miércoles, 23 de marzo de 2011

El viaje VI - En la casa del astrónomo

Los primeros rayos del alba me despertaron antes que a mis compañeros. Aún tiritando por la enfermedad, me levanté del camastro donde había dormido. Ya había estado en casa de Reshef en alguna ocasión, asi que me tome la libertad de acercarme a la hornilla y comencé a hervir agua.

Dejé el cazo en el fuego y aproveché para comprobar mi equipaje. Era un completo desastre: lo que no estaba roto, estaba chipiado. Casi era un milagro que la caja de semillas para Norsk siguiera de una pieza. Mis flechas no habían corrido la misma suerte: la mayoría estaban partidas, y entre todas apenas pude obtener para un carcaj sano. La cecina, mi brújula y otros útiles habían desaparecido, perdidos en la atropellada huida.

¡Pero el té enano estaba intacto! Cuando el agua comenzó a bullir, la separé del fuego y verti unas cuantas cucharadas. Tras esperar unos minutos pude deleitarme con el aroma, que despertaba con sólo olerlo, y me acerqué taza en mano al ventanal a disfrutar del amanecer.

La casa de Reshef era también su observatorio, por lo que la pared que da al mar -y la mitad de su techo- eran de cristal enano. Eso hacía que los ocres y rojos de la alborada inundasen la estancia, abrigándonos con su calor. Cerré los ojos y, con el té calentandome las manos, me permití unos segundos de relajación.
  • ¿Ya despierto? - Preguntó Reshef, que en ese momento se levantaba de su cama.
  • Si... tienes té. ¡Lo traje desde Castro Cubum!
  • Bien, bien, bien – se embutió las babuchas y ciñóse la túnica.
Con cuidado de no despertar a Dremin –cosa que habría sido difícil, pues roncaba sonoramente en un rincón– el astrónomo se sirvió una taza y vino a hacerme compañía.
  • Bueno, –dijo, mientras se dejaba caer a mi lado– creo que contigo he hecho un buen trabajo.
  • Gracias, –musité– lo tuyo es realmente mágia. Ayer me estaba muriendo y hoy apenas me duele el pecho.
  • Magia, fé... y calmantes. Estas mejor Piteas, pero cuando se te pase el efecto sentiras como si te hubieran dado una paliza.
  • ¡Y nos la dieron! -reí- ¿Como esta Dremin?
  • Mal, pero mejorará. Te llevó a rastras un buen rato, y eso le dejo la herida bastante fea... por no hablar del vendaje de aficionado que le pusiste. -sonrió al decir esto último.
Permanecimos un rato en silencio, viendo como el sol trepaba hasta la cima de las montañas del este.
  • ¿Cómo estan las cosas por aqui, Res? -Le pregunté al rato.
  • Complicadas, -se desperezó– no hay quien se atreva a salir a la noche, así que sólo puedes ir adonde llegues en medio dia... nunca pensé en lo poco que era eso.
  • ¿La gente esta bien?
  • La zona tiene granjas, hay algún herrero, –señaló a la costa a través del ventanal– nos organizamos y la gente tiene lo justo para ir tirando.
  • No parece mala situación –entrecerré los ojos, intentando distinguir alguna casa en lontananza.
  • Lo es, Piteas. Ya van dos granjas que han sido atacadas por la noche. Y sin gente para contarlo.
  • ¿Muertos?
  • Todos: la gente, los animales... se hace raro; saludas a la gente sin saber si será el último día que les veas.
  • Ya...
Acabé el té y fui a rellenar mi taza. Mientras tanto, Reshef se enrolló el turbante y aprovechó para examinar de nuevo a Dremin. Cuando regresaba hacia el ventanal, el dolor y el frio me golpearon el pecho y apenas pude mantenerme de pie. Me senté en mi camastro y me cubrí con la manta.
  • C-c-creo que se pasan los calmantes, Res.
  • Ya voy, ya, –el astronomo cruzó la habitacion y me dio una gruesa píldora negra– traga esto con el té.
Respondí con un gruñido mientras engullía la medicación. Reshef me miraba fijamente.
  • ¿Realmente teníais que cruzar el monte?
  • ¿Que preferías? -repliqué- ¿que hubiéramos ido cerca de Espaún, con todos esos bichos sueltos?
  • ¡Sabes a lo que me refiero Piteas! Nadie se aventura más allá de la esquina, y a vosotros dos os da por hacer de mensajeros por medio mundo.
  • Es trabajo
  • ¡También sería trabajo si hubieses ido a Sosaria, o a Drakendem!
  • Es grano, Res. Llevo grano a Norsk, que se muere de hambre.
  • No me seas ahora salvapatrias. Todo el mundo va mal, y todo el mundo se las arregla. ¿Y si ni siquiera quedase ya Norsk?
  • No digas tonterías...
  • ¿Tonterías? Estamos a dos días de Espaún y no sabemos absolutamente nada. ¡Espaún podría ya no existir, y ni nos habríamos enterado! ¿Y crees que es tontería que Norsk haya sido arrasada?
  • Res, te lo agradezco, en serio, pero ya no trabajamos juntos. No me hace falta que seas la voz de mi conciencia.
La conversación se enfrió de repente, como mi té. Ambos estábamos un poco incómodos.
  • Al menos, –reaudó Reshef-  esperad a estar recuperados para continuar. No me haría ni pizca de gracia haberos salvado la vida para que os suicidéis.
  • Descuida, aunque no quisiera –me tapé mejor con la manta para ganar calor– tampoco podría ir muy lejos.
Dremin durmió todo aquel dia, sólo despertó a la noche para cenar algo de sopa de setas caliente. Bromeó algo sobre el combate del bosque, pero enseguida volvió a quedarse dormido. Entretanto, Reshef miraba preocupado a través del ventanal. Con su telescopio, ahora reutilizado como catalejo, oteaba las costas, el resto de casas, quizás algún grupo de monstruos que hubiera atisbado...
  • ¿Y no han venido hasta aquí?
  • ¿Uh? -dijo, sin dejar de mirar por el telescopio
  • Los monstruos. ¿No han venido hasta aquí?
  • Si, si, si –respondió atareado– pero siempre grupos pequeños, no me parece que les gusten las zonas tan abruptas como esta.
  • Res, vives en una playa rodeado de dunas bajas; esto no es abrupto
  • Bueno –contestó ya algo molesto– pues a eso me refiero, a que no les gustan las dunas.
Al día siguiente Dremin pudo levantarse e insistió en ayudar a Reshef en cualquier cosa para agracerselo. El astrónomo nos explicó que de día la zona era segura y, ya que habíamos gastado bastantes víveres, podíamos ayudarle con los trueques en las granjas cercanas.

Emprendimos ruta por la fria playa, repleta de matas altas. Fuimos de granja en granja, trocando medicamentos de Reshef por comida o herramientas, e incluso cambiando algo de especias o té del que nosotros mismos habíamos traido.

Pronto nos dimos cuenta que a la gente le alegraba nuestra presencia, el que hubíeramos cruzado tanto trecho trayendo noticias les devolvía algo de esperanza. Una mujer nos preguntó por su hijo, guardia en Drakenden y el herrero, que era de las tierras de los enanos, se interesó por como seguía Castro Cubum... todos ellos agradecieron saber que esos sitios aún perduraban.

Al medio dia llegamos al caseron de dos hermanos, amigos de Reshef. Estaban refugiados allí, junto a la mujer y los hijos de uno de ellos, y preparaban defensas por si los monstruos intentaban asaltarles. Ayudamos a montar parapetos y cerrar ventanas, y ellos nos invitaron a comer agradecidos.

La comida fue, de lejos, la mas agradable que había tenido desde que salí de Valinor: comímos carne y cebollas a la brasa en el jardín, bajo un cálido sol de otoño, e incluso descorcharon un buen vino para agasajarnos. Cuando terminamos, y los niños entraron a jugar dentro de la casa, Dremin y uno de los granjeros encendieron sendas pipas y hablamos de los ataques nocturnos.

Nos contaron que cada día iban a más y que ellos se resguardaban en los pisos altos, haciendo guardias por turnos para evitar que nadie entrara a la casa. La mujer nos confesó que la noche anterior incluso había oído algarabía en otra granja cercana, pero que ninguno de ellos se había atrevido a ir.

Tras darles las gracias, regalarles algunos presentes por su hospitalidad, y aconsejarles que siguieran siendo tan cautos, nos marchamos. Al volver Reshef pidió que nos desviásemos algo del camino para poder ir hasta la granja de la que había hablado la mujer.

Nos adentramos en las lomas, alejándonos de la playa, y cruzamos un maizal de espigas largas y retorcidas. Antes incluso de salir al claro de la casa, una tenue columna de humo y olor a carne quemada vaticinaban lo peor.

En mitad del claro sólo quedaban ruinas chamuscadas de lo que había sido una casa. Entre los maderos ennegrecidos distinguimos algun cuerpo asaeteado por flechas negras. Tal y como había dicho Reshef, hasta los animales de granja estaban muertos.

El astrónomo se quiso quedar para poder enterrar a los muertos, pero ya caía la tarde y no nos apetecía nada pasar la noche al raso tras haber visto aquellos restos. Le prometimos acudir al día siguiente y sólo asi accedió a volver.

Regresamos en silencio, inquietos ante la sensación de ser prisioneros de la noche. Como habíamos quedado impresionados por el ataque a la granja, le sugerímos a Reshef dormir a turnos a partir de entonces para poder estar prevenidos.

Mi primer turno pasó tranquilo, aproveché para otear con el catalejo de Reshef pero ni siquiera en la costa se veía movimiento. Cuando Reshef me relevó, me dormí con la idea de que las guardias había sido una pérdida de tiempo y esfuerzo. Al rato Dremin me despertó sacudiéndome.
  • ¿Que? ¿Dremin?
  • Despertad al astrónomo ¡En silencio! –me susurró al oído
  • ¿Que sucede? -pregunté nervioso mientras  me levantaba.
Dremin se limitó a señalar la puerta de la casa: una multitud de zombis la empujaban y arañaban.

Desperté a Reshef, que se asustó bastante al ver a la horda de muertos. Nos pusimos unas pecheras de lino endurecido –que aún guardaba Reshef de nuestros viajes– y recontamos lo que teníamos.

Yo aún tenía el arco, pero entre las flechas que Reshef guardaba en casa y las mías apenas reuníamos tres carcajs. Reshef aún poseía su pistola de dos cañones, pero era lenta de cargar y sólo le daría para dos disparos antes que entrasen; luego tendría que luchar con su sable (y no es que se manejara mal con él, pero siempre es peligroso luchar cara a cara con un zombi).

Sin embargo, Dremin era un arsenal andante a pesar de haber perdido la mitad de su equipaje. Antes de despertarme se había ceñido dos pequeñas hachas arrojadizas a la espalda, una espada corta al cinto y, mientras Reshef y yo nos preparábamos, escogió de su petate un pesado martillo de guerra.

Pasado el primer susto, pensamos en taponar la entrada con un cofre para que resistiera los empentones, cada vez mas fuertes, y así esperar a que el amanecer hiciera desaparecer a los muertos. Le comentamos a Reshef la posibilidad de subir al techo para estar mas seguros, pero se puso lívido y nos explicó con angustia que a la parte superior se accedía por unas escaleras desde fuera de la casa.

Maldije nuestra suerte, pues ya oíamos a los zombis trepar hacia la parte de arriba, y sería cuestión de tiempo que llegaran y quebrasen el cristal. Dremin, mientras tanto, se asomó por las ventanas y juzgó la situación.
  • Veo unos veinte, quizás cinco más con los que estan trepando. No he visto llegar a ninguno desde hace rato, así que no creo que haya más cerca. -dijo.
  • Bien, ocho a uno, seguimos bastante mal –respondió Reshef.
  • No del todo, astrónomo. Ellos son bastante mas lentos, y creo que podemos intentar dividirlos.
  • ¿Y si hay arqueros? -pregunté acordándome de la celada en la tierra de los enanos
  • Ya nos estarían atacando, habrían prendido fuego a la casa hace rato.
  • ¿Y entonces que proponeis Sir Dremin? -dijo mi viejo compañero.
  • Piteas no es mal tirador, y ellos son muy lentos trepando. Abrimos la puerta, la limpiamos de un disparo –señaló la pistola- y salgo yo abriendo camino, con Piteas detrás y vos defendiéndoos en el dintel. ¡No pongais esa cara! ¡Sólo os vendrá uno de vez y será bastante fácil rechazarlos!.
  • ¿Y entonces?
  • Entonces Piteas les descarga todas las flechas que pueda, aunque vayan hacia él tendrán que trepar las dunas... y ellos son mucho más lentos que vos –me señaló Dremin-. En todo caso, nos habremos cargado a un tercio en la salida, y cada uno combatirá en terreno mucho mas propicio. Y en el peor de los casos, siempre podéis replegaros mientras os cubro.
La idea no era la más brillante que había oído, pero era mejor alternativa que quedarnos allí esperando que los monstruos rompieran el techo. Apartamos el baúl, tomamos aire y abrimos la puerta. Casi al instante, dos zombis lucharon para entrar a la vez por el dintel, quedándo casi atascados.

Durante un segundo quedamos congelados, pero Reshef disparó la pistola, abatiendo a los que intentaban entrar. Las dos detonaciones nos devolvieron a la acción. Dremin salió gritando como un poseso, sujetando el martillo como un ariete y empujando fuera de mi camino a varios zombis. Salí corriendo arco en espalda, ignorando las manos descarnadas que me arañaban a diestro y siniestro, para alcanzar la cima de las dunas tal y como habíamos acordado.

Tropecé con un zombi alejado del resto que me tiró al suelo y estuvo a punto de atraparme, pero una de las hachas arrojadizas de Dremin le destrozó la cabeza, y pude esquivarlo mientras su cuerpo caía inerte al suelo. Escuchaba al caballero bramando tras de mí, abriéndose paso hacia la escalera lateral de la casa

Agarrándome a las hierbas altas, trepé agachado y resbalando por la arena, temiendo que en cualquier momento la duna se desmoronase. Al llegar a la cima saqué mi arco, lo cargué, y gaste prácticamente medio carcaj en abatir a todos los zombis que me intentaban seguir duna arriba.

Afianzada mi posición, me arrodillé para apuntar mejor y comence a disparar mas calmado, evitando gastar demasiadas flechas. Así conseguí al menos apoyar a Reshef que, envalentonado, había incluso salido un par de pasos del dintel sajando monstruos.

Cuando comenzaba a pensar que el plan al final podía haber funcionado, oí a Dremin alertarnos desde el lateral de la casa. Un grupo de monstruos, salidos de entre las arenas, le había acorralado. El caballero luchaba ya sólo con la espada corta, pero eran demasiados y distinguí como caía abatido.

No pensé en lo que podía hacer, sencillamente salté de entre las hierbas y, descargando una y otra vez mi arco, fui avanzando hasta el cuerpo del caballero. Algún zombi me salió al paso, pero Reshef ya había recargado su pistola, y me cubrió mientras corría hacia Dremin.

Cuando llegué al cuerpo de mi amigo, el grupo de zombis se habia dispersado; guardé mi arco y le intenté arrastrar hacia la casa por si podíamos hacer algo por el, aunque entre las heridas viejas y nuevas el pobre estaba malherido.

Reshef me gritó algo entonces, yo levante la mirada y pude ver como dos monstruos se me echaban encima sin que pudiera evitarlo, Empuñé la espada ensangrentada de Dremin, en un intento de parar sus mordiscos, pero sabía que de poco iba a servir.

Sin embargo, en ese momento uno de los zombis perdio la cabeza –literalmente– y el otro cayó partido por la mitad. Tras ellos, un caballero de brillante yelmo, armado con dos espadas, estuvo a punto de seguir la matanza con nosotros, hasta que se dió cuenta de que éramos humanos.
  • ¡A la casa y rápido! ¡Vienen más! -dijo el caballero, señalándo la casa de Reshef con una espada.
  • La casa no es segura –intenté explicar atropelladamente– el techo es de...
  • ¡Da igual! ¡A la casa he dicho! -me cortó abruptamente– Hazmat, ayúdame con esto.
El hombre enfundó las espadas para agarrar a Dremin de los tobillos y ayudarme a llevarlo hacia la casa. Detrás suya, un pálido hombre vestido con negras túnicas le cubría la espalda, despachando estilete en mano a un zombi que intentaba atacarnos.

Cuando llegamos a la casa me sorprendí de ver a cuatro viajeros dentro junto a Reshef, pero mi cabeza estaba demasiado ocupada para hacer preguntas, y metí a Dremin ayudado por el caballero. Cuando cruzamos el dintel, el hombre pálido se dirigió al marco de la puerta y vertió unas gotas de oscuro líquido en el suelo, para luego volver hacia nosotros
  • ¡La puerta! - exclamé.
  • Esta mas segura ahora que cerrada –dijo el hombre sin mirarme siquiera, se arrodilló a mi lado y puso las manos sobre las heridas de Dremin.
  • ¿Cómo lo veis Hazmat? -Le preguntó el caballero de las dos espadas, mientras se quitaba el yelmo.
  • No lo sé Osuspiro. Su cuerpo esta mal, muy mal –le respondió el hombre de negro. De entre los pliegues de su túnica sacaba algunos frasquitos, para irlos oliendo y rechazando como buscando el adecuado.
  • Pero... quienes son ustedes –acerté a preguntar.
  • ¡Este es! -dijo Hazmat al oler un frasco de cristal azul. Seguidamente volcó el polvo que contenía sobre las heridas de Dremin, que se retorció de dolor.
  • ¡Maldito! -intenté golpear al extranjero, pero uno de los viajeros que ya estaba dentro de la casa  me agarró el puño.
  • No, dejadle hacer. Si alguien puede salvar a vuestro amigo es él. - me dijo.

Miré desconcertado al viajero; llevaba ropas de viaje, pero decoradas y con capa bordada. No era un mendigo ni tenía pinta de salteador, pero tampoco parecía un guerrero. Bajé el brazo.

  • ¿Quien sois? - pregunte desafiante.
  • Soy Excessus, Adm de Espaún.

2 comentarios:

  1. Como me molan tus historias XDD (aunque necesitan una revisión ortográfica como el comer, que un "hechaban" que hay por ahí me ha dolido muy en el alma :P)
    A ver como sigue ahora, aunque supongo que con un adm de vuestra parte, los zombies van a empezar a morder el polvo cosa mala.
    Ains, de mayor quiero ser adm! 8D

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  2. Pues sí, la verdad. Las historias -más bien todos mis post- necesitan una corrección salvaje (¡y mira que pasan dos filtros de ortografía!). En ese sentido soy bastante chapucero, para que mentir. ¬¬¡

    Como ya comente al principio, la historia se escribió "al modo folletín", casi improvisando cada capitulo sobre una base de ideas chulas. Se parece a pasear por la ciudad, sabiendo adonde quieres ir, pero inventándote el camino hacia allí.

    Con este hemos cruzado el ecuador del cuento ¡Espero que el resto no defraude!

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