Mucha gente me ha solicitado que haga un pequeño prólogo al relato de mis andanzas por Serveria, sobre todo aquellos que llegarón después del desastre.
Al comienzo tan sólo Espaún estaba poblado, y las tierras a su alrededor se nos antojaban agrestes y salvajes; únicamente los de espíritu intrépido consideraban hacer noche fuera de la ciudad.
Algunos pioneros comenzamos a aventurarnos lejos de la seguridad de Espaún, unos se fueron al desierto del oeste, otros cruzaron la bahía hasta lo que luego fue Edron... yo mismo partí junto a dos socios -Reshef y Axter- a la joven colonia de Bahia del sol, junto a Trevas el escultor.
Eran tiempos sencillos, pero duros: la vida en una aldea implicaba largos viajes - ¡aun para cosas nimias!-, y privaciones en la comodidad. Para ayudar a los viajeros se establecieron las primeras sendas y faros, protegiendo a los incautos a los que sorprendía la noche en el camino.
Y entonces aparecieron los portales.
Nunca me quedo muy claro como fueron descubiertos por los Espaunitas, pero revolucionaron la vida de todas las gentes de Serveria. A partir del momento en que se podía cruzar de plaza a plaza, sin dejar de estar iluminado por las antorchas, los viajes nocturnos se convirtieron en un capricho romántico.
Lo que antes eran aldeas de colonos, se convirtieron en pintorescos barrios del propio Espaún, y florecieron ciudades donde antes era impensable que llegara un intrépido viajero. Así, la frontera norte de Serveria viajó desde Edron (al otro lado de la bahía) hasta la salvaje Norsk, perdida en los bosques Sin Fin. Y al sur, sobre las aguas del mar de Zafiro, se levantó la perla de Valinor, hecha con bello cristal y firme acero de las forjas de la Brecha Helada.
Con este panorama no es de extrañar que los Adm -los nobles espaunitas encargados de mantener los portales- se ganaran el respeto y la admiración de todos en Serveria. Su obra no hacía sino crecer, y todos recibíamos cada nuevo portal con alegría y esperanza: sentíamos que teníamos el mundo entero descansaba a un paso de nuestra casa.
No supimos ver que sólo éramos niños jugando en jardín ajeno, y que pronto alguien nos iba a cerrar la verja.
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