domingo, 8 de mayo de 2011

El viaje XV - In Memoriam

Hubo vítores y gritos de alegría al ver morir al griefer. Skass nos llamó a la calma, recordándonos que aún quedaba trabajo por hacer. El capitán mandó un grupo de hombres a través del puente, estos limpiaron la otra orilla y regresaron con el libro de los monstruos.

Mientras el resto usamos el carromato que antes llegaba el cilindro para cargar a los caídos. Cuando la avanzadilla volvió, regresamos al corazón del templo del valor. Allí tratamos a los heridos y, cuando pudimos emprender la marcha, Phank creó un portal hasta la casa de Reshef.

¡Cuanta alegría sentí al volver a sentir de nuevo el sol y el viento! El astrónomo quedó a descansar en su casa, junto a Excessus y Hazmat. Mientras, los otros dos Adm volverían a pie hasta Espaún con el libro; aún con el griefer muerto no era aconsejable abrir portales alegremente. Me despedí de Phank y Skass, prometiendo que les visitaría en un futuro no muy lejano, cuando acabara mi viaje a Norsk.

El capitán trocó con nosotros algunos puros por té enano, y me aseguró que estaría muy interesado en hacer negocios conmigo cuando me pasase por Espaún. ¡Qué poco me imaginaba que aquella sería la última vez que le vería con vida!

Tras todo el ajetreo y una descansada cena en casa de Reshef, Dremin y yo hicimos petate de nuevo para continuar hacia Norsk. Osuspiro, agradecido por nuestra ayuda, se ofreció para acompañarnos en el último trecho.

Tomamos una barcaza frente a la casa del astrónomo y, sin apenas acercarnos a la costa, navegamos el resto del primer día. Disfrutamos del sol y la brisa marina como si fuera la primera vez, incluso me dio un golpe de calor y tuve que tomar hierbas calmantes.

Al atardecer llegamos sin percance al castillo de Azafrania, el último antes de las tieras salvajes. Nos recibió su barón, viejo conocido de Osuspiro. Sorprendido de tener visitantes en tan malos tiempos, nos invitó esa noche a una opípara cena, en la que entretuvimos a la corte con las andanzas de los últimos días.

Al dia siguiente, los hombres del barón nos escoltaron hasta la linde de sus tierras. Allí nos señalaron el camino para cruzar Desierto Camelia y llegar a los bosques Sin Fin, donde se encontraba Norsk.

Cubrimos la distancia raudos y ligero, quizás por saber nuestro destino tan cerca, y llegamos hasta el lago de Norsk esa misma tarde. Más la visión de la ciudad sacudió nuestros corazones.

Columnas de humo salpicadas por doquier delataban varios incendios entre las casas. La muralla, siempre alta e imponente, estaba derruida en algunas partes. Sus brechas estaban pobremente cubiertas por barricadas improvisadas.

Al acercarnos a la puerta sur, un par de guardias maltrechos y famélicos nos reconocieron a sir Dremin. Este les solicitó audiencia con el hidalgo Skylanden y nos dejaron entrar. Atravesando la ciudad vimos la miseria en las calles. Muchas casas estaban derruidas y requemadas. La mayoría de los habitantes vagaban entre las ruinas, tristes y con la mirada perdida; sus rostros reflejaban el hambre y el miedo por los ataques sufridos.

Llegamos hasta la alcaldía, sombra medio derruida de lo que había sido, y subimos hasta la sala de Skylanden. El hidalgo, triste y apagado, nos habló acerca de los terribles ataques que la ciudad había sufrido desde hacía semanas.

Al igual que en el resto de ciudades, todo comenzó con el bloqueo de los portales y las de oleadas de monstruos al caer el sol. Algunos hombres, preocupados por la falta de comida, marcharon en caravana hacia el sur. La expedición fue atacada a mitad de camino y muriendo muchos hombres, regresando heridos el resto.

A partir de ahi la cosa fue a peor. Los monstruos atacaban las murallas cada noche, hasta que unos creepers abrieron brecha. El caos se desató en las calles y, para cuando los escasos guardias consiguieron rechazarles, comenzaron a bombardear con  rocas candentes. Esa noche perdieron el granero y casi todo el barrio sur en un gran incendio. El hidalgo organizó una milicia improvisada al día siguiente, para poder sustituir a los guardias caídos: los propios ciudadanos defenderían las murallas.

Hacía dos días, sin embargo, los ataques casi cesaron. Desde entonces Skylanden había organizado el desalojo de la ciudad. Los guardias protegerían una única caravana de civiles hasta Azafrania, y dejarían Norsk abandonada.

Molesto por la noticia, Dremin me arrebató el petate y lo abrió. Mostró el contenido al hidalgo y pasó a relatar todas las penurias que sufrimos para traer el grano. Contó tambien nuestro encuentro con los Adms, la historia de Excessus y todas nuestras peripecias en Mojang y Nederia.

Al terminar, el caballero se acercó a Skylanden y le dijo:

  • Señor, en pago a tan largo viaje sólo os pedimos una cosa: dejadnos replantar los huertos.
  • Pero la ciudad será abandonada, sir Dremin, ya esta decidido -respondió el hidalgo-. Aqui sólo quedan ruinas y tristeza.
  • Entiendo vuestro pesar, Skylanden, pero en serio os ruego que les deis una oportunidad.
  • ¿A las semillas? -Respondió esbozando una sonrisa
  • No, a los habitantes de Norsk. Maese Piteas y yo...
  • [Ejem] -Tosió Osuspiro.
  • ...y Osuspiro -corrigió Dremin-, nosotros hemos arriesgado la vida en este viaje porque creemos en Norsk. Porque deseábamos traerle un soplo de esperanza. Por favor, dad una oportunidad a vuestro pueblo de elegir que hacer con él.
  • Los ataques no se recrudecerán -dijo Osuspiro-, si en una semana seguís queriendo abandonar la ciudad, contareis con mi espada para defender a vuestros hombres.

El hidalgo lo meditó, y al final decidió darnos una semana de tiempo. Los tres le dimos las gracias, y partimos a los huertos para plantar el grano de Valinor. La gente nos miraba desconfiada al comienzo, pero más de uno corrió a ayudarnos cuando vió lo que hacíamos.

Esa noche, aunque no había crecido apenas nada de trigo, la gente del pueblo celebró fiesta por nuestra llegada. Repartí los puros de Skass, y estiré todo lo que puede el té y las especias para ofrecer algo medio decente. Fue, con lejos, la comida más insípida que habíamos probado (¡incluso comparada con la poca que tomamos en Nederia!), pero desde luego fue la mejor cena: sabía a victoria.

Esa semana se obró el milagro: cada dia más ciudadanos decidían quedarse y reconstruir sus casas. Los cazadores pudieron volver a cobrar piezas por los bosques Sin Fin, sin miedo a encontrarse con un monstruo. El trigo crecía mientras fuerte y sano.

Nos tocó repetir una y otra las historias de nuestras aventuras. Prácticamente todo el mundo en la ciudad se las aprendió de memoria, incluso hubo quien las acabó contando mejor que nosotros. La fama y el favor de Skylanden me valieron el poder colocar una pequeña tienda en la misma ciudad -de exito rotundo-, y ser nombrado "Amigo de Norsk".

Al igual que la primavera borra los rastros del invierno, Norsk volvió a florecer, dejando atras sus momentos oscuros y relegando nuestras aventuras a los cuentos de viejas. Tán sólo una estela de piedra, grabada por Osuspiro, Dremin y yo, recordaba todo lo ocurrido rezando:

IN MEMORIAM QUI ABSENTES

Finalmente llegó el dia en que los portales se reactivaron, con fiesta y jolgorio en todas las ciudades. Aproveché entonces para volver a mi casa en Valinor y tomar un descanso de todo lo ocurrido, antes de volver a los negocios.

Mucho tiempo despues volvería a Norsk en circunstancias harto distintas. Sería buscando supervivientes mientras los Chunks devoraban Serveria. Pero eso es otra historia que tendrá que ser contada en otra ocasión.

lunes, 2 de mayo de 2011

El viaje XIV - A hierro muere

Aguardamos a los flotantes espadas en mano. Sus explosiones cada vez sonaban más cerca. Delante mía, Osuspiro sujetaba a un Hazmat que se esforzaba por permanecer en pie. Alguien gritó con voz potente:
  • ¡A mi orden, guardia! ¡Atacamos en uno...!
Miré a Dremin, sorprendido de su enterezas. Encontré entonces al caballero mirándome anonadado. Delante nuestra, el mago y el explorador buscaban atónitos el origen de la misteriosa voz.
  • ¡Dos...!
Al tanto el retumbar de las explosiones llegaba a la puerta, una luz azulada bañó la estancia. Las hojas de alabastro se combaron bajo la presión de los monstruos, empujándonos con violencia a los lados. Una miríada de flotantes entró en la estancia.
  • ¡Y tres!¡Fuego!
Decenas, cientos de flechas surcaron el aire, masacrando a los flotantes. Sus cuerpos caían inertes entre nosotros, como hojas en otoño. A través del portal en el centro de la sala, atravesando una luminosidad azul turquesa, entraban varias filas de ballesteros. Habían llegado los refuerzos.

Dremin y yo nos retiramos, espalda en la pared, para evitar que nos alcanzasen los virotes. Los soldados, que serían más de medio centenar, disparaban sin cesar a traves del portalón con ballestas de repetición espaunitas.

Pronto el silencio cubrió el interior del templo. Un par de ballesteros me ayudaron a levantarme, y tras ellos escuché una voz conocida.
  • Os dije que os encontraría -dijo Phank. Ahora estaba ataviado con una elegante cota de placas.
  • No sabéis lo que me alegra -acerté a responder- ¿cómo supisteis donde estábamos?
  • El libro -dijo, mientras señalaba su petate- hace más cosas que abrir portales, maese.
  • Siento interrumpir -dijo un capitán de los ballesteros-. El tiempo corre en nuestra contra Phank. Si es cierto lo del libro, tenemos dos horas para dar con el griefer y recuperar el libro. -su voz, grave y decidida, me era familiar. Era la que habíamos escuchado justo antes del ataque.
  • Llevais razón, disculpadme. Piteas, os presento al capital Skass. El jefe de los ballesteros de Espaún.
  • ¿Skass? ¿El Adm Skass, fundador de la brecha helada?
Nos estrechamos las manos. Noté que tenía un "algo" especial, no gracias a su físico -desaliñado y de rasgos saltones-, sino por un aura de decisión y confianza que lo rodeaba. Era el tipo de persona que te puede guiar hasta el infierno y traerte de vuelta intacto.

  • ¡El mismo! Supongo que sois maese Piteas. Y vos -dijo, saludando al caballero- debeis ser Dremin. Phank nos ha hablado de vosotros. Es todo un placer. Y ahora, si me disculpan, tenemos un griefer que cazar. ¡Soldados!

Menos un pequeño grupo que se quedó con los heridos, los ballesteros se organizaron en filas y avanzaron a la par de Skass. La filas de vanguardia, con la ballesta a la espalda, portaban grandes escudos con ruedas. El resto de hombres se repartían equidistantes, guardando la formación. Osuspiro, Dremin y yo fuimos con ellos para guiarlos hasta el portón de entrada. Caminamos en retaguardia, donde los últimos soldados arrastraban un pesado carromato, cargado con un gran cilindro de metal bruñido.

No hubo piedad con los flotantes que fuimos encontrando. Mientras cruzábamos de nuevo las grandes salas, los ballesteros abatían a los grupos dispersos que quedaban emboscados. En más de una situación los flotantes alcanzaron a disparar sus llamas, pero los escudos de la vanguardia estaban hechos para resistir.

Llegamos al estrecho puente y pudimos ver un espectáculo dantesco del otro lado. El griefer, que habia aumentádo aún más de tamaño, estaba encaramado a la ladera de la montaña. El cuerpo de lo que antes era Dester se había convertido en un gigante abotargado, de quitinosa piel negra.

El monstruo poseía seis patas, acabadas en afiladas garras Ninguna de ellas estaba repartida de forma lógica por su cuerpo. Un par de gigantescas alas le permitían levantar algo el vuelo y, entre ellas, se distinguía una cabeza bulbosa coronada de ojos saltones. El griefer no paraba de aullar a traves dos fauces circulares y dentadas, como las de una lamprea, a la vez que una pupa ulcerosa a la altura de su pecho vomitaba incontables monstruos.

Apenas las primeras filas de ballesteros tomaron posición, comenzó a caer sobre nosotros una tormenta de fuego y flechas. Los portaescudos cerraron su formación para proteger a las primeras filas de ballesteros. Mientras, las paredes de la sala -ruinas tras el primer ataque de los flotantes- se desmoronaban sobre los nosotros.

Aún con toda la organizacion sufrimos muchas bajas. Las filas se dividieron y los hombres buscaron cobertura en las salas adyacentes, respondiendo al fuego con oleadas de virotes. Siempre con su vanguardia, Skass dió orden de concentrar las andanadas para limpiar el cielo de flotantes, aunque ello implicaba quedar muy expuesto a los arqueros de la otra orilla.

En mitad de todo el caos, el carromato al lado del que íbamos nosotros se adelantó hasta la posición del capitán. Lo aprovechamos como parapeto y pudimos acercarnos hasta el grupo de Skass.

No quedó ningún flotante en el cielo, pero las flechas silbaban continuamente a nuestro alrededor. Apenas me atrevía a levantar la cabeza de la pared derruida tras la que nos defendíamos, pero el capitán Skass y otro de sus hombres permanecían firmes sobre ella, calculando distancias con un astrolabio.

El adm se dejó caer a mi lado con expresión triunfante, mientras sacaba un cigarro puro del bolsillo de su casaca. Mientras lo encendía, me miró divertido y preguntó:

  • ¿Os habéis preguntado alguna vez como es ese "fuego sagrado" con el que contruí la brecha, hijo?
  • Mas de una, capitán. ¿Por?
  • ¡Porque lo vais a ver en primera fila! Tapaos los oídos y abrid la boca...

Skass se incorporó y aplicó la llama de su puro sobre una pequeña endidura en el cilindro de metal. Este comenzó a cimbrear ligeramente, dando paso a un rumor grave que creció hasta una fuerte vibración que hacía temblar el suelo. Me apresuré a seguir el consejo del Adm.

El propio metal comenzó a abombarse como un tonel, para luego proferir el mayor estruendo que recuerdo haber escuchado. Retumbó en toda aquella profundidad como cien truenos en uno solo. Su sonido me golpeo como un puñetazo en las tripas.

No me había recuperado del todo cuando vi que la mayoría de ballesteros se encaramaban a sus posiciones, siguiendo algo en el cielo. Temblando aún por la impresión, me levanté para ver lo que miraban.

Una gigantesca bola de acero al rojo vivo surcaba los cielos como un meteoro, e iba directa al cuerpo del Griefer. Cuando lo golpeó, otra explosión tan fuerte como la anterior se produjo, estremeciendo los cimientos de Nederia y destrozando la cima del monte quemado. Hubo una gran nube de humo en la montaña y desprendimientos en su ladera, oyéndose chillidos y algarabía en ese lado.

Cuando el humo se dispersó sólo quedaron algunos monstruos dispersos: el griefer había caido.