perezoso traqueteo del ascensor y los crujidos de su cabina de madera le servían de ritual para afrontar un duro día de trabajo.

Aferró el vaso de café caliente para calentarse las manos -la delegación tardaría aún dos horas en encender las calderas- y observó despertar la ciudad a través de los grandes ventanales. La primavera había llegado a la prefectura de California y el paseo de Yamashita estaba bordeado de sakuras en flor.

Para cuando llegó al despacho, su secretaria ya le tenía preparada una buena montaña de informes sellados. La joven se levantó en cuanto le vio venir, saliendo a su paso mientras cogía algunas de las carpetas superiores.

  • -          Hamanasu-Sama –dijo azorada la joven mientras postraba la cabeza.
  • -          Buenos días Hiyori –sonrió el subcomisario- ¿algo importante?
  • -          La embajada alemana ha enviado estos informes a primera hora. Están sellados como muy urgentes, señor.
  • -          ¿Y acaso hay algo que no sea muy urgente para esos boches? –respondió mientras cogía las carpetas.


Hiyori no respondió, pero se adivinaba una sonrisita cómplice mientras volvía a su mesa junto al despacho. Mientras abría la puerta, Hamanasu ojeó los informes. Se quedó quieto en el sitio, con una mano todavía en el pomo.

  • -          ¿Se encuentra bien? –preguntó la secretaria al darse cuenta.
  • -          Si, Hiyori, si –respondió sin levantar la vista-. Por favor ¿podrías anular todas las citas que tenga por la mañana?
  • -          Por supuesto, Hamanasu-Sama
  • -          Gracias –musitó mientras entraba atropelladamente en el despacho.


Ya en privado, el subcomisario repasó una vez más los informes, esperando haberse equivocado al leer, pero no había duda. En ellos se comunicaba la ejecución de su hermano Greg por alta traición y se solicitaba la repatriación inmediata de sus hijos, supuestamente infiltrados en Japón. Aturdido, Hamanasu abrió la ventana del despacho y se encendió un cigarrillo. Mientras fumaba, intentaba asimilar lo que acababa de leer. Sin darse cuenta, dos gruesas lágrimas brotaron de sus ojos.

Greg y él habían estado muy unidos de pequeños, en los lejanos días del caserón de Ulm, cuando su nombre aún era Heinsen. Según todo el mundo, él era un estudiante brillante mientras que Greg vivía encerrado en su mundo de fantasías.

Aunque Heinsen disfrutó del rol de hijo modelo, siempre estuvo celoso de la libertad de Greg. Los maestros ignoraban al darlo por imposible, las institutrices lo evitaban como la piel del demonio e incluso los sirvientes le dejaban campar a sus anchas por la casa.

Incluso cuando su padre enfermó y comenzó a chochear, a Greg le dejaron estar con él casi todos los días. Heinsen, sin embargo, apenas pudo verlo: los maestros siempre lo prohibían, explicando lo terrible que sería para sus sentimientos y cómo le afectaría en el rendimiento.

  • -          Mierda de gente –pensó, mientras tiraba la ceniza del cigarrillo al patio de luces.


En cuanto tuvo control sobre su vida, escapó de la casa rumbo Praga para seguir  sus estudios. A esto le siguieron postgrados, congresos, estudios avanzados… Su apellido le abría cualquier universidad europea, y cualquier propuesta que le hiciesen era buena para mantenerse alejado de casa. En su ausencia, Greg se fue labrando amigos dentro del partido, ganándose al menos una posición acomodada para vivir.

Poco después murió su padre, y para Heinsen murieron con él los lazos que le ataban a Ulm. Se despidió de su hermano y se dispuso a salir de Europa, libre de tener que cargar con la herencia familiar. Pero no fue tan sencillo salir de “La Gran Alemania”.

Tan pronto como hizo gala de abandonar el continente, se le retiró el visado y las acusaciones se amontonaron contra él. Fue sospechoso de traición,  sodomía, subversión, ateo, cientifista y rojo. El régimen Nazi no quería dejar escapar uno de sus cerebros.

Ninguna de las acusaciones le llevó a la cárcel -gracias a las influencias de Greg dentro del partido- pero destruyeron su reputación y bloquearon cada intento de salir de Europa. Y así fue hasta la revolución del 67.
Grupos comunistas de la Rusia federal se alzaron en armas, y en Berlín todos tuvieron cosas más importantes que vigilar las idas y venidas de un científico. Greg le ofreció la posibilidad de abandonar Europa rumbo a la América Japonesa y no se lo pensó dos veces. Tras cambiar de identidad y un vuelo de quince horas en un desvencijado avión, Heinsen Einstein consiguió por fin su ansiada libertad.

En Japón las cosas le fueron  muy bien. Cambió de nombre a Souta Hamanasu y buscó algún puesto donde ganarse la vida. Su talento no pasó desapercibido, y poco a poco fue consiguiendo amistades que le promocionaron, hasta acabar de subcomisario de inmigración. Un destino irónico para un gaijin.

Apagó el cigarrillo y volvió a estudiar el informe. Al parecer Johan había molestado a los psicóticos de la Gestapo buscando acerca de un proyecto de su padre, la operación Longinos. El informe detallaba como su hermano se había hecho con un “arma de destrucción masiva” y la había intentado vender a terroristas turcos.

Pese a que le habían “neutralizado a tiempo”, Greg había enviado a sus dos hijos con el arma hacia territorio japonés, buscando asilo político. Hamanasu Apartó la foto de sus sobrinos y la miro un rato largo. El niño pequeño se parecía mucho a Greg, mientras que la niña le recordaba a las viejas fotos sepia de la casa de Ulm. Ellos eran lo único que le quedaba de su familia.


Comenzó a pensar cómo podía ayudarles. Si el informe llegaba al comisario Hayato, este no dudaría de cazar a los niños para entregarlos a la Gestapo: el muy miserable siempre buscaba maneras para congraciarse con la embajada alemana. Tenía que encontrarlos antes.

Hamanasu encendió una cerilla, tiró todos los informes a la papelera de hojalata y les prendió fuego. Mientras se consumían pensó en el tiempo que tendría, Berlín requeriría una respuesta en unas horas y enviarían algún teletipo. Quizás tuviera unas cuatro horas de ventaja, cinco si Hayato no hacía bien su trabajo.

Pensó que Greg ya había planeado esta huida con anterioridad, y seguramente contase con alguien en la zona. Buscó en el archivo a los sospechosos de ocultar refugiados y comenzó a descartar a los más improbables. Unos eran simples mafias, otros solo trabajaban con chinos o canadienses… al final consiguió reducirlo a una única persona: Héctor Laguna.

El señor Laguna era un mecenas local, que había amasado fortuna con la exportación de vinos a Japón. Muchos refugiados habían desaparecido en sus grandes viñedos, casi todos europeos. Aquella era la mejor opción. Cogió el teléfono y se intentó poner en contacto. Llamó a las bodegas, las tiendas, las varias casas, pero no conseguía localizarlo.

  • -          Hamanasu-Sama –se excusaba un secretario-, pero el señor Laguna es un hombre muy ocupado. ..
  • -          Es un asunto importante –respondió el subcomisario
  • -          Entiendo la urgencia, dejaré indicado que ha llamado y él le contactará en el menor tiempo posible.
  • -          No, no. No quiero que me llame aquí, ¿No podría decirme algún momento para localizarlo?
EEl silencio respondió al otro lado de la línea
  • -          ¿Oiga? ¿Sigue ahí?
  • -          ¿Don Souta? –respondió una voz con marcado acento latino.
  • -          Sí, claro. ¿Es usted el secretario personal de…?
  • -          No, no –cortó la voz-. Soy Héctor, Héctor Laguna
  • -          ¡Por fin! –Hamanasu se puso en pie, agarrando el teléfono, y caminó nervioso en círculos-. Necesito hablar urgentemente con usted.
  • -          No lo dudo, Don Souta, y estaré encantado de ello. ¿Esta noche le vendría bien? Unos amigos míos han venido de Europa y celebramos una fiesta en su honor en la mansión. Estoy seguro que disfrutará de su compañía tanto como yo.
  • -          ¿Esta noche? –Hamanasu se mordió el labio, crispado. ¿Acaso lo sabía?¿Estarían allí?-. Si, esta noche es perfecto.
  • -          Genial, entonces le espero a las siete. Una última cosa Don Souta
  • -          ¿Sí?
  • -          Venga sin acompañantes, por favor.



Héctor colgó al otro lado de la línea, pero Hamanasu se quedó un buen rato con el auricular en la mano. Si esta noche se presentaba allí, estaría cruzando una línea peligrosa. Hasta ahora sólo le podían acusar de haber traspapelado un documento, pero si le cogían intentado pactar algo con el señor Laguna sería acusado de traición. Eso significaría pena capital.

Activó el comunicador y pidió a Hiyori que desviara todos los teletipos a su despacho, y diera largas si llamaban desde la embajada alemana. Al cortar. Cogió la foto de sus sobrinos y la miró por última vez antes de arrojarla a la papelera, para que se consumiera con el resto de papeles.

Merece la pena –pensó.

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