- Y entonces Bahía del sol ha sido asaltada... - Decía el astrónomo cuando llegué
- Al menos la parte del coliseo, si. Incluso se puede ver la luz de los incendios desde Espaún.
- Pero Espaún, la ciudad en si, ¿aguanta? - pregunté uniéndome a la conversación.
- Cuando nosotros partimos, y de eso ya hace tres días, los monstruos ya habían entrado en la parte norte de la ciudad y parte de la muralla oeste. Las barricadas ahora aseguraban la zona alta y el puerto, pero es cuestión de tiempo.
Quedamos un momento en silencio, resistiéndonos a creer que en aquellos momentos pudiera estar cayendo la capital. Fuera, la calma de la mañana se había olvidado de los horrores de la noche: tan sólo se oían las gaviotas y el rumor de las olas.
- Bueno, – renaude yo – si vos sois Adm de Espaún tendreis que saber algo de los portales ¿no?
- De hecho, mi compañero Phank y yo éramos responsables de casi todos ellos.
- ¿Y ninguno de ustedes sabe la razón por la que los portales dejaron de funcionar?
Excessus, que hasta ese momento apenas había levantado la vista de su té, me dirigió una mirada profunda y apesadumbrada.
- Por supuesto que lo se, maese Piteas. Fui yo mismo el que los desactivó.
Reshef y yo nos quedamos congelados. A mi no me salían las palabras, me acordaba de todo el caos y los problemas con los que me había encontrado. Fue el astrónomo el que se atrevió a preguntar.
- Pero... ¿Por qué?
- Creo que lo habeis entendido mal, –Excessus suspiró y se mesó el pelo– el problema no es que estemos asediados porque los portales estén apagados.
- Pero ¿habeis mirado a vuestro alrededor? -estallé- ¡A la gente que vive en esta misma costa le es imposible defenderse de manera organizada!¡Y como ellos la mitad de los pueblos!
- Maese, calmaos por favor. -intentó mediar Reshef, mientras me sujetaba.
- ¡No quiero calmarme! -le dije, mientras me zafaba para continuar enfrentándome con Excessus- ¡Las ciudades se quedan aisladas, algunas sin víveres!¿Y cual es el problema pues según vos?
- Dejad que me explique –me cortó el Adm con un gesto– y de seguro lo entenderéis.
Lo que contó Excessus
Todo comenzó poco después del ocaso; esa noche no tenía vigilancia y estaba tomando algo en el Garfio de Oro cuando tocaron la campana de alarma. Alguien habían alertado de un ataque en el puente entre Museo y Ramaverde. En menos de diez minutos ya nos habíamos presentado la mitad de guardia y los Adm en la plaza del puerto, algunos cansados, otros recién despiertos, pero todos preparados para un posible asalto.
Hicimos varios grupos, uno de los cuales tomaría un portal directo a la bahía Ramaverde, otro lo haría a Museo (para poder cubrir por el otro lado) y el resto acudiríamos corriendo a las torres del portón este. Desde allí se dominaba el puente atacado, y podríamos dar cobertura con los arqueros. Para nuestra sorpresa, cuando llegamos a las almenas nos encontramos un panorama desagradable: la bahía entera bullía de zombis.
Los compañeros que se habían teletransportado hasta allí los habían encontrado por todas partes. Les habían alejado del portal y los diezmaron en continuas emboscadas. La mayoría de supervivientes se habían hecho fuertes en el balneario, pero ahora estaban aislados fuera del alcance de nuestros arcos. Por su parte, en la zona de museo se alcanzaban a escuchar gritos y explosiones, aunque no discerníamos nada: la niebla del río evitaba que pudiéramos ver nada.
Tras asegurar el portón este, unos cuantos hombres y yo volvimos al pueblo, tomamos unas barzacas, y rodeamos costeando la bahía para poder socorrer a nuestros compañeros en el balneario. Llegamos hasta las cercanías, y subimos usando una senda escarpada que daba a parar justo en la parte norte de donde estaban guarnecidos.
Pos supuesto, nos encontramos varios zombis en el camino. Ibamos bien pertrechados para la batalla, pero no pude impedir que cayeran un par de hombres en una celada que los monstruos nos tendieron. Gracias al cielo, conseguimos rechazarles y hacia el portón, donde nuestros tiradores dieron buena cuenta de ellos.
Socorrimos a nuestros compañeros atrapados; ordené que vinieran con nosotros los guardias que estaban en condiciones de combatir, y que los heridos volvieran a Espaún a través del portal para poder tratarles.
Con la moral crecida, avanzamos en pequeños grupos coordinados, siendo ahora nosotros los que abatíamos a los zombis dispersos por las lomas de Ramaverde. El Adm Bob había lanzado un ataque a su vez desde el portón este, por lo que el perímetro seguro se había adelantado bastante de las murallas, y pudimos regresar a Espaún y organizarnos antes de medianoche. Sin embargo, los heridos que yo había mandando de vuelta no habían aparecido en la central.
Esto nos extrañó sobremanera, así que Bob y unos cuantos hombres se quedaron en la estación de portales intentando averiguar que había pasado. El resto decidimos prescindir de usar los portales, por si los monstruos nos esperaban al otro lado, e intentar otro desembarco, esta vez en la orilla de museo. Partimos muchas barcazas, adentrándonos en la niebla del rio para poder descubrir asustados las ruinas del puente del Este. Había sido volado por creepers en casi todos los puntos, y tan sólo asomaban ahora del agua unas pocas columnas, estiradas como brazos de naúfrago pidiendo ayuda.
Los primeros que llegamos a la costa distinguimos mas creepers entre la niebla, y avisamos al resto de que tuviesen cuidado; aún así algunos avanzaron contra nosotros. A pesar que derribamos bastantes a flechazos, uno de ellos llegó hasta las barcazas a nado, estallando y hundiendo a varios de nuestros compañeros en el río.
Desembarcamos en cuanto vimos un trecho de playa despejada y avanzamos por el sendero real en formacion cerrada, eliminando a cualquier monstruo que se nos acercase entre la bruma. Para cuando llegamos hasta Museo, la niebla comenzó a levantarse, y pudimos darnos cuenta que sólo quedaban ruinas y los cadáveres de nuestros compañeros.
La mayoría de los hombres estaban demasiado atemorizados o furibundos para poder guardar formación, así que nos dispersamos, y fue cuando un grupo de jinetes de arañas aprovecharon para atacar desde el bosque cercano. Más mal que bien, nos pudimos refugiar entre las ruinas de Museo usándolas como parapeto, pero muchos hombres valientes murieron en aquella emboscada.
En un momento de inspiración, Phank –el que ahora me acompaña en mi viaje- consiguió reorganizar a un grupo de hombres. Estos, usando viejos escudos del museo, avanzaron hasta la primera línea de árboles y prendieron fuego al bosque, matando así a muchos jinetes y poniendo en huida al resto.
Nos replegamos, dejamos a unos cuantos a cargo de los heridos, y el resto batimos la zona por última vez en una búsqueda –infructuosa- de supervivientes. Cuando pasamos cerca de las ruinas del portal de Museo, me fijé en un detalle desconcertante, pero que me guardé hasta que pudimos volver a Espaún: si bien el portal de Museo estaba en ruinas, no quedaba ningún rastro de una explosión de Creeper cerca de él. El portal había sido derribado por nuestros propios hombres. Supuse que había sido algún último acto de heroísmo por parte de la guardia que, al verse rebasada, quiso impedir que los monstruos pudieran aparecer en la ciudad.
Convencí a la mayoría de hombres para volver a Espaún, con la promesa de regresar a Museo la mañana siguiente para enterrar los cadáveres. Así reembarcamos de nuevo y llegamos hasta el puerto donde se agolpaba una multitud de ciudadanos. No habíamos aún terminado de atracar los barcos cuando un mensajero del Adm Bob ya me estaba dando las malas nuevas: habían vuelto a aparecer, casi de la nada, los monstruos invasores de Ramaverde.
Las patrullas que dejamos cuidando el perímetro de seguridad habían sido sorprendidos. Sólo una rápida intervención de nuestros arqueros les permitió replegarse hasta el portón sin sufrir apenas bajas. El Adm Skass, viéndose superado por la situación, había organizado una milicia ciudadana para complementar a la maltrecha guardia. Ordenó cerrar las puertas de la ciudad, declarándola sitiada, y colocó a la Guardia Alta de Ballesteros defendiendo el portón este.
Quise ir a reforzar los hombres del portón, pero el mismo mensajero me instó a ir raudo a la central de portales, donde el Adm Bob me requería con urgencia. Phank y un par de soldados vinieron conmigo para escoltarme hasta la estación central, donde encontramos a Bob y un buen número de guardias custodiando la entrada.
Bob y yó hablamos sobre lo que cada uno había descubierto. Le conté el estado de Museo, así como el sacrificio de nuestros hombres volando el portal, pero Bob entonces me abrió los ojos a lo que ya tenía que haber sospechado. Me contó como habían estado midiendo las runas Mod de cada uno de los portales, estudiando los cordones de oro etéreo que los unen a las lineas Ley, para descubrir que todos los portales apuntaban ahora hacia otro sitio.
No supe entenderlo demasiado bien, pero me explicó que aunque el viaje entre portales ocurre durante un instante más corto que un latido, se atraviesa entretanto otro universo escondido en las esquinas del nuestro. Un mundo construido a partir de los rincones donde desaparecen las cosas, el otro lado de los espejos, y los abismos que separan nuestro propio espacio.
No habían terminado aún de observar esto, cuando una oleada de seres había surgido por el portal de Valinor, acabando en segundos con un par de guardias que corrieron a interceptarlos. Abatieron los monstruos a flechazos, pero muchos más entraban en tropel por el portal y se vieron obligados a salir sellando las puertas. En ese momento se había dado la voz de alarma porque los monstruos acababan de volver a Ramaverde.
Nos dimos cuenta entonces lo que habían comprendido nuestros compañeros caídos en Museo: los portales ya no eran seguros -¡y yo había condenado a nuestros heridos del balneario pensando que los enviaba de vuelta a casa!-. Además, cada poco rato manaban de ellos virulentas oleadas de monstruos cada vez mas violentos y osados. Teníamos que desconectar la red para parar esto.
Phank, Bob y yo escogimos a los hombres en mejor estado para acompañarnos dentro de la estación, abrimos sus puertas y nos adentramos decididos. Dos guardias, que nos acompañaban portando grandes escudos, consiguieron hacer retirarse de la entrada a un copioso número de zombis que la ocupaban. Gracias a ello pudimos torcer hasta la escaleras al piso superior y subirlas casi a saltos.
La planta superior parecía desierta, lo que no hizo mas que inquietarnos. Avanzamos raudos hasta la sala de control, pero en ese momentos salió de entre las sombras de los altos techos un ser abotargado, de blanco fantasmal y largos tentáculos. Aullaba como una plañidera y se cernía sobre nosotros, uno de nuestros hombres alzó su pica para atravesarle, pero el ser escupió una llamarada que iluminó la estancia, acabando con la vida del guardia y abrasando el brazo y la cara de Bob, que cayó al suelo.
Phank y un arquero derribaron al ser y se quedaron junto a Bob mientras yo alcanzaba los controles de los portales. Fui desactivando las runas tán rápido como podía, pero a mis espaldas podía oir los gritos de los hombres al descubrir horrorizados como más monstruos surgían por uno de los portales del piso superior, que ni siquiera habíamos enlazado con otro.
Cuando me quedaban pocas runas que anular, fuí derribado por un ser de los que habían aparecido: una caricatura de hombre de grandes ojos sin pupilas, y con una parodia de manos convertidas en afiladas garras. Conjuré fuego contra él, pero apenas pareció hacerle daño y se avalanzó sobre mi cuello para degollarme. Y lo habría conseguido de no ser porque un guardia atravesó de una lanzada su cabeza, dejándolo casi empalado en la pared de los controles.
Aturdido, me levanté para ver como dos de aquellos seres habían dejado fuera de combate a Phank, y arrastraban hacia el portal de donde habían salido a Bob, que intentaba desesperado aferrarse a los huecos entre las baldosas.
Ordené al guardia que desactivase las runas, y me apresuré a intentar socorrer a Bob. Alcancé a los seres cuando casi estaban cruzando el portal, y me aferré a las manos de mi amigo para impedir que lo arrastraran con ellos. Los monstruos eran fuertes y forcejeé con ellos para salvar a Bob, pero cuando habían arrastrado mas de la mitad de su cuerpo por el portal mi amigo se zafó de mi para evitar que nos llevasen a los dos.
No pude siquiera despedirme de él, ni siquiera decir una última palabra desesperada como en las historias. El guardia terminó el trabajo que le había encomendado y el portal se cerró tras mi compañero, dejándome grabada su cara de terror al comprender que se lo llevaban a donde jamás podría volver.
Así que creo me entendereis, maese Piteas, cuando os digo que comprendo perfectamente cual es el riesgo que corremos todos. Al cerrar los portales las oleadas pararon, al menos esa noche, pero nos vimos aislados para avisar al resto de ciudades. Por desgracia el día fue apenas un respiro en el que aprovechamos para reconstruir lo caido: con la primera noche nos dimos cuenta que los monstruos seguían apareciendo, siguiendo las Lineas Ley, y en grupos cada vez mas numerososExcessus bebió de la taza, y quedó un rato largo en silencio, mirando a través del ventanal. Yo me sentía avergonzado por mi ataque de ira, y atemorizado ante lo que nos acababa de relatar. Los monstruos cada noche se levantaban mas fuertes, y ni siquiera estabamos unidos para hacerles frente.
- ¿Y – dijo dubitativo Reshef – no hay ninguna solución? ¿Sólo el huir del epicentro de la desgracia?.
- No os equivoqueis, astrónomo, –Excessus sonrió– no estamos huyendo, sino siguiendo la última esperanza que tenemos.
- ¿Y en que consiste? -pregunté intrigado.
En ese momento, Phank llegó hasta la puerta de la casa, jadeante.
- ¡Excessus!¡Lo hemos encontrado!
- Perfecto Phank -dijo, emocionado, mientras se levantaba de la mesa-, ahora vamos.
Excessus salió de la casa y nosotros le seguimos, casi por instinto. El Adm se me volvió y me dijo:
- Estáis a punto de verlo vos mismo, maese Piteas.
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