jueves, 28 de abril de 2011

El viaje XIII - El corazón del valor

Osuspiro se retrasó para obligar al astrónomo a continuar camino mientras el resto seguíamos avanzando. Cuando ambos volvían hacia nosotros, los monstruos comenzaron a organizarse. Las arañas pequeñas dejaron de intentar avanzar, mientras que las grandes se situaban en filas. Sus jinetes sacaron grandes arcos de hueso y tensaron sus cuerdas.

La primera andanada de flechas quedó bastante detras nuestra, pero con la segunda los esqueletos corregieron el tiro y las flechas comenzaron a caer a nuestro alrededor. Avanzamos a gatas entre la lluvia de flechas, destrozándonos rodillas y codos mientras rezábamos porque ninguna nos acertase. Hazmat, que lideraba la fila, llegó hasta la entrada del templete. Ya erguido, nos ayudó al resto a pasar a cubierto. Para cuando llegaron Osuspìro y el astrónomo nos habían disparado encima más de siete andanadas. Incluso alguna flecha se había clavado en el grueso petate a la espalda de Rheshef.

La sala que servía de entrada al templo estaba cerrada al exterior excepto por la puerta de entrada. Excessus y yo aún teníamos el arco intacto tras todas las peripecias. Repartimos las flechas que quedaban entre nuestros carcaj y buscamos ángulo de tiro desde el dintel. Dremin, por su parte, había explorado las salas de alrededor para saber desde donde podríamos cubrir mejor la pasarela. El caballero volvía contento, arrastrando un cofre que había encontrado en la sala contigua.

  • ¿Que traéis Dremin? -pregunté, mientras me ajustaba el carcaj a la espalda
  • Un regalo de los dioses maese -dijo, dejando caer el cofre delante nuestra: su interior estaba lleno de espadas de bella factura y brillantes armaduras.
  • ¡Vaya -exclamó Hazmat, que volvía tambaleándose desde la puerta-, esto si ha sido un golpe de suerte!

Y dicho esto, el mago se desplomó sin sentido en el suelo, sangrando profusamente. El Adm y yo nos avalanzamos sobre él. Un par de flechas le habían alcanzado en el costado y el brazo derecho.

Excessus aplicó los propios ungüentos de Hazmat sobre sus heridas, y al menos pudo parar la sangre. Rheshef ayudó a quitarle las flechas y vendar las heridas, y el resto nos repartimos entre la puerta y unas troneras que Dremin encontró en las salas contiguas. El ejército, al ver que nosotros ya estábamos a cubierto, había cesado en los disparos, quedando sólo alerta una guardia de arqueros al pie del puente. Estábamos a salvo por el momento.

Nos equipamos con lo que trajo Dremin, y decidimos pasar la "noche" (en Nederia no existen sol ni luna) en ese mismo lugar. La cena fue bastante frugal, pues no sabíamos cuanto tendríamos que esperar allí y debíamos racionar los alimentos. Tras comer fuimos montando guardia con los arcos de dos en dos, para reaccionar si el ejercito avanzaba.

Durante mi turno de descanso, el mago despertó tosiendo. Tras alcanzarle algo de nuestra mermada agua se incorporó y observó la sala.

  • No es buena situación...
  • Sería peor si nos hubiesemos quedado -respondí-, hicisteis bien en traernos.
  • Lo sé. Aqui nos podemos hacer fuer... – la tos, esta vez acompañada de sangre, interrumpió la frase. Me asusté bastante, la herida debía ser más grave de lo que pensábamos
  • Reclinaos, Hazmat. Guardad fuerzas.

Hazmat volvio a beber otro trao de agua, calmándose un poco la tos. Mientras yo arrojé un vistazo detenido a la sala donde estábamos. Sin ningun abalorio, los contrafuertes de las paredes se unían en una elegante bóveda sobre nosotros. A un lado y otro, guardaban el camino las salas de las troneras, donde ahora montaban guardia Osuspiro y Rheshef.

Detrás nuestra, en la pared contraria a la entrada, un portal custodiaba la parte interna del templete. El dintel de esta puerta era el unico decorado. Tallado como ramas de vid entrelazadas, simulaba sostener en su punto mas alto un cartel donde estaba tallada la palabra "VALOR". Todo me resultaba inquietantemente familiar.

  • Hazmat -pregunté extrañado- ¿alguna vez habíais estado aqui antes?
  • ¿Yo? -el hechicero volvió a intentar incorporarse- Jamás muchacho. Pero, por lo que veo en tu mirada, este sitio lo hemos visto tanto tu como yo.
  • No lo comprendo
  • ¿No conoceréis a Trevas, el escultor?

¡Trevas! Me acordé de su casa, en el Mons Cayvm. y como Dremin y yo tuvimos que salir de allí, perseguidos por los vagabundos. Parecía que habían pasado años desde esa noche. ¿Tenía el artista algo que ver en toda esta locura?

Le conocí en su juventud. Era un aprendiz, obsesionado con las legendarias obras del Adm Bob. Compartimos hogar durante un tiempo en la Bahía del Sol, donde yo buscaba inspiración y el comenzaba sus primeras esculturas.

Y en ese momento recordé. Trevas realizó un trabajo para los Adm de Espaún en las laderas del monte Nibél, cerca de Bahia del Sol. Siempre dijo que nunca le acabó de complacer del todo. Era un pequeño templete, que se podía usar como refugio si la noche sorprendía a los caminantes. Lo llamó "El templo al valor". Ahora me daba cuenta que no era sino una pequeña sombra del templo donde nos encontrábamos

  • Pero...
  • Yo también conocí a Trevas, maese -dijo Hazmat mientras se recostaba-, hace ya meses que abandonó su hogar en Mons Cayvm, atormentado por sus propias musas.
  • No os entiendo
  • Trevas es un gran escultor, sin duda, pero lo que realiza no es producto de su imaginación, Piteas. Desde joven, su mente se alejaba de su cuerpo durante el sueño, cruzando viajera los hilos de plata, y llegaba hasta aquí abajo. Él fue realmente el primer hombre en atisbar Nederia.
  • Y todo lo que el creo ¿esta aquí?
  • Aqui no, exactamente -el mago miró a traves del portón externo- allí fuera, si pudieramos viajar lo suficiente, admiraríamos la Dama fria, el Sol oscuro... todas sus construcciones
  • ¿Y como lo averiguasteis?
  • Trevas cruzó el desierto hasta Poniente hace muchas estaciones. Buscaba algún mago que diera alivio a sus sueños, que estaban cada vez más llenos de lugares retorcidos y oscuros. Tras tentarle con parajes gloriosos, Nederia le comenzaba a mostrar su lado mas siniestro.
  • ¿Él esta bien?
  • Desde luego, Piteas. Le encontré y me ofrecí a ayudarle. Aprendió a dominar de nuevo su alma durante el sueño, sujetándola férrea y guiándola donde el quisiese. En cierta manera, arruiné una inspiración monstruosa, pero le devolví la paz. En pago, él me ayudó a construir un plano de Nederia. Registramos cada isla, cada construcción, cada túnel y cada monstruo que observó.
  • ¿En la biblioteca de Atlantia?
  • No... aquí -Hazmat se señaló la cabeza mientras sonreía.

Me levanté, confuso, intentando recordar. Había algo importante que no alcanzaba a discernir. Algo que sospechaba vital para nuestra situación, pero que se escondía en un rincón de mis recuerdos.

  • Os veo anonadado, Piteas
  • No, no es esto, el caso es que...
  • ¡Alerta! Cruzan el monte quemado -el grito de Reshef cortó mis pensamientos.
  • Descansad Hazmat -respondí rápidamente, mientras corría a la tronera del astrónomo.

Dremin y Excessus se agolpaban detrás de Reshef, peleándose para ver lo que este avistaba con su telescopio. Durante unos momentos estuvimos pendientes de la oscurecida ladera del norte, esperando ver al mosntruoso Griefer cruzándolo, pero Reshef señaló el cielo oscuro.

Contra la espesa mata de nubes se recortaban una miriada de figuras, blanquecinas y abotargadas. El viento arrastraba lamentos inhumanos, disonantes y desesperados como el mugido de las reses en un matadero. Los seres, que paecían ser arrastrados por el aire hacia arriba, comenzaron a descender sobre nosotros torpe y lentamente.

El astrónomo disparó un par de flechas a los mas cercanos. Estos se desinflaron como un odre lleno de aire, cayendo inertes a la lava. Nos miramos incrédulos ante estos nuevos mosntruos, que no parecían revestir ninguna amenaza, hasta que Excessus alertó.

  • ¡Fuera de la tronera!¡Fue... -no llegó a terminar la frase. 

Una explosión de fuego destrozó la pared, y nos arrojó a todos hacia atrás. Sólo dejó tras de si una lluvia de cascotes ardientes. A punto estuve de perder el conocimiento.

Me levanté y vi que el Adm y el astrónomo se llevaron la peor parte, pues estaban delante en el momento de la explosión. A pesar de sus heridas y quemaduras, que aparentaban ser bastante graves, ambos respiraban, por lo que intenté sacarlos de allí.

Dremin se recuperó enseguida y me ayudó a volver a la sala principal con los heridos. Osuspiro había salido mientras tanto hasta la puerta exterior, donde disparaba a los nuevos monstruos. Los seres flotantes vomitaban llamaradas, que el explorador esquivaba como buenamente podía sobre el resbaladizo puente.

Cada vez que una de esas bolas de fuego tocaba la estrecha pasarela, estallaba furiosamente en llamas. Pero a pesar de esto el puente seguía intacto sobre el abismo. Mientras, el ejército de la otra orilla no perdía el tiempo. En un instante reanudaron la lluvia de flechas sobre el explorador que amenazaba con abatirle, si no resbalaba antes cayendo a la lava.

  • Joder con el héroe -se quejó Dremin
Dejó a Excessus junto al hechicero, mientras este se incorporaba asustado

  • ¡Piteas, examinad la heridas por si podeis hacer algo! Yo intentare que no maten al chaval.

El caballero corrió hacia el puente, donde Osuspiro intentaba resistir la nueva andanada de flechas. Hazmat mientras me iba diciendo qué debía hacer. Rasgué las vestiduras y apliqué los ungüentos que aún nos quedaban, pero el mago me confesó que no teníamos mucho con lo que teníamos allí. Sólo nos quedaba algo de linimento, pero necesitábamos equipo de quirurgía.

Y entonces se iluminó el oscuro rincón de mi mente.

  • ¡Es eso Hazmat!
  • Si, es eso maese, el Adm y el astrónomo moriran seguramente.
  • No, no, no. Es lo que Trevas me dijo en su dia del templo. Que no le gustó porque no estaba completo.
  • Ahora soy yo quien no os entiende maese
  • Me dijo que en el corazón del templo tenía que haber un portal, un portal a casa. Nunca lo entendí, pues no tenía sentido... un portal tan cerca de dos ciudades que ya poseían uno. Hasta que vos me lo habéis explicado. No era un capricho del artista, sino que él YA LO HABÍA VISTO EN SUEÑOS.

Hazmat comprendió al vuelo. Me ayudó a tumbar a Reshef y Excessus sobre sendas esterillas. Usándolas como parihuelas, los arrastramos hasta el interior del templo. Me volví a la puerta de entrada y avisé a los compañeros de la retirada.

En aquel momento Osuspiro se aferraba agachado al dintel exterior. Estaba sujetando a Dremin para evitar que cayese al abismo, en mitad de la lluvia de fuego y flechas. El caballero había acudido en ayuda de Osuspiro, pero resbaló apenas puso un pie en la pasarela. Gracias a los dioses, se aferró en el último instante y -mientras gritaba de espanto- quedó colgando del suelo de la entrada.

El mago yo nos adentramos en las salas interiores, seguidos de nuestros compañeros en cuanto Dremin pudo encaramarse. Sin apenas fijarme en detalles, recorrí lo más rápido que pude los pasillos, reconociendo el camino hacia el refugio interior.

Los ecos de los flotantes comenzaron a resonar por los pasillos, recordándonos la inmediatez de nuestros perseguidores. Pero entonces llegamos a una gran puerta doble de alabastro -que sin duda debía ser la inspiracion de las puertas de madera blanca del templo de Nybel.

Hazmat y yo empujamos triunfantes las puertas de la sala, para descubrir una cálida estancia de alabastro y madreperla, iluminada por dorados pebeteros. En la mitad, se levantaba un bello arco de obsidiana, pero este estaba limpio y vacío: no habia portal alguno.

Nos detuvimos un instante, incrédulos. Me sentí desfallecer y con ganas de llorar. Había acariciado una esperanza con los dedos y ahora sólo me quedaba la cruel realidad. Sin embargo Hazmat reaccionó pronto, arrastró a Reshef hasta el estrado y me indicó que hiciese lo mismo con Excessus. Mientras le seguía observé que las vendas del mago estaban encharcadas en sangre: sus heridas se habían abierto.

  • Hazmat, quedaos con ellos.
  • Piteas -me cortó decidido-, si he de morir, prefiero morir de pie y luchando. Ayudadme a ceñir una de las armaduras, por favor.

Mientras el mago se colocaba una de las cotas, Osuspiro y Dremin entraron atropelladamente en la sala.

  • Ya vienen -comentó jadeante Dremin -las explosiones a su espalda ratificaban sus palabras.
  • Las paredes interiores son gruesas, han resistido más de una llamarada de esos seres -dijo Osuspiro, mientras ayudaba a Dremin a cerrar las puertas de alabastro-. Creo que si nos colocamos a ambos lados de la puerta tendremos algo de parapeto.

Siguiendo el consejo, cada pareja nos colocamos a un lado de la puerta. Dremin y yo en una, Osuspiro y Hazmat en la otra. Dado que los dos ultimos arcos habían quedado destrozados, desenvainamos las espadas que Dremin había conseguido.

Entreabrimos las hojas de la puerta. Nuestra esperanza era que los seres bajasen a la abertura del dintel, en lugar de simplemente volar la puerta, y pudiéramos caer sobre ellos en cuerpo a cuerpo.

Mientras los flotantes se acercaban, oí a Dremin canturrear una oración por su alma. Fui consciente entonces que, aunque todo saliera bien, no hacíamos sino retrasar lo inevitable. Era el final.

  • Siento haberos arrastrado a esto, Dremin -le dije en un hilo de voz, sin atreverme a mirarle a los ojos.
  • ¿Bromeais? -dijo sorprendido-, Serveria entera esta siendo masacrada a traición maese. Gracias a vos he podido plantar cara y luchar. Con que hayamos retrasado unos días la caida, habrá valido la pena.
  • Desde luego tuve suerte de encontraros en  Drakenden -me volví hacia el  caballero-. Ha sido un honor, Sir Dremin
  • Lo mismo digo Maese Piteas -dijo, poniéndome la mano en el hombro-. Ahora, vendamos caras nuestras vidas.

viernes, 15 de abril de 2011

El viaje XII - Cayendo en las brasas

Cuando abrí los ojos, mis compañeros seguían allí.

Pero todo a nuestro alrededor había cambiado. El suelo donde estaba tendido era áspero y poroso, aunque mucho más calido que las ruinas de hacía un instante. Nos miramos extrañados, para descubrir que todo en la vasta explanada donde nos encontrábamos estaba teñido por un resplandor rojizo, semejante al de las ascuas de una hoguera.

En el oscuro horizonte sólo se perfilaba la silueta de un gran pico, a cuyas faldas estábamos nosotros; el resto del ceniciento cielo estaba ocupado por nubes negras como el hollín y extrañas estrellas amarillas. A unos pocos metros, la propia explanada se cortaba en una caida vertical, de cuyas profundidades procedía el brillo que lo iluminaba todo.
  • ¿Donde estamos? -preguntó para sí, Osuspiro.
  • Esto, señores -se apresuró a responder Hazmat- es Nederia. 
Nederia, donde duerme el sol, los infiernos, el lado oscuro del mundo... había leído mucho acerca de esa tierra. Era un lugar lejano -algunos incluso lo situaban bajo tierra- en la que los mares eran de lava y las estrellas estaban tan próximas que se podían tocar con la mano. De tierra totalmente quemada, era el hogar de los monstruos de fuego y los aurífagos.

Y ahora nosotros estábamos allí, confusos y perdidos.
  • Bueno. Tendremos que apresurarnos. Tenemos poco tiempo para malgastarlo. -Dijo Hazmat, a la vez que se dirigía a la oscura silueta de la montaña.
  •  ¿Tiempo para qué? -preguntó Reshef mientras se ajustaba el turbante, que se le habia desanudado.
  • Para que el Griefer nos siga a través del portal -respondió el mago-. Aqui el tiempo avanza mas lento que en el resto del mundo, lo que nos da unos minutos preciosos.
  • ¿Y pensáis que en la ladera de ese monte nos podremos defender mejor? -comentó Dremin, valorando la situación
  • ¿Allí? -cuestionó Hazmat-; no, ni loco. Pero en el valle que hay detrás sí.
  • Espera, espera... ¿ queréis decir que tenemos que cruzar corriendo esa montaña? -gimió Reshef mirando las escarpaduras, pero el resto del grupo ya habíamos emprendido la marcha.
Durante las siguientes hora, ascendimos por los intrincados senderos, que apenas se adivinaban entre la ennegrecida roca. El calor que desprendía el suelo fue volviéndose insoportable conforme subíamos, hasta llegar al punto de no poder apoyarnos mucho rato para descansar, si no queríamos acabar abrasando las ropas.

En un par de ocasiones volví la vista hacia abajo: vista desde las alturas, la meseta de la que nos alejábamos parecía una pequeña isla, rodeada de un titánico océano de lava; lejos en el horizonte se distinguían otros promontorios, emergiendo afilados y retorcidos.

Hazmat me detuvo bruscamente, sacandome de mi ensimismamiento: delante nuestra el fuego brotaba de la propia tierra como si de un fogón se tratase.
  • Acostumbraos a mirar donde pisais, maese Piteas. -me reprendió mientras rodeaba la extraña hogera.
  • ¡Increible -musitaba Dremin-, piedra de fuego!
  • ¿La conoceis? -preguntó Excessus
  • Una vez, en Castro Cuvum -explicó Dremin mientras arrancaba unos trozos del suelo con un pequeño pico- tuve la ocasión de trabajar con ella. Da un fuego mucho mas potente que el carbón, ¡y arde semanas sin agotarse!. Maese, os recomiendo que recojáis aunque sea un poco... ¿sabeis a como la podríais vender cuando volvamos?
  • Si no nos damos prisa -replicó irritado Hazmat- no creo que eso ocurra jamás.
Apenas reemprendimos la marcha, se levantó un fuerte viento que arrastraba cenizas y nos quemaba el rostro. La mayoría nos agachamos, buscando protección entre las rocas a los lados del camino, pero Reshef tenía calados el turbante y el shemagh y permaneció impasible, mirando montaña abajo. Entre el grave ulular distinguí como el astrónomo me gritaba algo ininteligible.
  • ¡No os entiendo, Rheshef! -le grité, aunque mi voz quedó enmudecida por el viento
  • ¡El griefer! -alcanze a escucharle- ¡en la meseta!.
Haciendo acopio de fuerzas, me apoyé en una ardiente roca para incorporarme con suma dificultad. Protegí mi cara con ambas manos y miré adonde Rheshef me indicaba, para poder distinguir entre la ceniza y las ascuas arrastradas una gigantesca silueta que crecía por momentos.

El vendaval de ceniza amainó un poco (lo justo para poder seguir ascendiendo sin riesgo) y reemprendimos la subida sabiéndonos perseguidos. Ibamos bastante más lentos de lo que nos gustaría, pues tan sólo Rheshef podía avanzar con relativa seguridad de ver por donde pisaba, y además se tenía que preocupar de que el resto no nos despeñáramos intentando seguirle.

No habría pasado ni media hora cuando Hazmat, con gritos de alegría, vislumbró el paso al que nos dirigíamos. El lugar en cuestión era una estrecha grieta en la misma montaña, que pasaría inadvertida para quien no la buscase de propio.

Reshef quedó unos instantes afuera, oteando la bajada, mientras el resto pasábamos uno a uno dentro. Aprovechámos el resguardo para escupir la ceniza y beber agua; Osuspiro en particular había tragado mucho polvo y paso casi todo el rato tosiendo hasta que Dremin le dio un trago de aguardiente. Al momento entro Rheshef preocupado.
  • Hay movimiento en la meseta, el griefer no ha venido sólo.
  • Es el libro, con él puede invocar lo que desee -dijo Hazmat mientras se levantaba, cubierto de ceniza.
  • Pues lo ha aprendido a usar bien, he contado más de cien zombis que han comenzado a trepar por la ladera -le respondió el astrónomo.
  • Diez o cien, con lo estrecho de esta grieta podriamos resistir perfectamente -dijo Dremin mientras encedía su pipa.
  • Admiro vuestro valor -respondio Excessus- pero sed razonable. No es que venga uno o dos ejércitos, sino que puede lanzar contra nosotros lo que quiera. Tras los cien vendran mil, y otros mil tras estos ¿y qué haremos cuando se canse vuestro brazo caballero?.
  • Excessus lleva razón -añadió Hazmat, que se había acercado a la entrada de la grieta intentado inutilmente otear entre la ceniza-, debemos...
  • Esos monstruos no se detendrán aunque la tempestad arrecie -cortó Rheshef-, aunque sean lentos, van a cubrir esta distancia mucho antes de que nos alejemos. Nos alcanzaran muy pronto. Demasiado.
Hubo un silencio incómodo

  • Si alguien se tiene que quedar -se decidió a hablar Osuspiro- es adecuado que sea yo. Vine aquí a protegeros -dijo, dirigiéndose a Excessus.
  • ¡Los cojones! -se quejó Dremin, agitando su pipa con furia-, ¡no son diez arañas en mitad de un desierto jovenzuelo! -pegó una calada profunda a la pipa y añadió mohíno- Prefiero quedarme yo contra mil zombis a que vos me cubrais la espalda contra cien.
  • ¡Haya paz! -interrumpí entonces- , estoy seguro que podemos retenerlos sin que nadie tenga que acabar hoy haciéndose el héroe.

Me adelanté unos pasos, notando la tensión del resto del grupo. Lo cierto es que no tenía ni la mas remota idea de como podíamos salir, pero ya habíamos perdido suficientes compañeros como para sacrificar otro mas sin buscar alguna alternativa.

Y, mientras miraba la pequeña candela de la pipa de Dremin, se me ocurrió una idea para retrasarlos.

  • Sir Dremin. ¿A que altura estaba la piedra de fuego?
  • Casi toda la montaña es de piedra de fuego, pero la de antes... echa doscientos metros abajo: esta menos quemada y arde mejor.
  • Ya veo -contestó Hazmat- pero esta demasiado lejos para prenderla.
  • ¿Ni a tiros? -respondió Rheshef sacando la pistola
  • ¡Por dios astrónomo! -clamó Dremin- sólo prende con fuego
  • Quizas con una mecha... -aportó Excessus, perdido en pensamientos
  • En caso que tuvieramos tanta mecha -descartó Hazmat- tendriamos que ser capaces de acercarla doscientos metros montaña abajo, en mitad de una tempestad de polvo. ¿O acaso podría avanzar ella sola?
  • Tenemos una -respondí.
  • ¿Cómo? -preguntó Dremin.
  • Digo -repetí lentamente, repasando en mi cabeza- que tenemos una mecha que puede bajar sola doscientos metros.

Abrí la mochila y busqué impaciente hasta dar con un frasquito rodeado de piel, exactamente igual al que mis compañeros tendrían en sus mochilas. Lo mostré al resto.

  • Aceite de antorcha, señores. Denso, inflamable...
  • Y en cantidad abundante -añadió Osuspiro
Nos pusimos manos a la obra enseguida. Uno a uno, Reshef fue vaciando los frascos por la pared de la montaña, hasta que la brea llegó a la zona de la piedra de fuego. Prendió la mecha con una de las cerillas de Dremin, y la montaña se rodeó de su propio foso de fuego.

  • ¿Cuanto nos dará esto? -preguntó Excessus.
  • Esos monstruos arden de maravilla... yo creo que el tiempo suficiente -respondió Hazmat-
  • Bueno hechicero... ¿y ahora? -preguntó Rheshef-
  • Ahora, astrónomo, os llevaré a donde os prometí. A la fortaleza del valor.

Y, siguiendo a Hazmat, nos internamos en la oscuridad de la grieta.

miércoles, 6 de abril de 2011

El viaje XI - La trampa

Hay gente que se transforma cuando tiene algo espantoso delante: se vuelven arrojados y valientes, llegando a límites que ellos desconocían. También existen aquellos que, nada más notar el riesgo, huyen ágiles como corzos.

Pero yo, al ver la espantosa transformación de Dester, me quedé parado como un idiota. De hecho, si no llega a ser por la rápida reacción de Hazmat -que me aferró de un brazo, alejándome del ser- no estaría contando esta histora.

El mago había agarrado la cuerda que Dester ató al estrado antes de transformase y, con un decidido salto, me arrastró hasta la plataforma donde estaba el grupo de Phank. Pese a tener la cuerda asida, el aterrizaje entre los restos de brea aún ardiendo fue bastante duro. Hazmat y yo nos levantamos raudos, recordando el peligro aún constante de los Banush, pero estos ahora se dirigían en masa hacia el monstruo de la plataforma superior.

  • Los guardianes lo entretendrán un buen rato –dijo Hazmat, viendo a los Banush arremolinarse alrededor de Dester-,  aprovechemos para salir de aquí.

Nos arrojamos hacia las escaleras, bajando los escalones a saltos mientras la luz de las salas comenzaba a desaparecer. A nuestras espaldas, lo que había sido Dester aullaba y rugía. En la base de mármol nos encontramos con Dremin y Excessus, alertados ambos por la algarabía.
  • ¡Vamos!¡No os quedeis ahí, corred hacia el norte! -les chilló Hazmat mientras señalaba una dirección.
  • ¿Que es todo ese jaleo?¿Y Blade y Dester? -replico Excessus
  • No hay tiempo, en serio Excessus -le cortó Phank-, haced caso al mago y corred, por lo que más queráis.
Pero entonces un gruñido gargantruesco tronó en las salas, desde las alturas
  • ¡Ḩ̴̸҉͞A͏̷̕͜Z̨̢͘͟M̡̡͟҉A̸͡A̶͟͏͘A̵̵͞T҉҉̴̵̕ !
Nos quedamos petrificados pues, aunque reconocimos lo que había sido la voz de Dester, ya no quedaba rastro alguno de humanidad en ella. Algo en su tono me hizo recordar la visión en las escaleras de obsidiana, y la angustia me atenazó el alma.

Segundos después, el suelo comenzó a temblar y las escaleras que subían a las salas de los libros se agitaron, como las silgas de un barco en mitad de la marejada. Esto nos sacó del espanto y huimos en la dirección que Hazmat nos señaló sin mirar a la oscuridad detras nuestra, de la que  llegaba un estruendo creciente.

Pese a que corríamos con todas nuestras fuerzas, la criatura nos iba ganando terreno poco a poco. El temblor cada vez era más grande, e incluso comenzaron a caer anaqueles enteros desde los pisos superiores estrellándose a nuestro alrededor: fue realmente un milagro que ninguno de ellos nos aplastara.

Volvimos a la avenída de lapislázuli pero, en lugar de proseguir por ella, Hazmat nos guió hacia un  pequeño templete en ruinas, que se levantaba a la vera del camino. Allí nos ordenó apagar todas nuestras antorchas y hablar en voz baja.

No habíamos terminado de apagar aún las luces cuando el monstruo llegó hasta las escaleras, apenas a cien pasos de nosotros. Aquel ser parecía perdido sin el rastro de las teas, y le oímos olisquear pesadamente el aire. Hasta contuvimos la respiración, temerosos de que la criatura nos descubriera.

El monstruó bramó al aire, respondiendo el eco de la insondable caverna, y comenzó a rodear trotando la base de las escaleras, como un lobo que busca su presa. Apenas se alejó, Hazmat nos reunió a su alrededor para decidir, en susurro, lo que hacer.

Debíamos recuperar el Libro de los Monstruos como fuera, pues sin él Server no tardaría en caer. Pero en aquel lugar no éramos rivales para aquel monstruo: nos daría caza sin dificultad en cuanto recuperase nuestro rastro. Debíamos atraerlo hasta un lugar donde pudieramos igualar las cosas.
  • Si estuvieramos allí arriba -comentó Dremin-, me gustaría ver lo que haría ese bicho contra las murallas de Norsk.
  • De seguro arrasarlas -respondió Hazmat-, no lo infravaloréis caballero. No es ningún animal estúpido: nos enfrentamos a un griefer en su forma verdadera... y con poder para levantar un ejército de monstruos.
  • Dester, todo este tiempo... ¿ha sido un griefer? -comentó preocupado Excessus.
  • No, Adm. Dester murió en las escaleras de osbsidiana, cuando rescatamos a maese Piteas.
Así nos explicó Hazmat como, desde la visión de Darth Lagg, sospechaba que uno de los dos no había vuelto en realidad. Al principio le resultó casi imposible saber quien era el impostor pues, cuando un griefer quiere pasar desapercibido, no hay nada que lo diferencie de una persona normal.

Por ello quiso estar en nuestro grupo cuando llegamos a la biblioteca, y asi tenernos a ambos controlados. Pero se dió cuenta demasiado tarde que Dester era el suplantado, que fué cuando yo le entregué el libro sin sospecha alguna.
  • Bien, ya nos hemos enterado todos del error pero... ¿alguna idea de qué hacer? -Interrumpió nervioso Reshef.
  • La idea de Dremin no me parece mala -añadió Osuspiro-, quizas no a Norsk, pero en Espaún, o el valle de Rockfort las defensas nos podrían ayudar. Y Phank aún lleva el libro.
Nos quedamos mirando al Adm inquietos. Este, de entre los pliegues de la capa, dejó entreveer el tomo que había sacado de la gran biblioteca.
  • Arriba, desde luego, no sería buen lugar -dijo Hazmat, con la vista perdida-, pero si sois capaces de llevarnos a cualquier parte con esa maravilla, creo que conozco un lugar donde podríamos plantarle cara.
  • ¡Voto por eso! -Exclamó Dremin.
  • Por mi perfecto -añadí yo-,  prefiero ir a una fortaleza, por lejos que este, que ser devorado en estas ruinas oscuras.
Todos estuvimos de acuerdo, y Hazmat le explicó a Phank lo que tendría que hacer, mostrándole imágenes y pergaminos que le indicaban dónde había que abrir el otro lado. El Adm abriría el portal y lo mantendría  el tiempo suficiente como para que la criatura lo viera. El griefer, obsesionado como estaba por darles caza, se precipitaría sin pensárselo dos veces, y era entonces cuando había de cerrar la apertura.

Pero todo lo había de hacer desde fuera, desde la misma Mojang. Luego el Adm estaría sólo, y tendría que abrirse camino el mismo para llegar de nuevo a la superficie, donde tendría que encontrar un medio de llevarnos de vuelta.

Cuando estuvimos preparados, salimos de las ruinas al jardín marchito, y allí el Adm comenzó a recitar los ensalmos de apertura conforme leía del libro. Un tímido fulgor acuoso comenzó a palpitar frente a nosotros, como una gota de agua gigantesca suspendida a paso y medio del suelo. El brillo aumentó, y pronto todo aquel jardín se vio iluminado por el portal.

Hazmat nos metió prisa, y caminamos todos dentro de la esfera azul. Al principio no pasó nada pero un zumbido molesto se fue apoderando gradualmente del resto de sonidos, y el mundo comenzó a estremecerse y temblar fuera de la esfera.
  • Manteneos a salvo y yo os encontraré. ¡Ya lleg...! -fué lo último que le oí decir a Phank.
El mundo se desvaneció a mi alrededor el mundo, mientras una sensación de caída libre se apoderaba de mi. La suerte estaba echada.

lunes, 4 de abril de 2011

El viaje X - Mojang

Aproveché un momento para poder caminar aparte con Reshef y Dremin y comentarles la conversación de la noche pasada con Dester. Dremin me aconsejó ver lo bueno que había hecho Hazmat por nosotros, y no dar crédito a una acusación que únicamente se dejaba llevar por el miedo.

Reshef, sin embargo, reconoció que tampoco estaba de mas tener cuidado. Si la cosa se limitaba únicamente al libro, bien podría cogerlo un guardia o nosotros mismos. Si el mago realmente estaba aquí por ayudar no le importaría lo más mínimo que otro fuera el portador.

En esas estábamos, horas después de haber salido del merendero, que llegamos a un tramo en el que la luz blanca ya se hacía presente. Los hilos de plata nos rodeaban de forma mucho mas densa, y apenas se podía distinguir el vacío entre ellos.

Hazmat se paró de repente en mitad de las escaleras y nos hizo guardar silencio. Bajo nuestros pies, un rumor hacía temblar levemente el suelo.

  • Mojang nos saluda, señores. Estamos llegando

Y efectivamente, en menos de dos horas después llegamos a sus puertas. Las escaleras se abrían a una gran bóveda, iluminada por las miríadas de tililantes hilos argénteos que entraban por su techo, y por una infinitud de marañas doradas que nacían de su suelo. Ambos se entrelazaban formando extrañas columnas de luz, que parecían sujetar los altos ábsides.

Bordeado por las columnas de luz, un camino de laspilázuli partía desde el final de las escaleras hasta unas grandes puertas blancas de gran altura. En sus hojas estaban esculpidos relieves de bosques y montañas, que apreciamos conforme nos acercábamos, como si hubieran sido a la vez portal y escultura.

Atravesamos la bóbeda con renovadas fuerzas -y las antorchas ya apagadas, pues la luz en aquella sala era casi cegadora-, hasta llegar al portal. Hazmat y los Adm comenzaron a buscar la manera de abrirlo, mientras yo miraba extasiado los grabados que llenaban su superficie. La maestria era increible, sobresaliendo algunas figuras como si de un diorama se tratase, y sin que se alcanzara a ver punto de unión alguno.

  • Es prodigioso -exclamé-, cada hoja esta tallada de una sola pieza de esta piedra blanca.
  • No es piedra -me corrigió Reshef mientras pasaba la mano por encima.
  • ¿Y entonces? -preguntó interesado Osuspiro, que se nos había acercado.
  • Es marfil -dictaminó Reshef-, dos piezas titánicas de marfil.

Los tres dimos un paso atrás, queriendo entender de que animal se podrían haber sacado tales piezas, y un escalofrío me recorrió la espalda al recordar la antiguedad que Hazmat le suponía a este sitio. Era mas bello que las Escaleras de Obsidiana, sin duda, pero me resultaba igual de desconcertante.

  • No os distraigáis -dijo Phank-, creo que ya lo tenemos. Vamos a entrar.
  • Apartaos un poco, por favor -añadió Excessus.

Los Adm empujaron de determinados sitios en las puertas, y estas respondieron abriéndose lenta y suavemente. No pude evitar volverme a escudriñar los gestos de Dester y Hazmat; observaban el prodigio, el uno tenso, y el otro extasiado.

Tras la bóveda de luz, toda la magnificencia del lugar parecía perderse. La sala tras las puertas era titánica, pero la única iluminación provenía de las columnas que dejábamos atrás, y las antorchas que volvíamos a prender.

Caminamos, guiados por Hazmat, en una larga avenída de las mismas baldosas lapislázuli que vimos en la bóbeda, pero esta vez apenas brillaban ante nuestras teas. A ambos lados del camino distinguí zonas de tierra cenicienta, con troncos retorcidos y petrificados como hombres torturados. Quise desviarme a observarlos pero Hazmat me detuvo y, con una dura mirada, añadió

  • Ya os dije que esto antaño fue un palacio. Dejad en paz sus jardines y los guardias no nos molestarán antes de lo debido.
  • ¿Guardias? -preguntó sobresaltado Reshef, mientras hechaba mano de la pistola en su cinto.
  • Por los dioses, Res -respondió Dremin-, bajamos a un lugar mítico asediado por Darth Lagg desde hace eones... ¿en serio pensabais que estaría tal cual, vacio y esperando nuestra llegada?
  • No, es solo que... -comento Reshef, al ver que todo el grupo le miraba- no me gusta como suena lo de guardias, sugiere que "lo-que-sea" estará a la altura de lo que vamos a buscar y, bueno...
  • Nos preocuparemos de eso en su momento, astrónomo -respondió Hazmat quitándole importancia-, ahora centrémonos en llegar antes de hacernos ancianos discutiendo.

Avanzamos durante mucho tiempo en aquella semioscuridad, quizás un dia entero, sin llegar a ver en ningún momento pared, techo o columna alguna. Era como si hubiéramos salido a otro mundo, pero sin luz. Sin embargo aquella oscuridad era, con mucho, mejor que la reinante en las escaleras. Esta negrura sólo significaba espacio vació. Lo que sí vimos fueron numerosos jardines marchitos, como aquel primero que no me dejara inspeccionad Hazmat, y restos de templetes, otrora magníficos, pero ahora ruinosos entre estanques secos.

Nuestra travesía se cortó de repente al llegar a unas amplias escaleras, de marmol cubierto de vetas rojizas, que subían en suave pendiente. Los bordes de los escalones se extendían en forma de círculo a diestra y siniestra, perdiéndose fuera de nuestras luces.

  • Y esta es la biblioteca, señores. A partir de aqui tendremos que buscar la sala correcta.
  • No parece una biblioteca -comentó el guardia Blade-, ¿donde estan los libros acaso?.
  • ¿Mejor así, caballero? -replicó irónico Hazmat.

El mago susurró algo, y delante nuestra comenzaron a resplandecer brillos de entre el mármol. Pronto estos rompieron en una lengua de luz, que iluminó las amplias escaleras, revelándolas como una gigantesca pirámide circular. El brillo ascendía por los escalones hasta un final truncado, del que partían zigzagueantes escaleras pendidas de la nada; estas a su vez llegaban hasta unas plataformas aparentemente suspendidas en el aire, cada una con grandes anaqueles y repletas de libros.

Llegamos hasta la parte superior de la pirámide de mármol, nos separamos en grupos -quedando siempre a alcance visual-, y fuimos subiendo con cuidado por las estrechas escaleras, hasta las salas suspendidas. En verdad allí se debía encontrar un gran saber, pero la mayoría de los libros estaban escritos en lenguas que desconocía, o llenos con símbolos que se me antojában cabalísticos.

Yo ascendí con Blade, Dester y Hazmat. La búsqueda apenas consistía en que Hazmat leía el nombre de la sala -bajo la inquisitora mirada de Dester- y la descartaba sin apenas entrar en ella. Así fué prácticamente hasta que nos juntamos con el grupo del Adm Phank. Ellos tampoco habían encontrado la sala, aunque si llevaban un pesado tomo que Phank me indico trataba sobre los portales y las lineas ley.

  • Para reparar todo el daño causado -me dijo.

Tal y como estábamos reunidos, Reshef, que iba en el grupo de Phank, nos dió la alarma. Algo se movia desde la oscuridad y decendía hacia nosotros. El astrónomo sacó la pistola y descargó dos tiros sobre la figura, que se partió en dos y cayo muerta sobre la sala donde estábamos.

El ser no era ni sólido, ni exactamente etéreo, recordaba a una gota de aceite que se hubiera colado en un estanque de agua, y flotase ajena a la realidad que le rodea. Tan sólo se le reconocían una parodia de rasgos en ambos cuerpos, como el rostro que un niño dibujaría sobre arena mojada. Blade se acercó al cadáver partido en dos y lo atravesó con la espada.

  • Es como líquido -nos dijo, volviéndose a nosotros mientras nos enseñaba si espada-, ¡pero la espada ha salido seca!.

Oí un restallar, como de cuero al romperse, y cerré los ojos al notar que algo me salpicaba la cara. Cuando los volví a abrir, vi a Blade boqueando incrédulo delante mía: uno de los trozos del ser se había levantado y le atravesado el pecho como una lanza, reventándole costillar y armadura, y salpicándonos a todos con su sangre. El otro trozo, en el suelo tras Blade, culebreaba con vida propia mientras comenzaba a levitar y emitir un suave ulular.

  • ¡Mierda! -exclamo Hazmat- ¡Banush!¡Los guardias de la biblioteca!¡Rápido, fuera de aquí!.

El grupo se volvió a dividir, y dejamos atrás el cadáver de Blade mientras subíamos atropelladamente por las escaleras, seguidos lentamente por los seres. Dester, Hazmat y yo ascendímos hasta una sala amplia, con varias estanterías cerca de la entrada que el mago y el guardia tumbaron para usarlas de parapeto. Yo corrí hasta un altar de piedra en mitad de la sala, donde me apoyé y fui sacando el arco.

Mientras, unos metros a nuestra derecha y por debajo, oí el grito ahogado de Osuspiro -que iba en grupo con Reshef y Phank-: dos Banush descendían desde los oscuros techos hacia ellos. Aprovechando que Hazmat y Dester intentaban dar cuenta del que nos perseguía, me centré en herir a los que iban a por nuestros compañeros, disparando sin cesar hasta acertarles varias veces.

Sin embargo, y al igual que había pasado con el primero, el ser se volvía a levantar tras unos segundos inerte, transformado en dos más pequeños; y lo mismo pasaba cuando dañabas a alguno de los pequeños, causando que pronto estuviera alrededor nuestra una gran nube de Banush ululantes.

  • ¡Usad fuego! - Oí decir a Dester.

Entretanto Hazmat había sacado unas redomas y lanzólas contra nuestros perseguidores, que comenzaron a arder en mitad de agudos y desagradables chillidos. El otro grupo hizo lo mismo con la brea que llevaban para las antorchas, y pronto estuvimos dentro de sendos círculos llameantes, mientras grupos de Banush se agolpaban en las alturas.

  • Parece que les retiene –comentó Dester.
  • Parece, ¿pero que hacemos cuando se extinga el fuego? -respondí-. ¿Alguna idea Hazmat?

Pero Hazmat ya no me miraba, estaba absorto en las lineas que recubrían el suelo de la sala, indicando los saberes que en ella se guardaban. Miró las lineas, el estrado de piedra donde me encontraba, y un pesado tomo mohoso que en el descansaba. Y por su mirada comprendimos que lo habíamos encontrado.

Acordándome de lo aconsejado por Reshef, aproveche que tenía el tomo al lado para cogerlo antes que mis compañeros se tirasen hacia él. Cuando me volví a mirarles Hazmat tenía la expresión crispada, mientras que la de Dester era de un triunfo seguro.

  • ¡Maese! -me ordenó Hazmat- dadme el libro ahora mismo y podremos espantar a los Banush. ¡Rápido!
  • ¡Ni locos! -exclamó Dester, amenazando al mago con su espada- sabemos que habeis venido a hacer aquí nigromante, y no os lo pensamos permitir. ¡Lanzadme el libro, Piteas, y apuntad al mago con vuestro arco!
  • Piteas, por favor. No cometais una locura -el rostro de Hazmat cambió a la súplica-, el libro puede hacer mucho daño en manos no adecuadas.
  • Razón de más para que lo lleve alguien como yo, que no desea usarlo -respondí-, ¿no creéis?
  • Lanzadme el libro, y yo lo llevaré hasta Phank -dijo Dester sacando una larga cuerda de su mochila- si ato la cordada al estrado podré descolgarme hasta ellos, y todo habrá acabado.
  • ¡Idiota!¡Ni se os ocurra!¡Debeis darme el libro ahora mismo, maese! -Gritó furioso Hazmat.

Tan violento fué su cambio de la suplica al odio que me convencí de las palabras de Dester. Mientras el guardia apuntaba con la espada al nigromante -que quedó al otro extremo de la sala-, se puso a mi lado y le di el tomo. Dester se volvió hacia mí, sonriendo agradecido.

Y conforme se oscurecieron sus ojos y sus dientes se tornaron monstruosas fauces, comprendí que me había equivocado.

sábado, 2 de abril de 2011

El viaje IX - En ninguna parte

Iniciamos la expedición al día siguiente, con Dremin ya recuperado. Íbamos bastante ligeros por consejo de Hazmat: cada uno llevaba sus armas, vituallas, algo de equipo de campaña y armadura de cuero blando –este último detalle molestó algo a Dremin.

Avanzamos entre la arena hasta llegar a la losa del día anterior, que Hazmat levantó casi sin esfuerzo. Bajo ella, la oscuridad parecía manar como la fuente de un riachuelo. A pesar de que el sol de la mañana ya iluminaba alto sobre las dunas, sentí un escalofrío.
  • Recordad -nos aclaró Hazmat por última vez- que no vamos a ningun sitio como los que conoceis.
  • Perdone, pero algunos de nosotros -interrumpio Dremin-, ya hemos bajado más de una vez a minas. Y con peor aspecto que este, por cierto.
  • No os equivoqueis, caballero -respondió el mago, frio e impasible-, pese a que este lugar se encuentre bajo nuestro mundo, ni aunque cavaseis toda vuestra vida encontraríais la forma de llegar al mismo, si no es por este camino.
El silencio se volvió a apoderar del grupo. Hazmat continuó
  • El camino será oscuro y accidentado. Os pido encarecidamente que no aparteis la vista de las escaleras y mantengáis vuestras antorcha encendida, de lo contrario pondríais en peligro al resto, y lo que yace ahí abajo supera de lejos mis artes. Caballeros...
Hazmat dió un paso, hundiéndose en la oscuridad. Uno a uno, los Adms y los guardias fueron entrando, luego Dremin y Rheshef, y al final llegó mi turno. Tomé una gran bocanada de aire, volví a mirar el sol por última vez, y me sumergí en la negrura.

Aparecí en una oscura sala oval, junto al resto de mis compañeros. El suelo, techo y paredes estaban tallados en una obsdiana oscura y pulida que parecía devorar la luz, y en la parte central se abrían unas grandes escaleras de caracol que iban retorciéndose mas y mas hacia las profundidades.

Fuimos descendiendo en parejas -pues aquellas escaleras eran bastante anchas-, apenas separados por unos pasos. La oscuridad que reinaba devoraba el brillo de las antorchas, dejándonos la sensación de estar enterrados en vida.

Ninguno hablámos durante aquella parte del descenso. A veces alguien comentaba algo, pero lo opresivo del ambiente le invitaba a cortar pronto la conversación, como el miedo de alertar a un depredador que nos rondase. En un momento que Dremin y yo íbamos a la misma altura, este me susurró al oido.
  • Maldita sea la hora en que hemos venido, maese. Este lugar no es nada bueno.
  • Lleváis razón, Sir Dremin. Pone el pelo de punta.
  • ¡No es eso Piteas! -refunfuñó- ¡Demonios, he estado en cuevas naturales, excavadas, profundas y cerradas... y en todas había eco menos en esta!.
Y Dremin estaba en lo cierto; nuestros propios pasos, el crepitar de las antorchas, el comentario de un compañero: todo sonido parecía amortiguado por aquella ominosa atmósfera.

Perdí la cuenta de las horas, pues el descenso se hacía interminable y tedioso. Sin embargo, pronto me confié, pues los escalones parecían estar en buen estado y la luz no nos faltaba: pese a estar disminuida, íbamos suficientemente juntos como para quedar a oscuras.

Descuidé la atención de los escalones y me dediqué a observar el resto de la escalera. El giro era muy cerrado, por lo que la parte interior apenas dejaba ver nada que no fuera la zona de la que descendíamos. La pared exterior, sin embargo, estaba decorada con más gracia. Unas pequeñas vetas de plata rompían la monotonía de la pared de obsidiana, otorgándole incluso algo de brillo. Sin embargo, al querer tocarlas, mi mano sólo atravesó aire y trastabillé, y no caí a la nada gracias a que el guardia Dester tuvo el acierto de sujetarme.
  • ¡No hay pared alguna! -Exclamé sorprendido, dejando vagar la mirada por la oscuridad sin límites.
  • Es... increible. ¡Todo eso esta vacio! -murmuró Dester a mi lado.
El abismo nos envolvía con su oscuridad, tan sólo rota por el brillo de los hilos argénteos, y lo hacía con más celo que la tierra guardando la caverna, o el mar ocupando una sima. Mi mirada descubría aquel golfo denso y ominoso, pero tenebrosamente acogedor.

Oí gritos detrás mio, pero me vi atrapado y no pude evitar dar un paso al frente, dejándome caer. Igual que la resaca arrastra al bañista mar adentro, así me alejaba yo de las escaleras y mis compañeros.

Avancé por los espacios llevado por un latido insano. Intenté aferrarme a las hebras de plata, como si fueran mi única y frágil protección, pero era incapaz de mover ni un sólo músculo si no era para ir hacia aquel ritmo maldito. Por el rabillo del ojo distinguí a Dester, flotando a muchos metros, y lamenté haber causado tambien su perdición por mi estúpida curiosidad.

Finalmente, todas las luces quedaron atrás, y nuestros ojos dejaron de servirnos para el lugar al que llegamos. El latido, que se había ido convirtiendo paulatinamente en un desagradable rumor, ahora era una algarabía de seres que pululaban a mi alrededor. Algunos me susurraban palabras extrañas cerca del oído, y otros chillaban incoherencias desde una lejanía imposible.

De repente todas las voces callaron, quedando agazapadas, y el silencio tronó ensordecedor. Noté entonces una terrible presencia delante mío, de unas dimensiones cósmicas, inabarcables por mi mente: estaba frente al vacío, la carencia hecha conciencia.

Y él me miraba.

Una brazo pasó por delante de mi vientre y me arrastró hacia atrás, con la luz, mis compañeros, y un duro suelo de obsidiana con el que me golpeé. Gemía como los niños que despiertan de las pesadillas, mientras me acostumbraba a ver de nuevo las caras asombradas de Excessus y Reshef. De fondo, un enfadado Hazmat juraba improperios.
  • ¡Imbéciles!¡Acaso no os dije que no os distrajerias de las escaleras!
  • Yo... -intentaba decir algo coherente, pero estaba apabilado- esa cosa me ha arrastrado.
  • ¡Y es un milagro que me haya dado cuenta a tiempo! -prosiguió el mago- Menos mal que os oí comentar nosequé sandeces, y os he aferrado antes que saltarais al vacío.
  • Pero yo, nosotros saltamos -a mi lado oí a Dester sollozar en silencio-, mas allá de los cordeles de plata.
Hazmat se puso en cuclillas, me miro directamente a los ojos y estuvo un rato largo escudriñando en ellos. Luego, muy despacio, me volvió a hablar sin enfado en su voz.

Habéis estado un segundo cautivado por el vacío maese, quizá dos. Pero en ese tránsito vuestra alma ha viajado hasta las mansiones oscuras de Dart Lagg... y os podeis sentir ufano, pues de allí rara vez suele volver. Tomad un trago de esto, os ayudará -y me alcanzó una botellita con un líquido oscuro.

Sin plantearmelo dos veces abrí la botella, que resultó ser aguardiente de Ágave rebajado, y le dí un buen trago. Mientras, Hazmat le comentaba al resto que, para recuperar fuerzas, sería lo mejor acampar en cuanto pudiéramos.

Seguimos bajando un rato largo, y llegamos hasta un lugar donde las escaleras se ensachaban aún más, dejando incluso un rellano entre tramos. Las paredes aqui si que estaban cubiertas -cosa que me relajó bastante- y decidimos aprovechar para acampar allí.

Dremin y Osuspiro encendieron una buena fogata y, pese al lugar y los hechos ocurridos hacía poco, el calor y el té de raiz me hicieron sentir de nuevo en casa de Reshef. Hablamos todos un rato de temas sin importancia, pues nadie queríamos hablar de lo que estábamos haciendo allí, y la gente se fue retirando poco a poco a dormir.

Hazmat no nos quitó el ojo a Dester y mi en toda la velada, cosa que me puso un tanto nervioso. Cuando el mago se fue por fin a dormir, el guardia se me acercó en la fogata.
  • No le hagáis caso, maese. Apuesto a que se muere de celos el maldito.
  • ¿Como decís? - respondí sin entender.
  • Lo que ois, que se muere de celos. ¿Os imagináis lo que daría un nigromante como él, por poder ver a Darth Lagg como hemos hecho nosotros?
  • No creo que Hazmat deseara eso precisamente. Si no nos estaría ayudando ¿no creéis?.
  • ¡Ja! -rió Dester con sorna-, de verdad os habéis creido su sarta de patrañas.
Dester miró a ambos lados: nos habíamos quedado sólo él y yo despiertos. Se inclinó y me dijo al oído:
  • ¿Quereis saber de verdad porqué viene Hazmat con nosotros? Bien, pues al parecer El Portal de Mojang solo lo pueden abrir dos Amn, depositarios del poder creador, empujando sendas hojas del portal.
  • Entiendo los reparos, pero creo que exageráis. Hazmat también tuvo problemas con la invasión, quedo aislado en Shai-Hulud...
  • ¡Pero no os dais cuenta que nos engaña! -espetó a punto de perder los nervios- ¡Eso es tan sólo una trampa! Así se ganó la confianza de Osuspiro.
  • Pero él no corrió peligro en ningún momento...
  • ¿cómo pensais que habrían sobrevivido a los ataques de monstruos en el Desierto del Oeste? ¡Tiene poder sobre ellos!
  • Calmaros, Dester. Si es como decís ¿porque no se lo comunicais a los Adm aparte?
  • Maldita sea, ¿no teneis ojos en la cara? ¡Los Adm quieren creer a Hazmar!¡ Están desesperados y cualquier solución les parece buena!
Quedé un rato callado, pensando. Dester observó mi gesto y añadió:
  • Sólo os digo que Hazmat esta aquí por propio interes: quiere conseguir el libro sobre las órdenes de los monstruos... y una vez en su poder las cosas estarán mucho peor que ahora, creedme.
Dester se retiró a dormir, dejándome a mí un rato atormentándome con la amarga duda. Descansamos pues, y al día siguiente reemprendimos el descenso, ya con sumo cuidado de no mirar mas allá de la escalera.