sábado, 27 de agosto de 2011

Los últimos días de Agosto

Hoy ha sido la primera noche fría del verano en Zaragoza.

Cuando yo era pequeño (y el aire acondicionado un lujo desconocido), recibíamos esta noche con mucha alegría; abríamos de par en par las ventanas de la casa de mis padres, dejando que la fresca corriente inundara la casa, llevándose el bochorno. Era una de las noches mas agradables de todo el verano.


Esa casa ya no existe, pero los recuerdos que de ella atesoro son más reales que cosas ocurridas esta misma mañana. El olor de los últimos días de agosto, el tacto de la sábana fresca, el crujido al abrir los ventanucos de madera y la caricia de la brisa nocturna sobre mi cuerpo.

Esta noche, Silvia y yo nos la hemos tomado para los dos solos. Tras cenar, le hemos colocado el arnés a Nora y hemos paseado los tres por los jardines de la Aljafería, al lado de casa. Con las plazas vacías, nos hemos sentado en cada banco y terraza que nos apeteciera, y sumergidos en la brisa hemos recordado nuestros veranos pasados. Y me ha invadido la morriña.


Nunca me ha apenado que se acabe el verano; todo lo contrario: los últimos días de agosto eran en los que mis amigos volvían a casa. Tras un agosto entero habitando un desierto, la ciudad se plagaba ante mi de gente con prisas por reanudar sus vidas. Zaragoza salía de su hibernación estival.

Lo que realmente añoraba era la expectación con la que recibía esta noche. Tenía un significado especial -aunque no muy definido- que marcaba el ritmo de mi vida. Ahora he crecido y este ritmo se ha desbocado, arrasando con todo.

Pero, paseando entre olmos y sauces, me he dado cuenta que esa magia nunca estuvo allí. Esa noche, esta noche, no es especial porque una casualidad cósmica haga que las estrellas se alineen. Es especial porque lo quisimos sentir así en su momento, y merece ser recordada porque quisimos que fuera memorable. Y por ello puedo recuperarla.

Me recuerda al consejo de "Entre copas" sobre encontrar la ocasión especia para abrir el idealizado Cheval Blanc: "El día que abras un Cheval Blanc del 61 será la ocasión especial".


Quiero que haya mas ocasiones especiales en mi vida, y voy a ponerme a ello.

viernes, 19 de agosto de 2011

Dracula's Lament


Esta noche hemos aprovechado para ver, una vez más, "Forgetting Sarah Marshal". La tradujeron en español como "Paso de tí"... para liarse a palos.

Os la recomiendo. Se hace corta -hora y tres cuartos-, tiene buenos golpes y es entretenida. No cambiará vuestra concepción de la realidad tal y como la conocéis, pero os echareis unas risas. Muy adecuada para quitarse la morriña de los últimos días de agosto.

Hacia la mitad de la película, Jason Segel toca una canción pegadiza. Dentro de la película, sirve de tema central para una versión cómica de Dracula, protagonizada por marionetas. ¡Me moló mucho! Aquí os la dejo.






It’s getting kind of hard to believe
things are going to get better
I’ve been drowning too long to believe
that the tide’s going to turn

And I’ve been living too hard to believe
that things are going to get easier now
I’m still trying to shake off the pain
from the lessons I’ve learned

And if I see Van Helsing, I swear
to the Lord I will slay him!
A-ha-ha-haa! Take it from me
I swear I will let it be so! A-ha-ha-haa!!

Blood will run down his face
when he is decapitated…aah!
his head on my mantle is how
I will let this world know:

How much I love you–
die…die…die!
(Pause)
I can’t.


Y no soy la única persona a la que le ha encantado. Por youtube hay múltiples versiones, montajes y covers. La que más me ha impresionado era una animación flash, al estilo dibujo animado.




Y, por último, añado una versión alternativa, cantada por el propio Jason Segel en "The late late Show".




miércoles, 1 de junio de 2011

Aclarando cosas

Al igual que la mayoría de mis lectores, estoy pendiente con todos los acontecimientos relacionados con la @spanishrevolution. Estoy pegado a los feeds y frecuentando las plazas, a ver que se cuece.


Cierto es que me llama la atención que, cada vez más, es muy difícil encontrar información sobre lo que va aconteciendo. Incluso si usamos Google Noticias, tenemos que buscar de propio, pues ya han retirado las noticias de portada.


¿Censura? Yo creo que sí. Es impresionante el eco que el movimiento encuentra en otras partes del mundo, mientras su la cobertura mediática tiende a 0. ¡Ni siquiera salieron en portada las cargas policiales contra las marchas en París!


Aún así, no quiero perder la cabeza. Desde mi humilde blog quiero romper una lanza por los Mossos d'esquadra, tan vilipendiados desde la carga de plaza Cataluña. En especial contra la polémica que ha suscitado la siguiente foto:




Os aseguro que el Mosso NO PRETENDE golpear al paralítico, sino al joven que esta detrás escondido (cuesta, pero si miras bien lo veras). NINGÚN Mosso cargaría así sobre un pobre impedido.

Creo que, como el paralítico no puede huir, lo esta dejando para luego. Para cuando ya este cansado de arrear tortazos a gente que corre.

Que son profesionales, joder...

domingo, 8 de mayo de 2011

El viaje XV - In Memoriam

Hubo vítores y gritos de alegría al ver morir al griefer. Skass nos llamó a la calma, recordándonos que aún quedaba trabajo por hacer. El capitán mandó un grupo de hombres a través del puente, estos limpiaron la otra orilla y regresaron con el libro de los monstruos.

Mientras el resto usamos el carromato que antes llegaba el cilindro para cargar a los caídos. Cuando la avanzadilla volvió, regresamos al corazón del templo del valor. Allí tratamos a los heridos y, cuando pudimos emprender la marcha, Phank creó un portal hasta la casa de Reshef.

¡Cuanta alegría sentí al volver a sentir de nuevo el sol y el viento! El astrónomo quedó a descansar en su casa, junto a Excessus y Hazmat. Mientras, los otros dos Adm volverían a pie hasta Espaún con el libro; aún con el griefer muerto no era aconsejable abrir portales alegremente. Me despedí de Phank y Skass, prometiendo que les visitaría en un futuro no muy lejano, cuando acabara mi viaje a Norsk.

El capitán trocó con nosotros algunos puros por té enano, y me aseguró que estaría muy interesado en hacer negocios conmigo cuando me pasase por Espaún. ¡Qué poco me imaginaba que aquella sería la última vez que le vería con vida!

Tras todo el ajetreo y una descansada cena en casa de Reshef, Dremin y yo hicimos petate de nuevo para continuar hacia Norsk. Osuspiro, agradecido por nuestra ayuda, se ofreció para acompañarnos en el último trecho.

Tomamos una barcaza frente a la casa del astrónomo y, sin apenas acercarnos a la costa, navegamos el resto del primer día. Disfrutamos del sol y la brisa marina como si fuera la primera vez, incluso me dio un golpe de calor y tuve que tomar hierbas calmantes.

Al atardecer llegamos sin percance al castillo de Azafrania, el último antes de las tieras salvajes. Nos recibió su barón, viejo conocido de Osuspiro. Sorprendido de tener visitantes en tan malos tiempos, nos invitó esa noche a una opípara cena, en la que entretuvimos a la corte con las andanzas de los últimos días.

Al dia siguiente, los hombres del barón nos escoltaron hasta la linde de sus tierras. Allí nos señalaron el camino para cruzar Desierto Camelia y llegar a los bosques Sin Fin, donde se encontraba Norsk.

Cubrimos la distancia raudos y ligero, quizás por saber nuestro destino tan cerca, y llegamos hasta el lago de Norsk esa misma tarde. Más la visión de la ciudad sacudió nuestros corazones.

Columnas de humo salpicadas por doquier delataban varios incendios entre las casas. La muralla, siempre alta e imponente, estaba derruida en algunas partes. Sus brechas estaban pobremente cubiertas por barricadas improvisadas.

Al acercarnos a la puerta sur, un par de guardias maltrechos y famélicos nos reconocieron a sir Dremin. Este les solicitó audiencia con el hidalgo Skylanden y nos dejaron entrar. Atravesando la ciudad vimos la miseria en las calles. Muchas casas estaban derruidas y requemadas. La mayoría de los habitantes vagaban entre las ruinas, tristes y con la mirada perdida; sus rostros reflejaban el hambre y el miedo por los ataques sufridos.

Llegamos hasta la alcaldía, sombra medio derruida de lo que había sido, y subimos hasta la sala de Skylanden. El hidalgo, triste y apagado, nos habló acerca de los terribles ataques que la ciudad había sufrido desde hacía semanas.

Al igual que en el resto de ciudades, todo comenzó con el bloqueo de los portales y las de oleadas de monstruos al caer el sol. Algunos hombres, preocupados por la falta de comida, marcharon en caravana hacia el sur. La expedición fue atacada a mitad de camino y muriendo muchos hombres, regresando heridos el resto.

A partir de ahi la cosa fue a peor. Los monstruos atacaban las murallas cada noche, hasta que unos creepers abrieron brecha. El caos se desató en las calles y, para cuando los escasos guardias consiguieron rechazarles, comenzaron a bombardear con  rocas candentes. Esa noche perdieron el granero y casi todo el barrio sur en un gran incendio. El hidalgo organizó una milicia improvisada al día siguiente, para poder sustituir a los guardias caídos: los propios ciudadanos defenderían las murallas.

Hacía dos días, sin embargo, los ataques casi cesaron. Desde entonces Skylanden había organizado el desalojo de la ciudad. Los guardias protegerían una única caravana de civiles hasta Azafrania, y dejarían Norsk abandonada.

Molesto por la noticia, Dremin me arrebató el petate y lo abrió. Mostró el contenido al hidalgo y pasó a relatar todas las penurias que sufrimos para traer el grano. Contó tambien nuestro encuentro con los Adms, la historia de Excessus y todas nuestras peripecias en Mojang y Nederia.

Al terminar, el caballero se acercó a Skylanden y le dijo:

  • Señor, en pago a tan largo viaje sólo os pedimos una cosa: dejadnos replantar los huertos.
  • Pero la ciudad será abandonada, sir Dremin, ya esta decidido -respondió el hidalgo-. Aqui sólo quedan ruinas y tristeza.
  • Entiendo vuestro pesar, Skylanden, pero en serio os ruego que les deis una oportunidad.
  • ¿A las semillas? -Respondió esbozando una sonrisa
  • No, a los habitantes de Norsk. Maese Piteas y yo...
  • [Ejem] -Tosió Osuspiro.
  • ...y Osuspiro -corrigió Dremin-, nosotros hemos arriesgado la vida en este viaje porque creemos en Norsk. Porque deseábamos traerle un soplo de esperanza. Por favor, dad una oportunidad a vuestro pueblo de elegir que hacer con él.
  • Los ataques no se recrudecerán -dijo Osuspiro-, si en una semana seguís queriendo abandonar la ciudad, contareis con mi espada para defender a vuestros hombres.

El hidalgo lo meditó, y al final decidió darnos una semana de tiempo. Los tres le dimos las gracias, y partimos a los huertos para plantar el grano de Valinor. La gente nos miraba desconfiada al comienzo, pero más de uno corrió a ayudarnos cuando vió lo que hacíamos.

Esa noche, aunque no había crecido apenas nada de trigo, la gente del pueblo celebró fiesta por nuestra llegada. Repartí los puros de Skass, y estiré todo lo que puede el té y las especias para ofrecer algo medio decente. Fue, con lejos, la comida más insípida que habíamos probado (¡incluso comparada con la poca que tomamos en Nederia!), pero desde luego fue la mejor cena: sabía a victoria.

Esa semana se obró el milagro: cada dia más ciudadanos decidían quedarse y reconstruir sus casas. Los cazadores pudieron volver a cobrar piezas por los bosques Sin Fin, sin miedo a encontrarse con un monstruo. El trigo crecía mientras fuerte y sano.

Nos tocó repetir una y otra las historias de nuestras aventuras. Prácticamente todo el mundo en la ciudad se las aprendió de memoria, incluso hubo quien las acabó contando mejor que nosotros. La fama y el favor de Skylanden me valieron el poder colocar una pequeña tienda en la misma ciudad -de exito rotundo-, y ser nombrado "Amigo de Norsk".

Al igual que la primavera borra los rastros del invierno, Norsk volvió a florecer, dejando atras sus momentos oscuros y relegando nuestras aventuras a los cuentos de viejas. Tán sólo una estela de piedra, grabada por Osuspiro, Dremin y yo, recordaba todo lo ocurrido rezando:

IN MEMORIAM QUI ABSENTES

Finalmente llegó el dia en que los portales se reactivaron, con fiesta y jolgorio en todas las ciudades. Aproveché entonces para volver a mi casa en Valinor y tomar un descanso de todo lo ocurrido, antes de volver a los negocios.

Mucho tiempo despues volvería a Norsk en circunstancias harto distintas. Sería buscando supervivientes mientras los Chunks devoraban Serveria. Pero eso es otra historia que tendrá que ser contada en otra ocasión.

lunes, 2 de mayo de 2011

El viaje XIV - A hierro muere

Aguardamos a los flotantes espadas en mano. Sus explosiones cada vez sonaban más cerca. Delante mía, Osuspiro sujetaba a un Hazmat que se esforzaba por permanecer en pie. Alguien gritó con voz potente:
  • ¡A mi orden, guardia! ¡Atacamos en uno...!
Miré a Dremin, sorprendido de su enterezas. Encontré entonces al caballero mirándome anonadado. Delante nuestra, el mago y el explorador buscaban atónitos el origen de la misteriosa voz.
  • ¡Dos...!
Al tanto el retumbar de las explosiones llegaba a la puerta, una luz azulada bañó la estancia. Las hojas de alabastro se combaron bajo la presión de los monstruos, empujándonos con violencia a los lados. Una miríada de flotantes entró en la estancia.
  • ¡Y tres!¡Fuego!
Decenas, cientos de flechas surcaron el aire, masacrando a los flotantes. Sus cuerpos caían inertes entre nosotros, como hojas en otoño. A través del portal en el centro de la sala, atravesando una luminosidad azul turquesa, entraban varias filas de ballesteros. Habían llegado los refuerzos.

Dremin y yo nos retiramos, espalda en la pared, para evitar que nos alcanzasen los virotes. Los soldados, que serían más de medio centenar, disparaban sin cesar a traves del portalón con ballestas de repetición espaunitas.

Pronto el silencio cubrió el interior del templo. Un par de ballesteros me ayudaron a levantarme, y tras ellos escuché una voz conocida.
  • Os dije que os encontraría -dijo Phank. Ahora estaba ataviado con una elegante cota de placas.
  • No sabéis lo que me alegra -acerté a responder- ¿cómo supisteis donde estábamos?
  • El libro -dijo, mientras señalaba su petate- hace más cosas que abrir portales, maese.
  • Siento interrumpir -dijo un capitán de los ballesteros-. El tiempo corre en nuestra contra Phank. Si es cierto lo del libro, tenemos dos horas para dar con el griefer y recuperar el libro. -su voz, grave y decidida, me era familiar. Era la que habíamos escuchado justo antes del ataque.
  • Llevais razón, disculpadme. Piteas, os presento al capital Skass. El jefe de los ballesteros de Espaún.
  • ¿Skass? ¿El Adm Skass, fundador de la brecha helada?
Nos estrechamos las manos. Noté que tenía un "algo" especial, no gracias a su físico -desaliñado y de rasgos saltones-, sino por un aura de decisión y confianza que lo rodeaba. Era el tipo de persona que te puede guiar hasta el infierno y traerte de vuelta intacto.

  • ¡El mismo! Supongo que sois maese Piteas. Y vos -dijo, saludando al caballero- debeis ser Dremin. Phank nos ha hablado de vosotros. Es todo un placer. Y ahora, si me disculpan, tenemos un griefer que cazar. ¡Soldados!

Menos un pequeño grupo que se quedó con los heridos, los ballesteros se organizaron en filas y avanzaron a la par de Skass. La filas de vanguardia, con la ballesta a la espalda, portaban grandes escudos con ruedas. El resto de hombres se repartían equidistantes, guardando la formación. Osuspiro, Dremin y yo fuimos con ellos para guiarlos hasta el portón de entrada. Caminamos en retaguardia, donde los últimos soldados arrastraban un pesado carromato, cargado con un gran cilindro de metal bruñido.

No hubo piedad con los flotantes que fuimos encontrando. Mientras cruzábamos de nuevo las grandes salas, los ballesteros abatían a los grupos dispersos que quedaban emboscados. En más de una situación los flotantes alcanzaron a disparar sus llamas, pero los escudos de la vanguardia estaban hechos para resistir.

Llegamos al estrecho puente y pudimos ver un espectáculo dantesco del otro lado. El griefer, que habia aumentádo aún más de tamaño, estaba encaramado a la ladera de la montaña. El cuerpo de lo que antes era Dester se había convertido en un gigante abotargado, de quitinosa piel negra.

El monstruo poseía seis patas, acabadas en afiladas garras Ninguna de ellas estaba repartida de forma lógica por su cuerpo. Un par de gigantescas alas le permitían levantar algo el vuelo y, entre ellas, se distinguía una cabeza bulbosa coronada de ojos saltones. El griefer no paraba de aullar a traves dos fauces circulares y dentadas, como las de una lamprea, a la vez que una pupa ulcerosa a la altura de su pecho vomitaba incontables monstruos.

Apenas las primeras filas de ballesteros tomaron posición, comenzó a caer sobre nosotros una tormenta de fuego y flechas. Los portaescudos cerraron su formación para proteger a las primeras filas de ballesteros. Mientras, las paredes de la sala -ruinas tras el primer ataque de los flotantes- se desmoronaban sobre los nosotros.

Aún con toda la organizacion sufrimos muchas bajas. Las filas se dividieron y los hombres buscaron cobertura en las salas adyacentes, respondiendo al fuego con oleadas de virotes. Siempre con su vanguardia, Skass dió orden de concentrar las andanadas para limpiar el cielo de flotantes, aunque ello implicaba quedar muy expuesto a los arqueros de la otra orilla.

En mitad de todo el caos, el carromato al lado del que íbamos nosotros se adelantó hasta la posición del capitán. Lo aprovechamos como parapeto y pudimos acercarnos hasta el grupo de Skass.

No quedó ningún flotante en el cielo, pero las flechas silbaban continuamente a nuestro alrededor. Apenas me atrevía a levantar la cabeza de la pared derruida tras la que nos defendíamos, pero el capitán Skass y otro de sus hombres permanecían firmes sobre ella, calculando distancias con un astrolabio.

El adm se dejó caer a mi lado con expresión triunfante, mientras sacaba un cigarro puro del bolsillo de su casaca. Mientras lo encendía, me miró divertido y preguntó:

  • ¿Os habéis preguntado alguna vez como es ese "fuego sagrado" con el que contruí la brecha, hijo?
  • Mas de una, capitán. ¿Por?
  • ¡Porque lo vais a ver en primera fila! Tapaos los oídos y abrid la boca...

Skass se incorporó y aplicó la llama de su puro sobre una pequeña endidura en el cilindro de metal. Este comenzó a cimbrear ligeramente, dando paso a un rumor grave que creció hasta una fuerte vibración que hacía temblar el suelo. Me apresuré a seguir el consejo del Adm.

El propio metal comenzó a abombarse como un tonel, para luego proferir el mayor estruendo que recuerdo haber escuchado. Retumbó en toda aquella profundidad como cien truenos en uno solo. Su sonido me golpeo como un puñetazo en las tripas.

No me había recuperado del todo cuando vi que la mayoría de ballesteros se encaramaban a sus posiciones, siguiendo algo en el cielo. Temblando aún por la impresión, me levanté para ver lo que miraban.

Una gigantesca bola de acero al rojo vivo surcaba los cielos como un meteoro, e iba directa al cuerpo del Griefer. Cuando lo golpeó, otra explosión tan fuerte como la anterior se produjo, estremeciendo los cimientos de Nederia y destrozando la cima del monte quemado. Hubo una gran nube de humo en la montaña y desprendimientos en su ladera, oyéndose chillidos y algarabía en ese lado.

Cuando el humo se dispersó sólo quedaron algunos monstruos dispersos: el griefer había caido.

jueves, 28 de abril de 2011

El viaje XIII - El corazón del valor

Osuspiro se retrasó para obligar al astrónomo a continuar camino mientras el resto seguíamos avanzando. Cuando ambos volvían hacia nosotros, los monstruos comenzaron a organizarse. Las arañas pequeñas dejaron de intentar avanzar, mientras que las grandes se situaban en filas. Sus jinetes sacaron grandes arcos de hueso y tensaron sus cuerdas.

La primera andanada de flechas quedó bastante detras nuestra, pero con la segunda los esqueletos corregieron el tiro y las flechas comenzaron a caer a nuestro alrededor. Avanzamos a gatas entre la lluvia de flechas, destrozándonos rodillas y codos mientras rezábamos porque ninguna nos acertase. Hazmat, que lideraba la fila, llegó hasta la entrada del templete. Ya erguido, nos ayudó al resto a pasar a cubierto. Para cuando llegaron Osuspìro y el astrónomo nos habían disparado encima más de siete andanadas. Incluso alguna flecha se había clavado en el grueso petate a la espalda de Rheshef.

La sala que servía de entrada al templo estaba cerrada al exterior excepto por la puerta de entrada. Excessus y yo aún teníamos el arco intacto tras todas las peripecias. Repartimos las flechas que quedaban entre nuestros carcaj y buscamos ángulo de tiro desde el dintel. Dremin, por su parte, había explorado las salas de alrededor para saber desde donde podríamos cubrir mejor la pasarela. El caballero volvía contento, arrastrando un cofre que había encontrado en la sala contigua.

  • ¿Que traéis Dremin? -pregunté, mientras me ajustaba el carcaj a la espalda
  • Un regalo de los dioses maese -dijo, dejando caer el cofre delante nuestra: su interior estaba lleno de espadas de bella factura y brillantes armaduras.
  • ¡Vaya -exclamó Hazmat, que volvía tambaleándose desde la puerta-, esto si ha sido un golpe de suerte!

Y dicho esto, el mago se desplomó sin sentido en el suelo, sangrando profusamente. El Adm y yo nos avalanzamos sobre él. Un par de flechas le habían alcanzado en el costado y el brazo derecho.

Excessus aplicó los propios ungüentos de Hazmat sobre sus heridas, y al menos pudo parar la sangre. Rheshef ayudó a quitarle las flechas y vendar las heridas, y el resto nos repartimos entre la puerta y unas troneras que Dremin encontró en las salas contiguas. El ejército, al ver que nosotros ya estábamos a cubierto, había cesado en los disparos, quedando sólo alerta una guardia de arqueros al pie del puente. Estábamos a salvo por el momento.

Nos equipamos con lo que trajo Dremin, y decidimos pasar la "noche" (en Nederia no existen sol ni luna) en ese mismo lugar. La cena fue bastante frugal, pues no sabíamos cuanto tendríamos que esperar allí y debíamos racionar los alimentos. Tras comer fuimos montando guardia con los arcos de dos en dos, para reaccionar si el ejercito avanzaba.

Durante mi turno de descanso, el mago despertó tosiendo. Tras alcanzarle algo de nuestra mermada agua se incorporó y observó la sala.

  • No es buena situación...
  • Sería peor si nos hubiesemos quedado -respondí-, hicisteis bien en traernos.
  • Lo sé. Aqui nos podemos hacer fuer... – la tos, esta vez acompañada de sangre, interrumpió la frase. Me asusté bastante, la herida debía ser más grave de lo que pensábamos
  • Reclinaos, Hazmat. Guardad fuerzas.

Hazmat volvio a beber otro trao de agua, calmándose un poco la tos. Mientras yo arrojé un vistazo detenido a la sala donde estábamos. Sin ningun abalorio, los contrafuertes de las paredes se unían en una elegante bóveda sobre nosotros. A un lado y otro, guardaban el camino las salas de las troneras, donde ahora montaban guardia Osuspiro y Rheshef.

Detrás nuestra, en la pared contraria a la entrada, un portal custodiaba la parte interna del templete. El dintel de esta puerta era el unico decorado. Tallado como ramas de vid entrelazadas, simulaba sostener en su punto mas alto un cartel donde estaba tallada la palabra "VALOR". Todo me resultaba inquietantemente familiar.

  • Hazmat -pregunté extrañado- ¿alguna vez habíais estado aqui antes?
  • ¿Yo? -el hechicero volvió a intentar incorporarse- Jamás muchacho. Pero, por lo que veo en tu mirada, este sitio lo hemos visto tanto tu como yo.
  • No lo comprendo
  • ¿No conoceréis a Trevas, el escultor?

¡Trevas! Me acordé de su casa, en el Mons Cayvm. y como Dremin y yo tuvimos que salir de allí, perseguidos por los vagabundos. Parecía que habían pasado años desde esa noche. ¿Tenía el artista algo que ver en toda esta locura?

Le conocí en su juventud. Era un aprendiz, obsesionado con las legendarias obras del Adm Bob. Compartimos hogar durante un tiempo en la Bahía del Sol, donde yo buscaba inspiración y el comenzaba sus primeras esculturas.

Y en ese momento recordé. Trevas realizó un trabajo para los Adm de Espaún en las laderas del monte Nibél, cerca de Bahia del Sol. Siempre dijo que nunca le acabó de complacer del todo. Era un pequeño templete, que se podía usar como refugio si la noche sorprendía a los caminantes. Lo llamó "El templo al valor". Ahora me daba cuenta que no era sino una pequeña sombra del templo donde nos encontrábamos

  • Pero...
  • Yo también conocí a Trevas, maese -dijo Hazmat mientras se recostaba-, hace ya meses que abandonó su hogar en Mons Cayvm, atormentado por sus propias musas.
  • No os entiendo
  • Trevas es un gran escultor, sin duda, pero lo que realiza no es producto de su imaginación, Piteas. Desde joven, su mente se alejaba de su cuerpo durante el sueño, cruzando viajera los hilos de plata, y llegaba hasta aquí abajo. Él fue realmente el primer hombre en atisbar Nederia.
  • Y todo lo que el creo ¿esta aquí?
  • Aqui no, exactamente -el mago miró a traves del portón externo- allí fuera, si pudieramos viajar lo suficiente, admiraríamos la Dama fria, el Sol oscuro... todas sus construcciones
  • ¿Y como lo averiguasteis?
  • Trevas cruzó el desierto hasta Poniente hace muchas estaciones. Buscaba algún mago que diera alivio a sus sueños, que estaban cada vez más llenos de lugares retorcidos y oscuros. Tras tentarle con parajes gloriosos, Nederia le comenzaba a mostrar su lado mas siniestro.
  • ¿Él esta bien?
  • Desde luego, Piteas. Le encontré y me ofrecí a ayudarle. Aprendió a dominar de nuevo su alma durante el sueño, sujetándola férrea y guiándola donde el quisiese. En cierta manera, arruiné una inspiración monstruosa, pero le devolví la paz. En pago, él me ayudó a construir un plano de Nederia. Registramos cada isla, cada construcción, cada túnel y cada monstruo que observó.
  • ¿En la biblioteca de Atlantia?
  • No... aquí -Hazmat se señaló la cabeza mientras sonreía.

Me levanté, confuso, intentando recordar. Había algo importante que no alcanzaba a discernir. Algo que sospechaba vital para nuestra situación, pero que se escondía en un rincón de mis recuerdos.

  • Os veo anonadado, Piteas
  • No, no es esto, el caso es que...
  • ¡Alerta! Cruzan el monte quemado -el grito de Reshef cortó mis pensamientos.
  • Descansad Hazmat -respondí rápidamente, mientras corría a la tronera del astrónomo.

Dremin y Excessus se agolpaban detrás de Reshef, peleándose para ver lo que este avistaba con su telescopio. Durante unos momentos estuvimos pendientes de la oscurecida ladera del norte, esperando ver al mosntruoso Griefer cruzándolo, pero Reshef señaló el cielo oscuro.

Contra la espesa mata de nubes se recortaban una miriada de figuras, blanquecinas y abotargadas. El viento arrastraba lamentos inhumanos, disonantes y desesperados como el mugido de las reses en un matadero. Los seres, que paecían ser arrastrados por el aire hacia arriba, comenzaron a descender sobre nosotros torpe y lentamente.

El astrónomo disparó un par de flechas a los mas cercanos. Estos se desinflaron como un odre lleno de aire, cayendo inertes a la lava. Nos miramos incrédulos ante estos nuevos mosntruos, que no parecían revestir ninguna amenaza, hasta que Excessus alertó.

  • ¡Fuera de la tronera!¡Fue... -no llegó a terminar la frase. 

Una explosión de fuego destrozó la pared, y nos arrojó a todos hacia atrás. Sólo dejó tras de si una lluvia de cascotes ardientes. A punto estuve de perder el conocimiento.

Me levanté y vi que el Adm y el astrónomo se llevaron la peor parte, pues estaban delante en el momento de la explosión. A pesar de sus heridas y quemaduras, que aparentaban ser bastante graves, ambos respiraban, por lo que intenté sacarlos de allí.

Dremin se recuperó enseguida y me ayudó a volver a la sala principal con los heridos. Osuspiro había salido mientras tanto hasta la puerta exterior, donde disparaba a los nuevos monstruos. Los seres flotantes vomitaban llamaradas, que el explorador esquivaba como buenamente podía sobre el resbaladizo puente.

Cada vez que una de esas bolas de fuego tocaba la estrecha pasarela, estallaba furiosamente en llamas. Pero a pesar de esto el puente seguía intacto sobre el abismo. Mientras, el ejército de la otra orilla no perdía el tiempo. En un instante reanudaron la lluvia de flechas sobre el explorador que amenazaba con abatirle, si no resbalaba antes cayendo a la lava.

  • Joder con el héroe -se quejó Dremin
Dejó a Excessus junto al hechicero, mientras este se incorporaba asustado

  • ¡Piteas, examinad la heridas por si podeis hacer algo! Yo intentare que no maten al chaval.

El caballero corrió hacia el puente, donde Osuspiro intentaba resistir la nueva andanada de flechas. Hazmat mientras me iba diciendo qué debía hacer. Rasgué las vestiduras y apliqué los ungüentos que aún nos quedaban, pero el mago me confesó que no teníamos mucho con lo que teníamos allí. Sólo nos quedaba algo de linimento, pero necesitábamos equipo de quirurgía.

Y entonces se iluminó el oscuro rincón de mi mente.

  • ¡Es eso Hazmat!
  • Si, es eso maese, el Adm y el astrónomo moriran seguramente.
  • No, no, no. Es lo que Trevas me dijo en su dia del templo. Que no le gustó porque no estaba completo.
  • Ahora soy yo quien no os entiende maese
  • Me dijo que en el corazón del templo tenía que haber un portal, un portal a casa. Nunca lo entendí, pues no tenía sentido... un portal tan cerca de dos ciudades que ya poseían uno. Hasta que vos me lo habéis explicado. No era un capricho del artista, sino que él YA LO HABÍA VISTO EN SUEÑOS.

Hazmat comprendió al vuelo. Me ayudó a tumbar a Reshef y Excessus sobre sendas esterillas. Usándolas como parihuelas, los arrastramos hasta el interior del templo. Me volví a la puerta de entrada y avisé a los compañeros de la retirada.

En aquel momento Osuspiro se aferraba agachado al dintel exterior. Estaba sujetando a Dremin para evitar que cayese al abismo, en mitad de la lluvia de fuego y flechas. El caballero había acudido en ayuda de Osuspiro, pero resbaló apenas puso un pie en la pasarela. Gracias a los dioses, se aferró en el último instante y -mientras gritaba de espanto- quedó colgando del suelo de la entrada.

El mago yo nos adentramos en las salas interiores, seguidos de nuestros compañeros en cuanto Dremin pudo encaramarse. Sin apenas fijarme en detalles, recorrí lo más rápido que pude los pasillos, reconociendo el camino hacia el refugio interior.

Los ecos de los flotantes comenzaron a resonar por los pasillos, recordándonos la inmediatez de nuestros perseguidores. Pero entonces llegamos a una gran puerta doble de alabastro -que sin duda debía ser la inspiracion de las puertas de madera blanca del templo de Nybel.

Hazmat y yo empujamos triunfantes las puertas de la sala, para descubrir una cálida estancia de alabastro y madreperla, iluminada por dorados pebeteros. En la mitad, se levantaba un bello arco de obsidiana, pero este estaba limpio y vacío: no habia portal alguno.

Nos detuvimos un instante, incrédulos. Me sentí desfallecer y con ganas de llorar. Había acariciado una esperanza con los dedos y ahora sólo me quedaba la cruel realidad. Sin embargo Hazmat reaccionó pronto, arrastró a Reshef hasta el estrado y me indicó que hiciese lo mismo con Excessus. Mientras le seguía observé que las vendas del mago estaban encharcadas en sangre: sus heridas se habían abierto.

  • Hazmat, quedaos con ellos.
  • Piteas -me cortó decidido-, si he de morir, prefiero morir de pie y luchando. Ayudadme a ceñir una de las armaduras, por favor.

Mientras el mago se colocaba una de las cotas, Osuspiro y Dremin entraron atropelladamente en la sala.

  • Ya vienen -comentó jadeante Dremin -las explosiones a su espalda ratificaban sus palabras.
  • Las paredes interiores son gruesas, han resistido más de una llamarada de esos seres -dijo Osuspiro, mientras ayudaba a Dremin a cerrar las puertas de alabastro-. Creo que si nos colocamos a ambos lados de la puerta tendremos algo de parapeto.

Siguiendo el consejo, cada pareja nos colocamos a un lado de la puerta. Dremin y yo en una, Osuspiro y Hazmat en la otra. Dado que los dos ultimos arcos habían quedado destrozados, desenvainamos las espadas que Dremin había conseguido.

Entreabrimos las hojas de la puerta. Nuestra esperanza era que los seres bajasen a la abertura del dintel, en lugar de simplemente volar la puerta, y pudiéramos caer sobre ellos en cuerpo a cuerpo.

Mientras los flotantes se acercaban, oí a Dremin canturrear una oración por su alma. Fui consciente entonces que, aunque todo saliera bien, no hacíamos sino retrasar lo inevitable. Era el final.

  • Siento haberos arrastrado a esto, Dremin -le dije en un hilo de voz, sin atreverme a mirarle a los ojos.
  • ¿Bromeais? -dijo sorprendido-, Serveria entera esta siendo masacrada a traición maese. Gracias a vos he podido plantar cara y luchar. Con que hayamos retrasado unos días la caida, habrá valido la pena.
  • Desde luego tuve suerte de encontraros en  Drakenden -me volví hacia el  caballero-. Ha sido un honor, Sir Dremin
  • Lo mismo digo Maese Piteas -dijo, poniéndome la mano en el hombro-. Ahora, vendamos caras nuestras vidas.

viernes, 15 de abril de 2011

El viaje XII - Cayendo en las brasas

Cuando abrí los ojos, mis compañeros seguían allí.

Pero todo a nuestro alrededor había cambiado. El suelo donde estaba tendido era áspero y poroso, aunque mucho más calido que las ruinas de hacía un instante. Nos miramos extrañados, para descubrir que todo en la vasta explanada donde nos encontrábamos estaba teñido por un resplandor rojizo, semejante al de las ascuas de una hoguera.

En el oscuro horizonte sólo se perfilaba la silueta de un gran pico, a cuyas faldas estábamos nosotros; el resto del ceniciento cielo estaba ocupado por nubes negras como el hollín y extrañas estrellas amarillas. A unos pocos metros, la propia explanada se cortaba en una caida vertical, de cuyas profundidades procedía el brillo que lo iluminaba todo.
  • ¿Donde estamos? -preguntó para sí, Osuspiro.
  • Esto, señores -se apresuró a responder Hazmat- es Nederia. 
Nederia, donde duerme el sol, los infiernos, el lado oscuro del mundo... había leído mucho acerca de esa tierra. Era un lugar lejano -algunos incluso lo situaban bajo tierra- en la que los mares eran de lava y las estrellas estaban tan próximas que se podían tocar con la mano. De tierra totalmente quemada, era el hogar de los monstruos de fuego y los aurífagos.

Y ahora nosotros estábamos allí, confusos y perdidos.
  • Bueno. Tendremos que apresurarnos. Tenemos poco tiempo para malgastarlo. -Dijo Hazmat, a la vez que se dirigía a la oscura silueta de la montaña.
  •  ¿Tiempo para qué? -preguntó Reshef mientras se ajustaba el turbante, que se le habia desanudado.
  • Para que el Griefer nos siga a través del portal -respondió el mago-. Aqui el tiempo avanza mas lento que en el resto del mundo, lo que nos da unos minutos preciosos.
  • ¿Y pensáis que en la ladera de ese monte nos podremos defender mejor? -comentó Dremin, valorando la situación
  • ¿Allí? -cuestionó Hazmat-; no, ni loco. Pero en el valle que hay detrás sí.
  • Espera, espera... ¿ queréis decir que tenemos que cruzar corriendo esa montaña? -gimió Reshef mirando las escarpaduras, pero el resto del grupo ya habíamos emprendido la marcha.
Durante las siguientes hora, ascendimos por los intrincados senderos, que apenas se adivinaban entre la ennegrecida roca. El calor que desprendía el suelo fue volviéndose insoportable conforme subíamos, hasta llegar al punto de no poder apoyarnos mucho rato para descansar, si no queríamos acabar abrasando las ropas.

En un par de ocasiones volví la vista hacia abajo: vista desde las alturas, la meseta de la que nos alejábamos parecía una pequeña isla, rodeada de un titánico océano de lava; lejos en el horizonte se distinguían otros promontorios, emergiendo afilados y retorcidos.

Hazmat me detuvo bruscamente, sacandome de mi ensimismamiento: delante nuestra el fuego brotaba de la propia tierra como si de un fogón se tratase.
  • Acostumbraos a mirar donde pisais, maese Piteas. -me reprendió mientras rodeaba la extraña hogera.
  • ¡Increible -musitaba Dremin-, piedra de fuego!
  • ¿La conoceis? -preguntó Excessus
  • Una vez, en Castro Cuvum -explicó Dremin mientras arrancaba unos trozos del suelo con un pequeño pico- tuve la ocasión de trabajar con ella. Da un fuego mucho mas potente que el carbón, ¡y arde semanas sin agotarse!. Maese, os recomiendo que recojáis aunque sea un poco... ¿sabeis a como la podríais vender cuando volvamos?
  • Si no nos damos prisa -replicó irritado Hazmat- no creo que eso ocurra jamás.
Apenas reemprendimos la marcha, se levantó un fuerte viento que arrastraba cenizas y nos quemaba el rostro. La mayoría nos agachamos, buscando protección entre las rocas a los lados del camino, pero Reshef tenía calados el turbante y el shemagh y permaneció impasible, mirando montaña abajo. Entre el grave ulular distinguí como el astrónomo me gritaba algo ininteligible.
  • ¡No os entiendo, Rheshef! -le grité, aunque mi voz quedó enmudecida por el viento
  • ¡El griefer! -alcanze a escucharle- ¡en la meseta!.
Haciendo acopio de fuerzas, me apoyé en una ardiente roca para incorporarme con suma dificultad. Protegí mi cara con ambas manos y miré adonde Rheshef me indicaba, para poder distinguir entre la ceniza y las ascuas arrastradas una gigantesca silueta que crecía por momentos.

El vendaval de ceniza amainó un poco (lo justo para poder seguir ascendiendo sin riesgo) y reemprendimos la subida sabiéndonos perseguidos. Ibamos bastante más lentos de lo que nos gustaría, pues tan sólo Rheshef podía avanzar con relativa seguridad de ver por donde pisaba, y además se tenía que preocupar de que el resto no nos despeñáramos intentando seguirle.

No habría pasado ni media hora cuando Hazmat, con gritos de alegría, vislumbró el paso al que nos dirigíamos. El lugar en cuestión era una estrecha grieta en la misma montaña, que pasaría inadvertida para quien no la buscase de propio.

Reshef quedó unos instantes afuera, oteando la bajada, mientras el resto pasábamos uno a uno dentro. Aprovechámos el resguardo para escupir la ceniza y beber agua; Osuspiro en particular había tragado mucho polvo y paso casi todo el rato tosiendo hasta que Dremin le dio un trago de aguardiente. Al momento entro Rheshef preocupado.
  • Hay movimiento en la meseta, el griefer no ha venido sólo.
  • Es el libro, con él puede invocar lo que desee -dijo Hazmat mientras se levantaba, cubierto de ceniza.
  • Pues lo ha aprendido a usar bien, he contado más de cien zombis que han comenzado a trepar por la ladera -le respondió el astrónomo.
  • Diez o cien, con lo estrecho de esta grieta podriamos resistir perfectamente -dijo Dremin mientras encedía su pipa.
  • Admiro vuestro valor -respondio Excessus- pero sed razonable. No es que venga uno o dos ejércitos, sino que puede lanzar contra nosotros lo que quiera. Tras los cien vendran mil, y otros mil tras estos ¿y qué haremos cuando se canse vuestro brazo caballero?.
  • Excessus lleva razón -añadió Hazmat, que se había acercado a la entrada de la grieta intentado inutilmente otear entre la ceniza-, debemos...
  • Esos monstruos no se detendrán aunque la tempestad arrecie -cortó Rheshef-, aunque sean lentos, van a cubrir esta distancia mucho antes de que nos alejemos. Nos alcanzaran muy pronto. Demasiado.
Hubo un silencio incómodo

  • Si alguien se tiene que quedar -se decidió a hablar Osuspiro- es adecuado que sea yo. Vine aquí a protegeros -dijo, dirigiéndose a Excessus.
  • ¡Los cojones! -se quejó Dremin, agitando su pipa con furia-, ¡no son diez arañas en mitad de un desierto jovenzuelo! -pegó una calada profunda a la pipa y añadió mohíno- Prefiero quedarme yo contra mil zombis a que vos me cubrais la espalda contra cien.
  • ¡Haya paz! -interrumpí entonces- , estoy seguro que podemos retenerlos sin que nadie tenga que acabar hoy haciéndose el héroe.

Me adelanté unos pasos, notando la tensión del resto del grupo. Lo cierto es que no tenía ni la mas remota idea de como podíamos salir, pero ya habíamos perdido suficientes compañeros como para sacrificar otro mas sin buscar alguna alternativa.

Y, mientras miraba la pequeña candela de la pipa de Dremin, se me ocurrió una idea para retrasarlos.

  • Sir Dremin. ¿A que altura estaba la piedra de fuego?
  • Casi toda la montaña es de piedra de fuego, pero la de antes... echa doscientos metros abajo: esta menos quemada y arde mejor.
  • Ya veo -contestó Hazmat- pero esta demasiado lejos para prenderla.
  • ¿Ni a tiros? -respondió Rheshef sacando la pistola
  • ¡Por dios astrónomo! -clamó Dremin- sólo prende con fuego
  • Quizas con una mecha... -aportó Excessus, perdido en pensamientos
  • En caso que tuvieramos tanta mecha -descartó Hazmat- tendriamos que ser capaces de acercarla doscientos metros montaña abajo, en mitad de una tempestad de polvo. ¿O acaso podría avanzar ella sola?
  • Tenemos una -respondí.
  • ¿Cómo? -preguntó Dremin.
  • Digo -repetí lentamente, repasando en mi cabeza- que tenemos una mecha que puede bajar sola doscientos metros.

Abrí la mochila y busqué impaciente hasta dar con un frasquito rodeado de piel, exactamente igual al que mis compañeros tendrían en sus mochilas. Lo mostré al resto.

  • Aceite de antorcha, señores. Denso, inflamable...
  • Y en cantidad abundante -añadió Osuspiro
Nos pusimos manos a la obra enseguida. Uno a uno, Reshef fue vaciando los frascos por la pared de la montaña, hasta que la brea llegó a la zona de la piedra de fuego. Prendió la mecha con una de las cerillas de Dremin, y la montaña se rodeó de su propio foso de fuego.

  • ¿Cuanto nos dará esto? -preguntó Excessus.
  • Esos monstruos arden de maravilla... yo creo que el tiempo suficiente -respondió Hazmat-
  • Bueno hechicero... ¿y ahora? -preguntó Rheshef-
  • Ahora, astrónomo, os llevaré a donde os prometí. A la fortaleza del valor.

Y, siguiendo a Hazmat, nos internamos en la oscuridad de la grieta.