sábado, 19 de marzo de 2011

El viaje III - Las estribaciones Orientales

Al dia siguiente avanzamos a buen paso, alejándonos de las tierras bajas hacia el este, y volvimos a entrar en una zona llena de lomas y valles: las estribaciones heladas. Para cuando llevabamos media mañana el cielo comenzó a cubrirse, y el clima se volvió un punto mas desapacible.

No nos importó demasiado, pues llevábamos preparada buena ropa de abrigo. De hecho, nos sirvió para avanzar más rapido, pues en la zona no había tanto follaje ni pantanos como en las cercanías de Drakenden.

Pasado el mediodía, llegamos a la gran Cadena Oriental, siguiéndola hacia el norte nos adentraríamos en las tierras de los enanos -donde nos dirigíamos. Decidimos hacer un alto para poder comer algo y toma más café. En este primer descanso del día aprovechamos para conversar sobre el camino recorrido, de lo que habíamos visto la noche anterior y acerca de lo que nos esperaba.


No recuerdo quien de los dos sacó el tema, pero comenzamos a hablar del Camino Secreto. Cuentan las leyendas que, un par de pasarangas al sur de donde nos encontrábamos, la cadena se dispersaba en un laberinto de agujas y lomas, salpicadas por bosques, hasta llegar a la Brecha Helada.

Según la leyenda, Adm Skass encontró el sendero mientras intentaba cazar una corza blanca. Cuando el animal desapareció en mitad del páramo Skass la siguió y descubrió que la bestia había caído por una gigantesca grieta, que se abría hasta el corazón de la tierra. Consideró que aquello era una señal de Notch, así que recurrió al Fuego Sagrado de los Adm y excavo la brecha. La talló siguiendo sus vetas naturales, y la entregó a los habitantes de Serveria para que hiciesen de ella su hogar.


Pero todo el mundo piensa que la leyenda no es más que un cuento para decorar las decisiones de los Adm, y que no existe camino practicable alguno desde la Brecha hasta el resto de Server: sólo se puede acceder a ella mediante el portal de la ciudad.

Y hacía un mes que el portal había dejado de funcionar...

Para vivir en la brecha todo el mundo acató ciertas normas: nada de agua y sólo casas pequeñas excavadas en las paredes de la roca; por ello, todos los víveres de la brecha eran importados desde otras ciudades. Ahora, incomunicados, no acertaba a imaginar como podrían haber conseguido sobrevivir en condiciones. Tenían algo de animales, pero era en pequeños jardínes privados; y si alguien hubiera podido arrancar a la roca un camino hasta fuera de la brecha, se encontraría con un inhóspito páramo, helado y hostil.

No quisimos hablar mucho más sobre el tema, y acallamos nuestra preocupación fantaseando sobre una expedición como la nuestra, que se estuviera aventurando entre los hielos para llevarles víveres. Pero lo cierto es que, si a mi me habían considerado un loco por querer cruzar un camino salvaje, pero posible, ¿realmente habría alguien se intentase llegar a un lugar que es imposible de encontrar?

Tras la comida renaudamos el camino al norte, siguiendo la Gran Cadena. Nuestra senda se volvía mas abrupta por momentos, y no veíamos zona buena donde montar campamento, hasta que divisamos una torre de piedra en la lejanía.

Avivamos el paso esperanzados, pues según el mapa ya estábamos cerca de las tierras de los enanos, y aquella torre seguramente sería uno de sus puestos fronterizos. Conforme nos acercábamos, descubrimos que la torre formaba parte de un elegante castillo, rodeado por un amplio foso y altas murallas.

Rodeamos el foso hasta el puente, que se encontraba levantado, y Dremin hizo sonar un cuerno ante la entrada principal. Mientras esperábamos una respuesta, me explicó que, en aquella tierra de castillos, el cuerno era la forma habitual de avisar a los habitantes para pedir hospedaje.

Largo rato estuvimos espectantes, pero no obtuvimos respuesta alguna, ni fuimos capaces de detectar ninguna actividad en las murallas. Dremin fué a tocar el cuerno de nuevo, cuando se detuvo extrañado.

  • ¿Os habéis fijado en las almenas? - me preguntó mientras guardaba el cuerno.
  • Si, y no veo a nadie.
  • No, no, no... – respondió, sin desviar la mirada de las murallas – me refiero a que no hay luz alguna.
Caía ya la tarde y, pese a que con la luz del dia no me había percatado, bajo el ambarino y menguante ocaso podía darme cuenta de lo extrañas y oscuras que estaban esas murallas; ninguna tea iluminaba las almenas y por las ventanas no se veía luz. Ni tan siquiera se alcanzaba a distinguir el resplandor en el cielo de los patios de armas iluminados; el castillo estaba en perfecto estado, pero parecía totalmente desierto.

Decidimos intentar apurar el paso hasta las estribaciones cercanas, para buscar refugio en alguna pequeña cueva elevada, cuando vi algo que se movía en una de las torres. Avisé a sir Dremin para que parasemos un instante el paso y poder otear.

Aprovechando los ultimos destellos del sol extendí mi catalejo, pero no fui capaz de ver nada y se lo pase a mi compañero, que apuntó directamente a la torre donde creí ver algo. De repente, Dremin se quedó lívido y helado, tan solo para momentos despues arrojarme el catalejo mientras me decía.

  • Maese Piteas, por lo que mas querais, seguidme y no perdais el paso.
  • Pero que habeis – pregunté mientras Dremin se adelantaba a los senderos montaña arriba.
  • ¡Luego os lo explico! - me cortó – pero ahora seguidme y no os quedeis atras.
No protesté, asustado por la reaccion del caballero, y apreté el paso para igualarme a él. Tras de mí, un ominoso ruido de cadenas, cubrió la zona: el puente del castillo estaba bajando.
  • No os aconsejo mirar hacia atras, maese.
  • Como querais Dremin – jadeaba yo - pero... ¿donde vamos?
  • ¿No lo veis?¡Donde podamos montaña arriba!
La noche comenzaba ya a caer, morada y oscura, ocultando tanto senda como obstáculos. Con la luz de la luna habríamos marchado mejor, pero aún tardaría esta en alzarse por encima de las montañas que nos rodeaban.

Escuchamos una multitud de pasos cruzar rápidamente el puente de madera, lo que nos hizo acelerar nuestra carrera aún mas. Desobedeciendo a Dremin, miré de reojo a nuestros perseguidores, y se me heló la sangre en las venas.

Nos perseguía una marea negra de grandes ojos brillantes: multitud de arañas habían salido del maldito palacio, llevando en sus lomos siniestros jinetes en cuyos huesos se reflejaba la luz de las estrellas.
  • ¡Dremin!¡Muertos!¡Nos persigue un ejército de muertos! - Chillé espantado mientras me lanzaba a la carrera.
  • Os dije que no miraseis hacia atrás maese.
  • ¿Que hacemos Dremin? ¡Una cueva no nos va a servir!
  • Aguantad un poco más Piteas, ya llegamos.
Cinco minutos más corriendo sendero arriba, con el peso de nuestros petates, y ya notaba mis piernas destrozadas y sabor a sangre en mi boca. Abruptamente, Dremin se detuvo en una pequeña explanada.
  • Bien Piteas: esto haremos. El camino es por aqui, pero tendré que avanzar solo si queremos tener alguna opción.
  • ¿Y yo? -pregunté espantado ante la idea de convertirme en cebo.
  • Tranquilizaos –me dijo, mientras se descargaba equipaje– estáis en alto, con lo que les podréis disparar mientras llegan. Yo volveré en cuanto pueda
  • ¿Y si no volveis? -Espeté.
Dremin me miró fijamente, molesto.
  • Voy a volver, maese. Yo NUNCA dejo a nadie atrás, pero debo adelantarme sólo -casi me avergonzó de haber dudado de su palabra.
  • Bueno, pero ¿y si me rebasan?
  • Id subiendo la senda. Desde aquí es complicado mantener un buen ritmo con el equipaje que llevais, pero también será complicado para ellos avanzar. Podreis ganarles un poco más de tiempo
  • De acuerdo –le dije, mientras sacaba mi arco, pero Dremin ya se había adentrado montaña arriba, entre arboles y matojos.
Mi giré hacia la legión de seres que avanzaban montaña arriba. La senda era estrecha y, gracias a dios, tenían que ir en estrechas filas de a dos. Clavé un par de antorchas para tener mas visión y comenzé a disparar flechas.

Una vez calibré la distancia, conseguí abatir las primeras filas de monstruos a flechazos. Sus compañeros tuvieron que caminar por encima de los cadáveres, por lo que gané algo de tiempo para trepar más senda arriba. El camino era ya muy escarpado, tal y como había dicho Dremin, y tuve que avanzar a cuatro patas para no perder el equilibrio.

En cuanto pude volver a incorporarme, lancé otra andanada casi a ciegas contra mis perseguidores, que ahora se hallaban incómodamente cerca mío. Cayeron unos cuantos, pero otros comenzaron a su vez a dispararme, por lo que me cubrí para evitar ser alcanzado.

Disparé en cuanto pararon, ralentizándoles un poco; pero los jinetes comenzaron a coordinarse, y las ráfagas que me disparaban fueron mas frecuentes. Me cubrí con mi propio petate, que quedó atravesado como un erizo, y salí de la senda buscando el abrigo de los arbustos altos.

Abandoné la idea de responderles a los disparos, pues tan sólo habría quedado mas expuesto, y me centré en la posibilidad de seguir escalando, aferrándome a las matas y cubriéndome con las ramas bajas.

Los jinetes llegaron hasta donde Dremin y yo nos habíamos separado, y abrieron sus filas para poder dispararme mejor. Un par de seres descendieron de su montura y, reptando, comenzaron a darme caza.

Un par de flechas me alcanzaron en hombro y brazo, pero tenía tanto miedo que ignoré el dolor y me lancé como un poseso, intentando llegar a un punto más alto mientras los disparos silbaban a mi alrededor.

Avancé trepando como un gato, clavando mis manos en cualquier saliente hasta brotar sangre en mis dedos. En alguna ocasión noté una mano que tocaba mis pies, pero pateaba con fuerza y seguía adelante.

Desesperado como estaba, me agarré a una gran roca en lo alto de la senda, pero para mi desgracía noté como la piedra comenzaba a resbalar de la tierra, arrastrándome con ella ladera abajo.
  • Socorro – Logré susurrar. Habría querido gritar de espanto, pero solo me alzanzó para un hilo de voz, mientras comprendía que iba a caer hacia mi muerte.
Debió ocurrir muy deprisa, pero lo recuerdo ralentizado. Cerré fuerte los ojos mientras me notaba perder el equilibrio, preparándome para el golpe. Noté las flechas silbando alrededor mio, y algo aferró de repente mi brazo.
  • ¡No os soltéis comerciante, agarraos bien! - Dijo una voz enfrente mío
  • Disparad a esos miserables, hay cuatro entre los arbustos. - Ordenó sir Dremin
Cuando volví a abrir los ojos, un par de enanos me había agarrado por los brazos, y me arrastraron a cubierto de los disparos. Junto a ellos, una docena de ballesteros -liderados por Dremin– descargaban sus virotes sobre los jinetes.

Casi en volandas, me guiaron a traves de caminos encrespados, mientras los ballesteros cubrían nuestras espaldas. Estos se turnaban para poder disparar la mitad, mientras el resto avanzaba con nosotros a la vez que recargaba, sin dejar asi respiro a nuestros perseguidores. De esta forma cruzamos un par de arboledas y arrollos, hasta una pequeña torre excavada en la ladera de la montaña.

Una vez dentro de la torre, dos enanos atrancaron la puerta mientras el resto tomaba posiciones en las aspilleras. En aquel momento yo estaba extenuado, y además había perdido bastante sangre, por lo que en cuanto me sentí seguro perdí el sentido, y no volví en mi hasta el alba.

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